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Falta el primer buenista que concrete cómo reconduciría a los separatistas

Luis Ventoso

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Como el puntual polen primaveral que fustiga a los alérgicos, retornan los equidistantes. Son los buenistas españoles, que reparten la responsabilidad del golpe separatista entre los sediciosos que lo promovieron y el Gobierno que los frenó y derrotó. Eminencias del derecho; popes de la comunicación ya de salida; el politólogo y defensa central Piqué; tertulianos y presentadores catalanes de alma nacionalista, pero que se forran en Madrid sin angustia alguna; el gran Sánchez, los líderes comunistas que esperan mellizos... todos comparten tesis: la mitad de la culpa del problema independentista es del Gobierno, más exactamente del inmovilismo de Mariano, incapaz de salir de su letargo y hacer una oferta política.

Estupendo. Solo hay un problema: falta el primer buenista capaz de concretar qué se puede ofrecer a los separatistas para que acepten a España y su legalidad. El pope del periodismo calla. Sánchez tiene su bálsamo de Fierabrás: un Estado federal y un Senado reconvertido en Cámara territorial. Pero eso es como decir que si te ataca un rottweiler enrabietado puedes pararlo dándole una bolsa de pipas Facundo. La solución del futbolista Piqué y de los futuros padres de mellizos es sencilla: admitamos el referéndum de independencia. Tal hipótesis supone poner en suspenso la Constitución y tender la alfombra roja a la ruptura, pues los independentistas seguirían convocando consultas y solo considerarían definitiva aquella que ganasen. Por último, toda propuesta que apunte a premiar a Cataluña todavía con más dinero, inversiones y privilegios supondría un agravio insoportable para otras regiones.

Entonces, ¿qué queda? Tan solo dar de frente la batalla política y cultural contra el nacionalismo. Defender que la unión entre españoles es mejor que una división supremacista. No apearse de la ley. Desmontar el aparato de presión del separatismo, que empieza en la escuela y continúa con la televisión y la policía autonómica. Lo razonable sería detener el adoctrinamiento en TV3, reformar la ley para situar a los mossos bajo la autoridad permanente de Interior, pues se han revelado como una policía política; recuperar la libertad de estudiar –y rotular– en español, y mantener el 155 mientras los separatistas sigan choteándose de leyes y jueces, como este jueves mismo en el Parlament.

Pero no caben ilusiones. Tras el revés con la liberación de Puigdemont, escucharemos al progresismo poniendo a parir al juez Llarena y exigiendo la liberación inmediata de los golpistas. Españoles acomplejados, incapaces de recordar algo tan sencillo como que en España las decisiones judiciales no las toma Alemania, sino nuestros magistrados en conformidad con nuestras leyes. El tanto que se anotó el separatismo en la corte alemana invita también a lamentar, una vez más, la deficiente labor de la diplomacia española en la batalla internacional de la imagen y los grandes medios foráneos. Basta escuchar treinta segundos a nuestro peculiar ministros de Exteriores para entender que muy persuasivos no podemos resultar.

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