David Gistau

Felicitaciones

"Felices Fiestas. Un abrazo". Es suficiente. Cualquier añadido es ya un charco de sirope derramado sobre el mantel

David Gistau
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Tengo una relación complicada con la prosa barroca. Después de consumirla de joven, cuando hasta escribir consiste en tirar petardos y cohetitos, llevo años quitándome de ella. Desbrozar la escritura para llegar a la idea sin la sensación de andar perdido en un manglar, en una pirotecnia fatua, de eso se trata.

Como ocurre con cualquier otra adicción, para liberarse de la de las metáforas, los palabros y la adjetivación excesiva hace falta una gran voluntad. Todo empieza con la aceptación de que uno tiene un problema y con la primera visita a una terapia de grupo: "Hola, me llamo X. y abuso de las subordinadas". De ahí a la clínica, a los áridos días de sobriedad en los que uno trata de ser tan áspero como Azorín, a las tentaciones de consumir un poco, así sea una sola metáfora –"lo tengo controlado"– con la que sin embargo se perdería todo el esfuerzo hecho.

Tengo hasta un "sponsor", un antiguo letraherido de Soria que se quitó de la triple adjetivación y ahora ayuda a los que aún no han salido de este infierno, al que llamo cuando, sentado delante de la pantalla, me entran ganas de decir cosas como que un diputado en Cortes tiene "una mirada de charol y carbón". Mi "sponsor" me hace gritar la metáfora con la cabeza metida en el retrete para sacármela de dentro y que no llegue al folio.

Toda esta introducción sirve para decirles a ustedes que son unos desconsiderados y que han puesto en peligro varios años de sobriedad lexicofaciente. Si ustedes tuvieran un ser querido trabado en una ciclópea lucha de la voluntad por no regresar a la bebida, estoy seguro de que no le dejarían coñacs servidos encima de la mesa cuando viniera a almorzar. No le pasarían su olor por debajo de la nariz. Lo mismo harían con el amigo que dejó de fumar: salvo que lo odiaran secretamente, no se les ocurriría soplarle encima el humo de un cigarro para evocarle placeres prohibidos. Entonces, queridos míos, ¿por qué me mandan a mí prosa barroca al Wasap? ¿Por qué me obligan, cada vez que me vibra el teléfono, a enfrentarme a unos párrafos del flamígero tan cursis y alambicados que no podría escribirlos ni un joven aprendiz umbraliano borracho de absenta? Yo comprendo que es Navidad. Que la parquedad de un "Felices Fiestas" está al alcance de cualquiera y ustedes tienen que distinguirse y hacer en todo momento cosas que acrediten su talento y originalidad. Por ello me envían ustedes felicitaciones de no menos de folio y medio que contienen una verdadera tentativa poética, cuando no un simulacro de monólogo de humor. Está todo muy bien, pero a mí me hace mal, a mí no me conviene, porque vivo recogido en lecturas sobrias para curarme de mi adicción y ustedes me devuelven a la misma predisposición barroca que ya tenía casi controlada. "Felices Fiestas. Un abrazo". Es suficiente, es viril y denota sentido de la síntesis y de la contención. Cualquier añadido es ya un charco de sirope derramado sobre el mantel. ¿Ven?, ya estoy haciendo símiles, me han provocado una recaída.

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