Existo luego pienso

Siempre nos quedará Descartes para consolarnos de la aflicción de vivir

Pedro García Cuartango

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Siempre he sentido pasión por Descartes. La última vez que estuve en París visité la tumba en la que está enterrado en la abadía de Saint Germain en el Barrio Latino, a unos pocos metros de Les Deux Magots, el café que frecuentaban Sartre y Simone de Beauvoir. Descartes murió en Estocolmo en 1650 y su cuerpo fue peregrinando hasta llegar a su actual morada en 1918.

La lápida de mármol negro que hay en su sepultura dice: «Tratando en sus ocios invernales de armonizar los misterios de la naturaleza con las leyes de la matemática, aventuró la esperanza de abrir los arcanos de ambas con una misma llave». Esa llave era la razón.

Cuando estaba a punto de acabar el Bachillerato, leía obsesivamente a Descartes, especialmente su Discurso del método y sus Meditaciones metafísicas. Fueron estos dos libros los que me impulsaron a estudiar Filosofía, una carrera que pronto abandoné al darme cuenta de que la enseñanza de esta disciplina en la Complutense nada tenía que ver con lo que yo había encontrado en las páginas de mi querido Cartesius.

Mi relación con el filósofo francés, muy marcado por su educación en los jesuitas, ha sido siempre absolutamente personal, como la de un alumno con su viejo maestro. Incluso a veces, cuando he estado solo, no he podido resistir a hablar con él en voz alta. Creo que me pasaba al igual que a Don Camilo cuando le contaba sus pecados al Cristo de su parroquia.

Las frases de Descartes me han iluminado y nunca he podido olvidar el impacto que sufrí al leer el famoso pasaje de las Meditaciones en el que afirma «no soy más que una cosa que piensa». Es en este texto genial en el que el pensador de Turena formula y desarrolla su famoso cogito ergo sum, pienso luego existo.

Este punto de partida de Descartes tiene muchas consecuencias, pero la más importante es la idea de la naturaleza racional del ser humano. He compartido este postulado durante casi toda mi vida, pero ahora pienso que el maestro se equivocaba. Lo correcto sería la frase al revés: existo luego pienso.

No hay pensamiento sin existencia. Primero somos y luego pensamos en un largo y complejo proceso de formación personal. Y lo que pensamos está condicionado por nuestra herencia genética, lo que equivale a decir por la estructura de nuestro cerebro, y por la cultura en la que hemos sido educados.

Descartes recurrió a la llamada glándula pineal para establecer una conexión entre el cuerpo y el alma. Pero la ciencia ha demostrado que la capacidad de raciocinio está en las neuronas y que no necesitamos el alma para explicar los fenómenos del espíritu que él asocia a la existencia de Dios.

No podemos contar con la ayuda del Ser Supremo para entender el mundo y para saber si hay vida bacteriana en Marte, pero siempre nos quedará Descartes para consolarnos de la aflicción de vivir.

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