Otro plebiscito sobre Sánchez
El PP asume riesgos convocando elecciones en Castilla y León, y además envía el mensaje de que Ayuso no monopoliza la vida del partido. Pero las urnas servirán para medir el desgaste del PSOE
Más allá de los ejercicios de retórica política de Alfonso Fernández Mañueco para justificar en una supuesta deslealtad de Ciudadanos la convocatoria de elecciones en Castilla y León, y más allá de la indignada reacción de Francisco Igea por la «traición» del PP como socio de coalición, la decisión del presidente popular en esa autonomía no es sorprendente. Y no solo porque se venía especulando desde hace tiempo con esa posibilidad, igual que en Andalucía, sino porque se manejaban fechas concretas desde hace semanas. Finalmente, serán el 13 de febrero. Igea, el líder de Ciudadanos en Castilla y León enfrentado a Inés Arrimadas, no puede hacerse el sorprendido por más que se enterase por las redes sociales y no por boca de Fernánez Mañueco. Son trampas del tacticismo político que ya debería haber aprendido hace tiempo, y por eso su victimismo sobra. Cosa distinta es que a Igea no le guste en absoluto la decisión porque sabe que el PP busca dar la puntilla a su partido en esa autonomía.
Políticamente, la cita adelantada con las urnas será relevante en tres focos de atención. Primero, en el PP. Mañueco no ha actuado por libre, sino en connivencia con Pablo Casado, que envía un mensaje, contundente y a la vez arriesgado, a Pedro Sánchez. De los cuatro procesos electorales vividos durante el mandato de Sánchez, solo en uno ha ganado el PSOE -en Cataluña el pasado 14 de febrero-, y de modo irrelevante porque ni tiene ni condiciona el poder en la Generalitat. En el resto, Galicia, País Vasco y Madrid, el PSOE sucumbió al desgaste con el que Sánchez arrastra a sus líderes regionales. Es lógico que Génova aspire a renovar, incluso con más fortaleza, las presidencias de Castilla y León y Andalucía cuanto antes porque si lo logra, más aún con mayorías nítidas, la repercusión en la legislatura de Sánchez será inevitable. Pero además, Casado da un aviso a Isabel Díaz Ayuso, con quien mantiene un pulso tóxico y destructivo por el control del PP de Madrid. Si durante los próximos meses Fernández Mañueco y Juan Manuel Moreno afianzan el poder territorial del PP, Díaz Ayuso no será quien monopolice en exclusiva el protagonismo de un partido en alza demoscópica. La apuesta de Casado es peligrosa, sin duda. Pero muy clara deben intuir en Génova una victoria suficiente como para haberse lanzado a un proceso electoral que no solo está llamado a aplacar a Díaz Ayuso, sino también a confirmar la tendencia decadente de Sánchez. Lo consiga o no, Génova quiere que Castilla y León contribuya a visualizar que Casado es la alternativa a Sánchez, que cohesiona al partido con otros líderes ganadores aparte de Ayuso y, sobre todo, que el deterioro del PSOE se perciba como irreversible en una caratara continua de derrotas regionales.
El segundo foco de atención es el PSOE. Su presumible candidato, Luis Tudanca, lleva meses intentando desestabilizar la coalición entre el PP y Ciudadanos con el apoyo de tránsfugas y de partidos localistas. Solo el fracaso de la moción de censura en Murcia frenó al PSOE en Madrid y Castilla y León, pero desde entonces la legislatura quedó viciada por la desconfianza mutua. En cualquier caso, el PSOE se engañaría si percibiese estas elecciones como una prueba para Tudanca y no como un plebiscito sobre Sánchez porque, como todas las elecciones autonómicas, estas también tendrán una lectura crítica eminentemente nacional. Por último, Ciudadanos se juega su propia existencia ante su goteo interminable de fracasos. Así de sencillo. Solo el 13 de febrero se sabrá si la maniobra de Génova le renta o no porque entraña varios peligros. Pero si Casado se juega mucho, mucho se juega también Sánchez.
