Un agente de la Guardia Civil en el chalé del presunto descuartizador de Majadahonda
Un agente de la Guardia Civil en el chalé del presunto descuartizador de Majadahonda - DE SAN BERNARDO
La casa de los horrores

Una tuerca y una cuchilla condujeron a la picadora mortal del casero de Majadahonda

El presunto descuartizador, muy puntilloso, se leyó la orden de registro y quiso impugnarla por las faltas de ortografía. Estaba escrito «libertat» en vez de «libertad»

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El ADN hallado en la trituradora guardada bajo llave en el garaje ha hablado. Pertenece a la última inquilina del denominado chalé de los horrores de Majadahonda. Ahora, se está a la espera de que los investigadores de la Guardia Civil terminen de desmontar la maquinaria para ver qué otros restos biológicos puede contener. «Se sospecha que hay más que sangre», vaticinan.

La víctima de este espeluznante episodio es Adriana Gioiosa, de 55 años, que desapareció misteriosamente nada más regresar a Madrid procedente de su país, Argentina, donde acudió a visitar a su familia. En su dormitorio aún estaba el billete de avión sin guardar y otros efectos personales. La fecha: 29 de marzo. Al día siguiente envió un mensaje a su hermano diciendo que había llegado bien.

Fue a casa de una amiga a recoger su portátil y su flauta. No se llevó las plantas que le dejó porque se había hecho un esguince en una muñeca. Quedó en volver otro día. No lo hizo. Los agentes datan su desaparición entre ese día y el 1 de abril.

De otro lado, se encuentra el sospechoso de su homicidio, acusado hasta la fecha de detención ilegal: Bruno Hernández, español, de 32 años, aquejado de trastornos psiquiátricos que provocaron, al menos, tres ingresos hospitalarios: el último en 2014. Era su casero, que se dedicaba a alquilar habitaciones en el chalé propiedad de su tía, de la que tampoco se sabe nada desde hace casi un lustro.

Muy puntilloso

«¿Podemos entrar para ver si está Adriana?», le preguntaron los agentes. «Pasen, pasen. Aquí no está. Se marchó», respondió Bruno, cortés. Era 6 de abril. Ese día, el hermano de la víctima, alarmado por los extraños mensajes que ella le enviaba desde su regreso a España, y en vista de que no contestaba a sus insistentes llamadas, puso una denuncia en el cuartel, tras volar desde Buenos Aires.

La amabilidad del casero se torció ante las preguntas de los funcionarios. Volvieron un día después, ya con una orden de entrada y registro. Todo pintaba muy mal y la Guardia Civil halló los primeros indicios que apuntaban a que la desaparición de la inquilina no era, ni mucho menos, voluntaria. Precisamente fueron una tuerca y una cuchilla halladas en ese primer registro las que condujeron a los agentes hasta la trituradora de carne que ocultaba en el garaje, que se ha convertido en la principal prueba incriminatoria contra el casero. La minuciosa inspección duró ocho horas.

Estaba tratando de desmontar sus piezas para deshacerse de ella como, según sospechan los encargados del caso, hizo con la víctima. La hipótesis con la que trabajaban es que la mató tras una discusión, la descuartizó y trató de picar sus restos. No lo logró, por lo que los arrojó a varios contenedores. El cadáver troceado habría acabado en el vertedero de Pinto, en donde se busca entre una montaña de 20.000 toneladas de basura.

El sospechoso, extremadamente frío y calculador, se leyó de cabo a rabo el auto de entrada y registro. «Se fijó hasta en las faltas de ortografía. Trató de impugnarlo sin éxito. Estaba escrito ‘libertat’ en vez de ‘libertad’», precisaron las fuentes consultadas por ABC.

Si bien consideran que no planeó el crimen, sí maquinó eliminar los flecos pendientes. Así, cortó la comunicación con su familia, alegando que «era muy feliz. Se había enamorado y se iba a vivir al extranjero». Se llevó el móvil de ella a Barcelona para dejar pistas falsas, su portátil y su coche, que creen que pensaba vender bajo cuerda. En la segunda inspección del chalé, el día 20, se recabaron hasta 200 muestras biológicas. La mayoría estaban en el salón, cocina, garaje y baño. Ahora se está a la espera de los análisis de Criminalística.

Los investigadores sospechan que Bruno mató también a su tía, Lidia Hernández, a la que habría arrojado también a la basura. ¿El motivo? Una disputa porque ella puso a la venta el chalé. Según él, la ingresó en una residencia en Ávila. No aparece por ningún lado y lleva unos tres años cobrando la pensión, sin realizar ni un solo reintegro. Un misterio más por desvelar.

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