Desde las diez de la noche hasta las siete de la mañana, una quincena de personas pernoctan en el puente de Ventas
Desde las diez de la noche hasta las siete de la mañana, una quincena de personas pernoctan en el puente de Ventas - ángel navarrete

Catorce asentamientos por Navidad: tropas de indigentes en los puentes de Madrid

Más de 150 personas de origen rumano duermen cada noche a la intemperie en puntos emblemáticos y de gran tránsito de la capital

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«Vivo mejor bajo un puente que en Rumanía». Una frase que congela más que los pocos grados sobre cero que azotan de madrugada la capital estos días. Las palabras salen de Benjaim, un joven rumano, de 31 años, tez clara, rubio y ojos azul cristalino. Duerme desde hace tres años en el puente de Corazón de María. Su techo es la carretera que lleva al intercambiador de Avenida de Américadirección A-2. Ése es su dormitorio desde hace tres años. Le acompaña en el colchón, a su derecha, tumbada con gorro, abrigo, jersey, chaqueta y al menos dos mantas, su joven esposa. Y a la derecha de ésta una mujer de 79 años que no pronuncia ni una palabra en español, pero que no deja de sonreír y ofrece lo poco que posee: un cubo que hace de su mejor asiento para invitados.

Es también rumana.

A la izquierda de Benjaim, toda su vida material española, guardada en bolsas y carros. Comida que compran después de pedir limosna. A continuación de estos enseres, otras dos personas abrigadas bajo sacos de dormir. Ni se inmutan ante la llegada de los extraños.

El perfil ha cambiado

Esta estampa se repite cada noche en diferentes puentes de la capital. Pasadas las diez de la noche, campamentos de indigentes de origen rumano, la mayoría de etnia gitana, despliegan sus alcobas portátiles bajo, sobre o en los laterales de los puentes de Madrid. Según se informa desde el Samur Social del Ayuntamiento de Madrid, existen en la actualidad una quincena de asentamientos repartidos en distintos puntos. Los más numerosos se encuentran en el puente de Ventas, donde duermen desde las diez hasta las siete de la mañana quince personas desde hace un año; en el puente de Vallecas, donde llegan a reunirse hasta diez individuos desperdigados a los pies del mismo, o en el puente de Plaza de España, donde superan la decena, o el puente de Nuevos Ministerios, entre otros.

Explican desde esta entidad municipal que el perfil del «sin techo» en los puentes ha cambiado. Son personas gitano-rumanas las que se han convertido en las inquilinas de estas estructuras. La razón: están cerca de semáforos y vías principales para dedicarse a la mendicidad, donde se les puede ver a lo largo del día, como es el caso de los «sin techo» de Ventas, en su mayoría mujeres, quienes se desperdigan a diario por la calle de Alcalá.

Sin dinero para regresar

Dicen Benjaim que antes de llegar al puente de Corazón de María vivía en un piso okupa con gente de su misma nacionalidad en Doctor Esquerdo. «Era gente mala y acabaron por echarnos», señala. Revela en mitad de su sueño interrumpido que él nunca pensó que viajaría hasta España para vivir bajo un puente. «No sé escribir ni leer. Me gustaría trabajar de marinero, que es de lo que trabajaba en mi país, o de barrendero, pero no me quieren. Ni siquiera de portero», atiende a decir. Está abierto a cualquier tipo de trabajo. Pero hasta entonces, sólo opta por la mendicidad.

Revela que unos días consigue tres euros y otros seis de la caridad de las personas. «Pero somos muchos y la gente apenas da dinero. Y nos echan de todos lados», informa.

Después de un rato de conversación se anima a sacar de una mochila dos fotografías. En ellas están sus dos hijos pequeños, de no más de seis años de edad. Los muestra con orgullo. En una de las instantáneas están los cuatro, los pequeños, su mujer y él, en el umbral de una chabola. Lleva meses sin ver a sus niños. Y esta Navidad, a diferencia de otros años, no podrá reunirse con ellos. Solo su mujer viajará. Nochebuena y Nochevieja las pasará junto a sus vecinos de plataforma. Sus ahorros no dan para más.

«No se dejan ayudar»

Samur Social ha incorporado para esta Campaña de Frío dos mediadores rumanos para mejorar la situación de estos ciudadanos. Es difícil tratar con ellos. «No se dejan ayudar. Prefieren mantener su situación marginal y continuar dedicándose a la mendicidad y la chatarra», manifiestan desde este servicio municipal.

El programa «Campamentos», al que el Ejecutivo local ha destinado un presupuesto de un millón de euros, persigue insertar socialmente a estas minorías. En el caso que nos ocupa, por el momento sólo han convencido a una familia y a una pareja joven en Usera. El resto es reticente.

El programa les capacita para la inserción laboral: se les educa, se les alfabetiza y se les permite adquirir diferentes habilidades para un futuro trabajo. Pero este programa tiene un inconveniente para la mayoría: que tiene que abandonar la calle.

En diferentes espacios se reciben quejas vecinales sobre estos asentamientos. Sobre todo por los problemas de salubridad que generan. Acumulan multitud de enseres obtenidos de la basura, además de que suelen realizar sus necesidades fisiológicas en los lugares donde se establecen.

Problemas al tráfico

A veces también, informan desde el Ayuntamiento, ocasionan problemas en la seguridad del tráfico. Es el caso de los pedigüeños de los semáforos.

Confirman desde el Samur Social que no hay un incremento de este tipo de colectivos, pero sí un movimiento de estos asentamientos, formados en su totalidad por más de 150 personas, estiman. En el parque de Vallehermoso hay otro grupo numeroso de indigentes rumanos; también en el Templo de Debod y en la zona de las Vistillas.

Probablemente muchos madrileños se preguntarán qué se puede hacer al respecto para mejorar la situación de estas personas y sacarlas de la calle. Únicamente convencerles y persuadirles a través de programas sociales. «No se pueden prohibir los asentamientos en la calle de gente que no tiene recursos», informan desde el Samur Social.

La Policía Nacional desalojó el pasado 10 de diciembre a 69 rumanos que desde hacía más de un año vivían en un asentamiento ilegal levantado en un solar vacío, propiedad de la Universidad Complutense, junto a la plaza de Cristo Rey. Estos ciudadanos del este de Europa se convirtieron durante todo este tiempo en la peor pesadilla de los vecinos de los edificios de Isaac Peral, 42 y Cristo Rey, 1 y 2. A sus pies acampaban por la noche esta gente y dejaba por el día sus porquerías.

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