Viveiro: Tallas articuladas de los siglos XV y XVIII
Viveiro: Tallas articuladas de los siglos XV y XVIII - cedida

Semana Santa al alza con genuinos matices

Con Ferrol y Viveiro como principales estandartes, las procesiones gallegas cobran auge en numerosas localidades

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No hay duda alguna de que la Semana Santa es una celebración al alza en Galicia. La tendencia es general en numerosas regiones españolas, pero tiene sus particularidades en la gallega. Hace mucho tiempo que la jerarquía eclesiástica, que en momento históricos recientes se mostró esquiva con las cofradías, ha advertido en las hermandades un enorme potencial de evangelización. En un ambiente de secularización, las congregaciones penitenciales ganan en importancia. El delegado episcopal para las cofradías en la diócesis de Mondoñedo-Ferrol, Juan Antonio Sanesteban, ya lo apuntaba en una entrevista en ABC:«No cabe duda de que en Galicia hay un repunte de la Semana Santa y las cofradías».

La creación de su puesto es una de las pruebas más palpables.

Hace un lustro los cofrades de Ferrol y Viveiro no contaban con un sacerdote nombrado ex profeso para ser el interlocutor del obispo con ellos. Pero monseñor Manuel Sánchez Monge vio esta necesidad en 2011. Ahora, la Semana Santa de Ferrol acaba de reorganizarse con una nueva Junta de Cofradías que ha adaptado sus estatutos para seguir cumpliendo su función. El cambio ha coincidido con el adiós de Meca Arcos tras casi quince años de labor en pro de la Semana Santa de la ciudad naval.

Pero no ha sido tan sólo la autoridad religiosa quien ha avistado la relevancia que este fenómeno tiene o puede tener en sus ciudades. También los responsables civiles han sabido verlo en muchos casos. Al margen de lo religioso, que se presupone, observan en esta festividad una serie de valores culturales, antropológicos, tradicionales... y, por consiguiente, turísticos. «Entre todos hemos conseguido mantener viva nuestra Semana Santa y hacer de ella un verdadero acontecimiento social», ha afirmado recientemente José Manuel Rey Varela, alcalde de Ferrol.

Incorporación de tallas

La posibilidad de abrir un museo permanente de la Pasión está sobre la mesa con visos de futuro. El pasado miércoles, esta se promocionó en el cupón de la ONCE y un día después se inauguró, en la calle Real, una escultura en homenaje a los cofrades. Toda una serie de gestos que siguen la senda del apoyo a la declaración de Interés Turístico Internacional lograda hace un año, poco después de que Viveiro la obtuviera.

Junto a la ciudad departamental —la más relevante por ser donde con más grandiosidad se celebra la Semana Santa de entre las siete ciudades gallegas— está Viveiro, que cobija historia de siglos. El ejemplo más evidente es El Encuentro en la Plaza Mayor y el Atrio de Santa María en la mañana del Viernes Santo. Se realiza con imágenes articuladas. Jesús con la Cruz a cuestas, también denominado «El Cristo que cae», procede del siglo XV. El resto de tallas que participan en él (la Dolorosa, San Juan y la Verónica), del siglo XVIII.

Esa costumbre se conjuga con novedades. En las últimas ediciones, la incorporación de vírgenes —casi siempre con rasgos andaluces— es muy habitual. También esta vez. En la madrugada del Miércoles al Jueves Santo, procesionará por primera vez con la Orden Tercera en Ferrol la Virgen del Perdón y la Misericordia, ejecutada por el sevillano Juan José Negri Acevedo.

En Santiago, donde el número de hermandades viene creciendo, ayer realizó su primer desfile la Virgen de la Esperanza de Bernardino Mosquera. Su hermandad, fundada hace una década, ha querido recuperar así una imagen de 1877 que no procesionaba y que ha sido ahora restaurada por Manuel Rodríguez Rocha. En pueblos de menor tamaño como O Carballiño, en Orense, también amplían su patrimonio con las imágenes del Señor de la Sentencia y María Magdalena, obras del malagueño José Antonio Lucena Martín que saldrán por la localidad en la noche del Jueves y del Viernes Santo.

La variedad de matices en la celebración popular de la Semana Santa gallega es rica y genuina. De la influencia militar ferrolana a la inspiración marinera viveirense, por las cuatro provincias se encuentran rasgos propios. Ahí está el caso de Fisterra, con una devoción antiquísima por el Santo Cristo en plena Costa da Morte. Su mayor singularidad no la define su patrimonio artístico, sino el etnográfico. Los lugareños teatralizan los momentos centrales de la Pasión con textos que se llegan a remontar a la Edad Media: la Última Cena y la Oración en el Huerto el Jueves Santo y, sobre todo, el anuncio de la Resurrección a mediodía, cuando tres vecinas —las Tres Marías— se acercan al sepulcro vacío de Cristo donde el ángel les da la buena noticia.

Otro destacadísimo ejemplo de religiosidad popular que implica a la vecindad es Cangas, en la provincia de Pontevedra. Su Semana Santa, no podía ser de otro modo, está influida por su ubicación en la ría de Vigo. También conserva imágenes articuladas. Uno de sus instantes álgidos se puede situar en la tarde del jueves, con el desfile del Paso de la Mesa, una Última Cena en la que se sirven productos naturales. Pero el Viernes también es jornada grande con el Encuentro y el Descendimiento. El sábado, en el templo parroquial, varias tallas veneran a Cristo muerto.

El privilegio de Lugo

Además, la parroquia pontevedresa de Santa María de Paradela, en Meis, cuida como un tesoro su Semana Santa, donde la madera o la orfebrería no son protagonistas. En esta localidad el matiz está en la representación viviente de la Pasión, desde el Domingo de Ramos a la Última Cena, el Prendimiento de Jesús y las Negaciones de Pedro, el juicio ante Pilatos y Herodes, la vía dolorosa hacia el Calvario, el Desenclavo (del que hay constancia desde 1800) y la Resurrección. El pueblo unido encarna el Evangelio con ropajes de la época, diálogos y una puesta en escena que traslada al Jerusalén del siglo I.

En cambio, la gran particularidad de la Semana Santa de Lugo, que persigue ser declarada de Interés Turístico Nacional, es la Exposición Permanente del Santísimo en la Catedral. Ocurre desde hace centurias y de ello presumen como privilegio único en el mundo. En 1963 se añadió un segundo aspecto distintivo el Jueves Santo: antes de la reserva de la Sagrada Forma, se traslada en procesión por las calles en el paso de la Última Cena, con tallas a tamaño natural de los apóstoles y, en el centro, un tabernáculo. El cáliz en el que se coloca fue donado en 1461 por el obispo Baamonde.

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