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Banderas y colectivos

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Un buen amigo, homosexual de pensamiento y obra, me comentaba hace unos cuantos años lo mucho que le desagradaba toda esa parafernalia montada en torno al llamado orgullo gay. Aseguraba que el circo mediático -detrás del cual hay un importantísimo negocio, no conviene olvidarlo- en el que han convertido el derecho a elegir con quién se besa uno o con quién se va a la cama, le daba vergüenza. La homosexualidad es una opción tan respetable como cualquier otra, pero al igual que ocurre con las mujeres, la discriminación positiva es la que en muchas ocasiones juega en su contra y provoca justo el efecto contrario al que se pretende conseguir. No sé si para los homosexuales vallisoletanos habrá significado mucho que la bandera arco iris ondeara por primera vez en el ayuntamiento, y no sé si realmente lo considerarán una victoria, pero en cualquier caso la aceptación de su opción sexual no pasa ni de lejos por un gesto que, en realidad, tiene más de político que de social.

Las instituciones, en todo caso, deben tener muy claro el tenor y la pertinencia de los símbolos a los que den amparo, porque siendo la bandera arco iris tan respetable como cualquier otro símbolo que identifique y arrope a un colectivo -siempre que sea respetuoso con el resto-, habrá que tener en cuenta si ese símbolo es institucional o no. Por ejemplo, en España determinadas opciones políticas ponen el grito en el cielo -nunca mejor dicho- cuando ven un crucifijo colgado en el aula, y sin embargo, ese es un símbolo que representa también a un colectivo importante y numeroso. Por ello, es de suponer, entonces, que el ayuntamiento no pondrá pegas a que en la próxima Semana Santa las cofradías de Valladolid puedan ver ondear sus estandartes y banderas en el ayuntamiento. Es lo que llaman democracia, por si algunos aún no lo tienen claro.

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