no somos nadie

¿Quién, quién?

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Estamos en precampaña electoral. Hasta hace pocas horas, prácticamente, los nombres propios no existían: «no me nombres ni de coña», me pedía mitad súplica, mitad embargo, cierto amigo progresista. A lo largo y ancho de la Meseta, el interrogativo quién ha sido demoledor. Lo que, en clave humorística, nos traslada al XIX cuando el duque de Wellington, que estaba más sordo que una tapia, no hacía más que preguntar con trompetilla sobre los componentes del gobierno de lord Derby: «¿Quién, quién?». El cachondeo estalló cuando un periodista le preguntó con sorna por su salud, y el primer ministro respondió a la inglesa: «Perfectamente, y mis niños también».

Pues aquí lo mismo: ya bien y mis niños ni le cuento a usted.

Lógico. En precampaña el pollo de marzo escarba modosito con su madre en el gallinero, pero el de mayo –pasadas las temidas elecciones– ya es todo un gallo y… Puntos suspensivos. Quiero decir que las alcaldías y despachos se pueblan de egos con kikiriki. Pero no adelantemos acontecimientos. La criba selectiva de este marzo está siendo muy pedagógica en Castilla y León. Y tanto. Todas las esperanzas –absolutamente todas– dependían de Juan Vicente Herrera. Las propias y las ajenas. Si el burgalés se iba a casa, los propios entraban en recesión, y los contrarios conjuraban el riesgo de morirse de hambre.

Pero con Herrera al timón, la esperanza ha entrado en la más terrible de las desdichas teologales: el que no equilibre sus ambiciones –tanto los propios como los contrarios– que se ate los machos por dos razones concatenadas. Una, de orden estrictamente metafísico: no existe la esperanza en estado puro. Y dos, por simple planteamiento práctico: el que no espera demasiado tampoco cae en la depresión del desengaño. Así que los movimientos del PP en Castilla y León están marcados por esta práctica típicamente herreriana: la experiencia en el mando no consiste tanto en hacer esto o lo otro, o en quién lo hace o deja de hacerlo, sino en saber políticamente cómo se hace. Esencial diferencia.

Y esto, precisamente –cómo se hacen las cosas–, es lo que se echa de menos en los socialistas de Castilla y León. Han soñado y especulado tanto sobre la marcha de Herrera –cuatro años repitiendo la misma melopea del cambio por las buenas–, que han terminado, dada su táctica de adivinos, por confundir la alegría de la esperanza con la melancolía del desengaño. Conclusión: que nos encontramos con unos maravillosos teóricos en la ciencia suprema para regular nubes –Zapatero, Óscar López y Tudanca– y con un desastre en la práctica política que sólo sirve para alimentar nuestra imaginación o nuestra locura. Para esto ya nos sobra Podemos como fortuna anticipada de una estafa anunciada. En estas elecciones no queda más remedio que agenciarnos la trompetilla de Wellington y preguntar: ¿Quién, quién?

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