Una grabación a un miembro de su partido debilita aún más a Corbyn

El laborista Ashworth afirma en el audio que el candidato de la izquierda supone una «amenaza grave para la seguridad» y que «hay que buscar a otro líder»

Corbyn, en el centro, de campaña ayer en Glasgow REUTERS

Luis Ventoso

Ganar la Segunda Guerra Mundial supuso la mayor gesta de la historia de Gran Bretaña, y la siguen teniendo muy presente. Un ejemplo. La encantadora librería Hatchards de Picadilly, fundada en 1797, pasa por ser la más antigua del país y ya en su escaparate, enmarcado en madera, aparecen libros sobre la proeza bélica, que monopoliza varios anaqueles dentro. Aquel memorable triunfo contra el nazismo lo pilotaron mano a mano dos hombres de ideologías opuestas, el conservador Winston Churchill y su vice primerministro, amigo y jefe de máquinas, el laborista Clement Attlee , un patriota herido en las trincheras, atlantista y anticomunista.

El país salió exhausto de la guerra (el azúcar estuvo racionado hasta 1953). El primer ministro Attlee, que derrotó en las urnas al héroe nacional Churchill, decidió paliar las penurias creando el Estado del bienestar británico. Él inventó el NHS, el sistema de sanidad pública que hoy enorgullece tanto a Boris como a Corbyn, o la baja por maternidad. En una situación de emergencia, su modelo funcionó. Pero el tiempo lo volvió ineficiente. El éxito de Thatcher consistió en desmontar sus rigideces, sobre todo las sindicales, con un soplo liberal y pronegocios. El laborista Blair , que gobernó diez años (1997-2007) encadenando tres mayorías absolutas, fue un centrista que tuvo la inteligencia de no desmontar lo avanzado por Thatcher y mantuvo un Reino Unido abierto al capital y reorientado a la banca y los servicios.

Pero hoy el Partido Laborista es la antítesis del de Blair. Marx vuelve a ser moda en la vieja marca fundada en 1900. En septiembre de 2015, las primarias hicieron ganador contra pronóstico a un socialista de vieja escuela, Jeremy Corbyn, hoy de 70 años , que ha ido radicalizando cada vez más el discurso del partido y lo ha hecho rehén de las bases más extremistas, como la plataforma Momentum. De Corbyn se dice que no es troskista simplemente «porque cuando un amigo le prestó una obra de Trotsky se la devolvió sin leerla». La primera de sus tres mujeres ha confesado que jamás lo vio leyendo un libro . Hijo de un respetado ingeniero y una profesora de matemáticas, no logró superar los exámenes de acceso a la universidad y jamás ha trabajado fuera de la política. Desde hace 36 años vive de su escaño en Islington, al norte de Londres, y en los años de Blair se convirtió en el diputado que más veces ha votado contra su partido. Dogmático, ciclista y abstemio, con fama de perezoso y no muy inteligente, es el líder de la oposición con peor valoración de la historia (aunque compite con un Boris, que es según las encuestas el primer ministro de cuya palabra menos se ha fiado los británicos jamás).

Corbyn, amigo de Hamas y Hizbolá , siente aversión hacia el «imperialismo occidental» y se siente más cerca de las dictaduras de Venezuela e Irán. Cuando se produjo el atentado del 11-S, su primera reacción fue destacar «la impresionante habilidad» que habían mostrado los terroristas. El programa laborista propone nacionalizar el gas, la luz, el ferrocarril y la banda ancha a los cien días de llegar al poder. También crear un banco público e intervenir el 10% de las acciones de las empresas. Los consejos de las compañía nacionalizadas «se emitirán por streaming» para que el público pueda ver de primera mano cómo se gestiona lo suyo. En el Brexit , Corbyn, antieuropeísta de siempre, pues ve la UE como un club capitalista, propone negociar un nuevo acuerdo y un segundo referéndum. Su cliché electoral más repetido es que «llega la hora de acabar con diez años de austeridad tory».

En contra de lo que cabría esperar, las propuestas laboristas de nacionalización son respaldadas por el público británico, en parte por la pésima calidad de servicios como el ferrocarril o la banda ancha . La propuesta de que el Estado vuelva a hacerse cargo de los ferrocarriles gana en las encuestas por 26 puntos de ventaja. El problema de los laboristas es realmente la falta de credibilidad de su líder. No da el tipo de lo que esperan los británicos. «Es débil, no le gustan las Fuerzas Armadas y no sabe ni a qué hora es el discurso de Navidad de la Reina», lamenta un activista laborista en sus feudos del norte. Además, el partido ha tenido que pedir perdón por el antisemitismo que anida en su entraña, con varios abusos no investigados a pesar de las promesas de Corbyn de «tolerancia cero».

En 2017, Corbyn le dio la vuelta a las encuestas y se quedó a solo 2,4 puntos de May, privando a los tories de mayoría absoluta. Con su nueva vuelta de tuerca radical está a diez puntos y peleando por salvar sus graneros electorales de la «Muralla Roja» del norte. La campaña laborista renquea. Tras el fiasco de Boris Johnson del lunes, incapaz de compadecerse cuando un periodista le mostró la foto de un niño de cuatro años durmiendo en el suelo de un hospital, las últimas 48 horas de campaña laborista iban a centrarse en la defensa de la sanidad pública. Pero ayer su diputado de referencia en Sanidad, Jonathan Ashworth , arruinó ese intento, al destaparse a través de una web tory una conversación privada suya con un amigo conservador, al que le decía que las perspectivas electorales laboristas son «terribles», que Corbyn supone «una amenaza para la seguridad» y que el partido debe centrarse «en buscar un líder medio decente para la próxima vez».

El diputado bocazas alegó que solo estaba «bromeando» por teléfono con un amigo. Pero Boris Johnson aprovechó de inmediato el regalo: «Mr. Ashworth simplemente estaba diciendo lo que piensan centenares de candidatos laboristas y millones de votantes». Corbyn, a piñón fijo en su mundo de ayer, no dio importancia a la sonrojante revelación: «Estas no son unas elecciones presidenciales, aquí se elige un Parlamento».

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