Donald Trump
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Donald Trump, fiel discípulo del hombre que arrebató a España su última colonia

El estilo polémico, histriónico y a veces hasta pendenciero de Donald Trump recuerda mucho al despliegue público que hacía un siglo atrás William Randolph Hearst, uno de los primeros magnates de los medios de Estados Unidos

Buenos Aires Actualizado: Guardar
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El estilo polémico, histriónico y a veces hasta pendenciero de Donald Trump recuerda mucho al despliegue público que hacía un siglo atrás William Randolph Hearst, uno de los primeros magnates de los medios de Estados Unidos.

Y el ataque a los hispanohablante como método para ganar seguidores, hacen que el exótico Trump parezca haberse inspirado en Hearst para emprender su camino hacia la Casa Blanca.

Como Trump, Hearst nació en una familia de clase media alta. Su padre era dueño del periódico «San Francisco Examiner» y, tras hacerse cargo de la empresa, supo multiplicar el legado hasta hacerse propietario de un verdadero imperio mediático y en uno de los hombres más ricos de la época. Trump hizo un camino similar.

Desde una modesta inmobiliaria familiar que con el paso del tiempo y gracias a la habilidad y audacia de Donald, se convertiría en un emporio valuado en al menos cuatro mil millones de dólares.

Hearst supo hacer del escándalo un gran negocio. Sus medios fundaron lo que hoy se conoce como «periodismo amarillo». Las noticias espectaculares, a veces demagógicamente presentadas para causar más impacto, le permitieron ganar lectores a costa de los medios conservadores de esos días. Sus medios se encargaron además de dar a conocer los puntos de vista extremos del fundador del grupo, expresados con una sinceridad tan brutal como lo eran las noticias amarillistas que vendía. En ese proceso, Hearst se convirtió en un producto de consumo. Sus frases cargadas de acusaciones, xenofobia e intolerancia eran difundidas por la red de diarios y radios que le pertenecían.

Sucede que la ambición de Hearst no se agotaba en la búsqueda de riquezas. El magnate se creía predestinado a ser el político más importante de los EEUU. Y en su camino al poder, identificó a algunos adversarios que le servirían para expresar el nacionalismo extremo que pretendía usar para llegar a la cima del poder.

Odio a los españoles

Desde el imperio Hearst, lanzaron una feroz campaña contra todo lo que tuviera que ver con la cultura hispana. Desde sus diarios, comenzaron a desafiar al presidente William Mc Kinley para que se apoderara de Cuba. La persuasión funcionó a través de artículos en donde se presentaba a los españoles como un grupo sediento de sangre y capaz de cometer las peores atrocidades en la isla. Cuando el acorazado USS Maine explotó en la bahía de La Habana por razones desconocidas, los periodistas de Hearst instalaron la idea que había sido obra de los españoles. Presionado por sus partidarios y la opinión pública, los norteamericanos desembarcaron en Cuba y en unos meses derrotaron a los españoles.

El odio de Hearst contra los hispanos también alcanzaba a los mexicanos. Desde que las tropa de Pancho Villa asolaron algunas propiedades del magnate en el estado de Chihuahua, sus periódicos se llenaron de estereotipos de mexicanos ladrones y holgazanes que aún hoy siguen instalados como clichés heredados de la furia del magnate de medios.

Pero su paso por la política no fue tan afortunado. Logró ser electo como representante de Massachusetts entre 1903 y 1907, pero luego fracasó en todos los intentos posteriores por subir en la escala política.

Su figura, sin embargo, no cayó en el olvido y fue inmortalizada en el obra maestra de Orson Wells de 1941, la película «Ciudadano Kane», en la que se describe el laberinto de ambiciones, odios y batallas personales que moldearon la vida de Hearst.

A diferencia de su antecesor, Donald Trump no necesitó comprar medios a granel. Con la misma sagacidad que entendía los vaivenes del mercado, supo comprender que había un modo de multiplicar su presencia ante la audiencia sin gastar un dólar de su fortuna para comprarlos. Y logró convertirse en un producto mediático – tal como lo hizo Hearst por otros medios – a fuerza de publicitar su vida privada y ostentar su fortuna ante una audiencia que se maravillaba con sus modos y su estilo de vida recargado de dorados y mujeres escandalosas. Los medios, fascinados con el personaje, lo convirtieron en un habitué permanente de «reality shows», programas sobre famosos y entrevistas en el «prime time».

El ahora candidato presidencial usó esa fama para hacer saber sus puntos de vista políticos y convocar al electorado para que lo lleve a la presidencia. Y nada mejor para ello que resucitar la antigua fórmula de Hearst y ofrecerle al ala más nacionalista de los votantes un enemigo cómodo de asimilar como tal. Y lo encontró en los hispanos, la colectividad de mayor crecimiento en EE.UU. y quizás el mayor desafío demográfico para la comunidad anglosajona norteamericana.

«Salvajes»

Trump cargó contra ellos simplificando todo como si se tratara de un editor de medios amarillista. Cada inmigrante de habla hispana se transformó en un mexicano y cada habitante de origen latino en un factor para explicar la violencia urbana, la pérdida de empleos e incluso el consumo de droga en otras comunidades del país. En donde Hearst clamaba la invasión para castigar a los «salvajes» españoles en Cuba, Trump llama a construir muros en la frontera mexicana para contener a los inmigrantes provenientes de los países del sur.

Con frases simples y clichés que nada tienen que envidiarle a los mensajes de Hearst, Trump armó su propia constelación de enemigos del sueño norteamericanos al que actualizó con un lógico agregado de sentimiento antiislámico.

Tanto Trump como Hearst son producto de un sector híper nacionalista de la sociedad norteamericana que cree ver en los extranjeros la razón de todos sus padecimientos. Más allá de la atención que recibe por su personalidad excéntrica, todo pareciera indicar que Trump seguirá el mismo destino político fallido que el magnate de medios, que también creyó que la astucia en los negocios podían ser canjeada por un puesto en la presidencia. Y si la historia se repite, el «ciudadano Trump» será quizás solo un recurso para hacer una buena película que vuelva a hablar del destino de los que usan a las minorías como chivo expiatorio para intentar llegar a la cima.

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