Confinados en Israel entre unos vecinos que solo temen al Juicio Final

La segunda ola del coronavirus, que ha golpeado con fuerza al Estado judío, ha obligado a un nuevo confinamiento

Un judío ultraortodoxo sostiene una cidra por la fiesta del Sukkot EFE

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Lo primero que sientes es incredulidad. ¡No puede volver a estar pasando !

No importa que los expertos alertaran de lo vertiginoso de la desescalada, que las cifras lo estuvieran anunciando desde hacía semanas, que los médicos levantaran la bandera roja o que cada vez más personas próximas se hubieran infectado… todos queríamos recuperar la vida anterior a marzo y no mirar nunca más atrás. De pronto, una tarde, llega el mensaje de la escuela para informar del cierre indefinido del centro siguiendo la decisión del Ministerio de Educación, luego el ministro de Salud informa de las nuevas viejas directrices que todos conocemos , se limitan los movimientos, se cierran las tiendas no esenciales, se recorta el transporte público… El mundo vuelve a adquirir las dimensiones de tu casa, tus ojos son los balcones y ventanas y maldices a los vecinos que se toman a la ligera la situación y siguen disfrutando del parque del barrio como si esto no fuera con ellos. Estás confinado.

La segunda oleada de coronavirus golpea con fuerza a Israel, donde un tercio de los 1.547 muertos por coronavirus y cerca de la mitad de los más de 240.000 infectados se han producido en el último mes. El Estado judío, cuya respuesta fue modélica en la primera ola, fue el primero en confinar de nuevo a su población ante el crecimiento imparable de la curva y lo hizo el 18 de septiembre. Un confinamiento flexible, marcado por la falta de unidad entre los socios de gobierno en temas clave como las manifestaciones que desde hace trece semanas congregan a miles de personas frente a la casa de Benjamín Netanyahu o el cierre de las sinagogas, punto clave ante las fiestas judías.

El plan del Gobierno era un cierre de 21 días para afrontar las grandes festividades del calendario judío , desde el Año Nuevo (Rosh Hashana), hasta el Sukot (fiesta de los tabernáculos), con el Yom Kippur en medio. Tres semanas de encierro, con limitaciones a las oraciones en grupo y freno a las reuniones familiares, un plan lógico sobre el papel, pero con poco margen de éxito en un país con más de un millón de judíos ultraortodoxos, divididos en infinidad de grupos y con rabinos preocupados por el Juicio Final, no por la pandemia.

¿El resultado? La aparición del ministro de Salud, Yuli Edelstein, adelantando que el confinamiento será más largo de lo previsto , que nadie espere que se termine el 11 de octubre.

Jerusalén, zona roja

Jerusalén es la ciudad con más casos activos del país. El hospital Share Zedek es uno de los dos centros israelíes con la planta Covid completa y desde hace una semana se deriva a los enfermos a otros hospitales. A unos pocos minutos en coche se encuentra el barrio de Mea Shearim, bastión ultraortodoxo que recorrió el lunes el periodista Anshel Pfeffer, del diario Haaretz, durante la jornada sagrada de Yom Kippur. Allí se encontró a «miles de fieles» reunidos en sinagogas como la de Belz, sin mascarillas y sin ningún tipo de distancia social, como si el contagio del virus fuera «un auto-sacrificio» que hacían en nombre de su fe. «¿Coronavirus? Solo tememos miedo día del Juicio Final », le confesaron los allí congregados durante la primera oración del día. Ni rastro de la Policía, más ocupada en cerrar cruces y calles para evitar el tráfico de coches en el día santo que en imponer las restricciones aprobadas por los responsables de Salud.

Durante el fin de semana se registraron 1.384 casos en la ciudad santa, donde la cifra de casos activos alcanzó los 7.226. De los nuevos positivos, 817 fueron ultraortodoxos, según los datos del ministerio de Salud. Las estadísticas oficiales sitúan a los barrios y localidades de estos religiosos como los lugares con más alto nivel contagios (25%), seguidos de los árabes israelíes (entre el 10 y el 15%). Antes del confinamiento total, las autoridades intentaron imponer en estas zonas rojas un toque de queda, pero no surtió efecto.

El director general de Salud, Hezi Levy, alertó de que las yeshivas (escuelas religiosas) presentan «cifras enormes de contagios» y avisa de que aunque vivan en guetos, estas cifras « nos afectan a todos por su impacto en los hospitales ». El alcalde de la ciudad santa, Moshe Lion, realizó también una «llamada de emergencia» a los ultraortodoxos porque «la situación de los hospitales es preocupante» y les pidió respetar las normas para «salvar vidas». Muchos no le hacen caso y el resultado se verá pronto en una curva que no conoce razas o religiones y que no frena su ascenso aunque se repita mil veces un texto del Pentateuco.

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