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Manifestantes argentinos protestan contra la reforma de los servicios de inteligencia argentinos - efe
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Juego sucio de espías en Argentina

La guerra eterna en el submundo político argentino se debe en parte a que no existe un servicio de inteligencia hegemónico

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El señor Y es un veterano de los servicios secretos tan obsesionado por su profesión que una vez creyó que le habían arrancado la página de un diario que daba la noticia de un asesinato político: «Mandé traer varias ediciones y en ninguna estaba. Fue una autosugestión. Ahí vi que tenía que parar un tiempo y me fui a una isla a que una negra me chupara el culo». Bajo el gobierno de De la Rúa, participó en la reestructuración de la SIDE cuando había «demasiado desbarajuste con la guita» y vio venir la conspiración de diciembre de 2001, cuando los comisarios peronistas bajaron a la Plaza de Mayo a poner muertos en el «sancta-santorum de la nación» y entre los funcionarios de Inteligencia hubo reparto de pistolas Glock por si el asalto operado por el justicialismo resultaba incontenible.

La siguiente cúpula del servicio creyó que el señor Y se había llevado consigo grabaciones comprometedoras. Una tarde, al entrar en casa, el señor Y se encontró con tres operadores enmascarados que lo arrodillaron y le tendieron un vaso de whisky: «Flacos, esto que me dan no me enviará al otro lado, ¿verdad?». «Bebételo, boludo, es sólo para que podamos trabajar tu casa tranquilos». «Espero que al menos hayan elegido un whisky decente», dijo antes de beber. Cuando despertó, con su propio vómito en la mejilla, con los ordenadores robados y el apartamento reventado, salió a la calle todavía drogado y entró en tiendas de electrodomésticos «pateándolo todo» para exigir que le devolvieran las computadoras.

En la SIDE, el señor Y conoció a Stiuso, que ya entonces era el espía argentino con mejor reputación en la comunidad de los servicios internacionales. Mantuvieron relación. Stiuso siempre aparecía por sorpresa, cuando el señor Y estaba entrando en el garaje, con una gorra calada, como si lo fuera a matar: «¿Te asustaste, macho?», le bromeaba. Stiuso adquirió después una inmensa importancia porque Néstor Kirchner «al principio le tenía miedo a todo. A un presidente con sólo un 22% lo volteaba seguro la Inteligencia», y se encomendó a Stiuso en lugar de fragmentar el poder y de enfrentar a unos con otros. Stiuso era un agente vocacional al que le gustaba la calle y participaba en los operativos, «no es un cagatintas». Por supuesto, dice Y, que andaba siempre con prostitutas, «¿pero de dónde si no vas a obtener la información? ¿En qué creés que consiste esto? Si querés que te controle a los servicios que entran por Ciudad del Este (en la turbulenta Triple Frontera), tendré que reclutar a las putas árabes». También fabricaban informes para chantajear a los adversarios políticos: «Están controlados todos los clubes de swingers, todos los telos (picaderos). Se anota incluso si a un pibe le gusta sentarse en el inodoro cuando mea». La guerra eterna en el submundo político argentino se debe en parte a que no existe un servicio de inteligencia hegemónico, sino diversos en constante antagonismo, a los que hay que agregar los servicios privados que ofrecen carpetas de desacreditación y tienen infiltrado el periodismo.

Llegamos a Nisman. Según el señor Y, «un cachivache, un tipo que se ponía lentes de contacto de color celeste, por favor». La acusación de encubrimiento encuentra su contexto político en la maniobra estratégica del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner para establecer relaciones con países como Irán que alteran el eje diplomático de Argentina. También el de sus servicios. Todo en un ambiente hermético, porque la presidenta no habla con nadie, no hace explícitas sus órdenes, por lo que nadie está seguro jamás de que otro operador actúe avalado por el gabinete o por cuenta propia: «Incluida la lumpen/dipomacia de D'Elia». Espías como Stiuso, de quien dependían las relaciones con agencias como la CIA, se encuentran de pronto en la intemperie. Añádase que se desarticula un negocio de chantajes mediante fallos amañados en connivencia con la judicatura y que Fernández de Kirchner potencia otro servicio de inteligencia, la J2 del ejército, antaño implicada en las desapariciones de la dictadura, pero ahora purgada de los militares que sirvieron entonces. Stiuso queda tan desprotegido que, en palabras del señor Y, los enemigos «le huelen la debilidad, le huelen la sangre». En este sentido, ocurre un hecho determinante para su paso a la clandestinidad e incluso a la confrontación directa con el gobierno, ya en términos de guerra secreta. Stiuso tenía un colaborador íntimo apodado «El lauchón». Era un «valijero», es decir, un encargado de visitar los clubes de prostitutas relacionados con la trama de inteligencia para pagar a las chicas y a los demás confidentes. «El lauchón» vivía en una quinta de Moreno en la que irrumpieron, tirando la puerta abajo, efectivos del Grupo Halcón de la Policía Bonaerense. Lo fusilaron literalmente con siete disparos, y el rumor divulgado sugiere que asaltaron la casa porque buscaban a Stiuso, que a partir de ese hecho se hizo indetectable y urdió una respuesta utilizando a Nisman. El señor Y tiene una opinión muy desfavorable de Nisman que no coincide con el proceso de idealización del fiscal comenzado a raíz de su muerte. Lo acusa de corrupto. Dice (sin aportar pruebas, tal vez con la única intención de desacreditarlo: en este caso todos juegan a eso) que en su casa de Le Parc de Puerto Madero apareció dinero. Describe una dependencia insana que en realidad se parece a aquella con la que los espías crean nexos gregarios con las prostitutas: «A las chicas las haces dependientes con la cocaína. A los fiscales, con el dinero y con el suministro de informaciones que les permite destacar. Ni el A5 que conducía Nisman era suyo».

Como cualquier otro actor de la política y el submundo argentinos, tampoco el señor Y tiene una certeza acerca de lo que sucedió en el apartamento de Puerto Madero la noche de la muerte de Nisman. Dice que la hipótesis de un plan ejecutado por Stiuso se vuelve inverosímil por la propia muerte: «No le hacía falta, por más que fuera verdad que a Nisman iban a despedazarlo en la comparecencia parlamentaria, porque no tenía nada de verdadera trascendencia jurídica». Sí cree que el suicidio sería demasiado perfecto, y que no comprende que, en un momento de apuro, el dispositivo de escoltas, en lugar de derribar la puerta al no obtener respuesta de Nisman a sus llamadas, se fuera a buscar a la madre como para dar un adorno dramático al hallazgo del cadáver. Tampoco él apreció jamás ninguna tendencia suicida en el fiscal. Al revés, estaba motivado, convencido de que iba a coronar con la máxima exposición mediática toda una carrera dedicada obsesivamente a la AMIA que le había costado incluso dividir a las asociaciones de víctimas y resultar impopular entre los compañeros de profesión. En esto coincide con la percepción de Alberto Fernández, antiguo jefe de gabinete de los Kirchner, reclutado ahora por el opositor Massa, que se encontró con Nisman en un supermercado, «empujando cada uno su carrito», y lo vio lleno de determinación: «Sólo nos pidió ayuda a los diputados de la oposición para zafar de la emboscada que el oficialismo le había preparado». El señor Y se despide con una apreciación técnica que contribuye a alimentar aún más el juego de las sospechas. Dice que, si lo es, el asesinato de Nisman es de una dificultad y de una perfección que sólo está al alcance de los grandes servicios extranjeros. «¿Cuál?». «Yyyy....».

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