Una mujer junto a un supermercado en el sur de Londres
Una mujer junto a un supermercado en el sur de Londres - afp

El super en Londres: todo... menos buen pescado

Leyendas como que en el Reino Unido no se puede encontrar tomate frito envasado o aceite de oliva son eso: leyendas

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Si te vas a vivir a Londres llevándote tu casa a cuestas, es decir, con una mudanza, lo normal es que hables con al menos un par de compañías buscando el mejor presupuesto. En esas charlas, los representantes de las empresas suelen proporcionar siempre algunos consejos prácticos de cara al traslado. Aunque se ofrece como un servicio más bien alegal, un poco bajo cuerda, normalmente brindan la opción de llevar a las islas junto con los muebles algunos artículos de alimentación que según ellos no se encuentran en el Reino Unido, o solo en sitios muy especiales y a precios hiperbólicos. Entre ellos, las casas de mudanzas suelen citar el aceite de oliva, el bonito en lata, el tomate frito en bote y los dos compañeros básicos que hacen llevadera la existencia de todo español de bien: el jamón serrano y el rioja.

Cargar con todo eso rumbo a Inglaterra resulta un poco exagerado. El aceite es más caro, es cierto (hemos visto, como oferta, un litro de aceite de oliva virgen español a seis libras –ocho euros- con la sorpresa de que era ¡gallego!). Pero hay una gran variedad, sobre todo de marcas italianas, y es un artículo universal en cualquier supermercado. Lo mismo ocurre con el tomate frito de bote, merced de nuevo a los italianos, que me temo que igualan o superan en calidad al nuestro. Las conservas de pescado a veces sorprenden para bien. Por una libra (1,3 euros) se encuentran latas de anchoas pequeñas excelentes. Y tampoco falta el bonito, enlatado o en cristal, a buen precio, aunque abunda más en salmuera o en aceite de girasol que en aceite de oliva.

Hemos comprado paquetes de un jamón serrano español digno a 3,5 libras (4,6 euros) y sí, sobra rioja y vino español. Lo hay en cualquier supermercado, aunque lógicamente más caro. En una cadena de delicias gastronómicas, WholeFoods, venden el Cune crianza en oferta a diez libras (13,3 euros). Si se quiere beber vino español a bajo precio, se puede recurrir al que se embotella como genérico, como marca blanca de algunas grandes cadenas, en la letrilla pequeña se descubre de dónde es y resulta un modo económico de beber, por ejemplo, una botella de ribeiro por unas cinco libras. El vino español tiene anaqueles mucho más pequeños que el francés y el italiano, los más valorados, y afronta la dura competencia de los también sabrosos caldos chilenos, sudafricanos o australianos, que están por todas partes.

La fruta es buena, pero cara y poco variada. Los plátanos (dominicanos y colombianos casi siempre) son deliciosos; tal vez estemos hiperbolizando un poco las virtudes de los nuestros, aunque todos simpaticemos con el patriotismo platanero con Canarias. Una bolsa de rúcula vale una libra, y es excelente. En general, las bolsas de lechuga presentan más calidad que en España. Huelga decir que las galletas son soberbias, amén de contundentes (ay, ¡esa mantequilla en vena!). Los anaqueles de cerveza y sidra constituyen un espectáculo, con el problema para quien sea soplador en cortode que las botellas acostumbran a ser de medio litro (la pinta, la medida nacional inglesa). Se encuentra siempre cerveza española San Miguel, y he comprado la cerveza de mi ciudad, Estrella Galicia, en un colmado indio (momento en que poco faltó para darle un abrazo placaje al dependiente en un leve rapto de morriña).

Los clientes ingleses se abonan a los prefabricados, la comida preparada. Se vive rápido y aunque la cultura gastronómica ha mejorado drásticamente respecto a hace solo diez años, muchos londinenses consideran, tal vez hasta con razón, que no tiene sentido pasarte en los fogones media hora o cuarenta minutos para preparar algo que luego te vas a ventilar en doce (y en su caso hablando mientras mastican, algo que se ve hasta en los protagonistas de las series de televisión). El resultado de esa mentalidad son todo tipo de prefabricados, con omnipresentes recetas indias y asiáticas arroceras y con fideos, y sándwiches más bien insípidos de cadena. La leche, magnífica, se suele vender en fresco. El tetra es una rareza. La carne buena es cara, la de color alienígena, asequible.

Toda esta pitanza tiene un gran agujero negro: el pescado. En los supermercados el fresco es asombrosamente malo y escaso, con la excepción del favorito local, el salmón, que es variado y excelente (por 5 libras puedes comprar una bandeja con dos buenos tacos que componen una correcta comida). El resto es un pescado extraño, mustio, que a nada invita. Sorprende en una isla la escasa pasión por comer pez. En los congelados, suele el pescado está casi siempre embadurnado en todo tipo de masetas y sabores extras. Se trata de camuflarlo como sea, pues se conoce que su sabor natural no agrada al paladar inglés. Las pescaderías a la continental, con mercancía de buen olor y color, son pocas y muy caras, con predominio de público latino, sobre todo franceses.

Un paquete de plástico con uvas vale unas 3 libras (cuatro euros), una botella de Möet, 38 (50,6 euros). Seamos francos: Londres es un robo a mano armada, en especial los restaurantes y los alquileres. Pero su pujanza y su pulso continúan siendo un imán que compensa casi todo.

(PD. Enigma para investigar: desde hace dos meses han desaparecido los cacahuetes de los supermercados. A cambio, han llegado las cerezas chilenas).

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