La gran aportación de Fernando VII a España: la distribución provincial que inspiró la actual

Entre las reformas postreras del monarca destaca la división provincial, que llevaba un tiempo sobre la mesa y se puso en marcha justo a su muerte

Retrato del rey Fernando VII de España (1784-1833), que aparece vestido con el uniforme de capitán general del Ejército.
César Cervera

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Engañó a sus padres, a Europa y a Napoleón. A sus mentores y amigos. A sus esposas. A los liberales y, para que no tuvieran envidia, también a los absolutistas. No una, sino muchas veces. Fernando VII desafió aquella máxima —atribuida a Abraham Lincoln— de que se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Él lo hizo logrando conservar, además, la consideración del pueblo español, que lo vio como un monarca inocente y virtuoso hasta casi sus últimos días de vida.

Retrato de María Isabel de Braganza

El cómo consiguió embaucar a tanta gente y durante tanto tiempo entra dentro de los grandes misterios de la humanidad . La respuesta más aproximada apunta a la dificultad de derribar un mito, el del Príncipe Inocente secuestrado por Napoleón, cuando se ha invertido tanta sangre para erigirlo y a una habilidad del soberano no lo bastante valorada. Al contrario que otras personas taimadas, Fernando no asumía una actitud reservada o ambigua, sino que se decantaba por hacerse el disminuido mental con la gente que acababa de conocer. Prefería que le tomaran por tonto a que le cercaran por listo. Hacerse el simple fue el arma predilecta de este maestro del disimulo, junto a su costumbre de dejar entre sus palabras y sus últimas decisiones un margen de maniobra insoportable para que su voluntad pudiera cambiar en el momento oportuno.

Napoleón, que alardeaba de conocer bien la naturaleza humana, patinó por completo en su juicio sobre Fernando, para quien mentir era como respirar :

«En cuanto al príncipe de Asturias, es un hombre que inspira escaso interés. Es un estúpido, hasta el punto de que no he podido sacarle una palabra. No responde a cualquier cosa que se le diga; aunque se le reprenda o se le hagan cumplidos, jamás cambia el semblante».

Su primera esposa , desesperada por su pasividad, también detectó el uso indiscriminado que Fernando hacía de su abulia:

«Me vuelvo hacia el lado interior ¿y qué veo?: un marido que ni siquiera entiende lo que digo, aunque le hablo en su lengua; que me hace enrojecer con sus groserías con la gente y que cuando se le mencionaban cosas sabias, sale hablando de comida o de paseo, y repite las palabras».

Promotor cultural

Como recuerda Emilio La Parra en su biografía del Rey, editada por Tusquets en 2018, la falta de inteligencia no estaba entre los defectos de Fernando. De lo contrario no hubiera podido engañar a tanta gente. Era más astuto de lo que siempre apreciaron sus enemigos e incluso albergó algunas inquietudes culturales. De niño le chiflaba leer libros de historia sagrada y de la Antigüedad, y cuando no levantaba un palmo del suelo ya había formado una biblioteca particular de cierta entidad, aunque en verdad solía interesarle más la encuadernación y cortar los pliegues desiguales, que el contenido. Una de las primeras cosas que le enfrentaron a Godoy fue que este obstaculizara la publicación de la traducción que Fernando hizo al español de ‘Histoire des révolutions arrivées dans la Repúblique Romaine’, obra muy popular sobre los últimos años de la República romana.

De niño le chiflaba leer libros de historia sagrada y de la Antigüedad, y cuando no levantaba un palmo del suelo ya había formado una biblioteca particular de cierta entidad

En la prisión en Valençay , los libros volvieron a estar muy presentes en su vida gracias a la imponente biblioteca que Talleyrand puso a su disposición. Fernando y su hermano vivieron el cautiverio rodeados de obras de Rousseau, Montesquieu, Voltaire y otros libros prohibidos por la Inquisición, como «Don Carlos» de Friedrich Schiller, sacrosanto de la Leyenda Negra . Amén de que fue en su reinado cuando se habilitó, a sugerencia de su segunda esposa, el Real Gabinete de Historia Natural, construido por Carlos III , como Museo del Prado. Solo por esa aportación a la cultura, los españoles atesoran una razón para ver al Rey de forma más positiva.

Sobre la bocina

Fernando VII vivió durante su reinado revoluciones, chascos como el de la flota rusa , graves pérdidas territoriales y derrotas diplomáticas del calibre del Congreso de Viena, donde España no sacó nada positivo a pesar de formar parte del bando de naciones vencedoras de las Guerras Napoleónicas. No hubo paz en su reinado hasta casi el final. A partir de 1823, en la Década Ominosa se pusieron en marcha diversas medidas de modernización que darían lugar, una vez muerto él, al nacimiento del estado liberal que heredaría Isabel II.

Fue un intento de crear una administración eficaz en la Hacienda para remediar la desastrosa situación de las finanzas. Se elaboró para ello el primer código de comercio del país, se creó poco antes el Museo del Prado, la Bolsa de Madrid , el Ministerio de Fomento y la Policía. La Ley de Minas que se puso en marcha durante su reinado impulsó la explotación minera a través de empresas privadas. Medidas orientadas a mejorar la administración y la economía, aunque no a liberalizarla.

Se modernizó el país con ayuda, entre otros, de ministros procedentes de los antiguos josefinos, al fin retornados de su largo exilio, aunque manteniendo el sistema político predilecto del Rey.

Reorganización provincial

Entre las reformas postreras de Fernando VII destaca una que todavía afecta directamente al día a día de los españoles: la división provincial, que llevaba un tiempo sobre la mesa del Rey y entró en vigor justo a su muerte. A finales de octubre de 1833, poco después de morir Fernando VII, la regente Maria Cristina dio luz verde al ministro de Fomento Javier de Burgos , antiguo afrancesado, para una reforma que, apenas un mes después, se materializó en el decreto que dividido el país en 49 provincias. Todas ellas tomarían el nombre de sus capitales, excepto las provincias de Navarra, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, que aún conservan sus denominaciones.

La «nueva» España dibujada por Burgos tenía, además de las 49 provincias, 14 regiones y, a partir de abril de 1834, 463 núcleos de población con juzgado de primera instancia. Estos últimos eran los « partidos judiciales» , cuyas características permitieron establecer fácilmente las «cabezas» de los mismos, que, hoy en día, se han reducido bastante en número. A diferencia del modelo francés, el ministro no siguió solo criterios geográficos, sino también un carácter histórico, respetando las divisiones de los antiguos Reinos y teniendo en cuenta al mismo tiempo la distancia y el número de habitantes de cada núcleo de población. En el siguiente reinado se modificó el mapa, pero a grandes rasgos siguió vigente la distribución de Burgos.

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