crítica
Bar Mini Bar: la fritura que habla en voz baja, pero con acento gaditano
«Mini Bar elige el camino del silencio, el de la fidelidad al sabor de siempre, el de la verdad del producto»
Recomendado
Enrique Pérez
Cádiz
Hay lugares que no necesitan levantar la voz para hacerse oír. El Mini Bar, enclavado en pleno corazón de Cádiz capital, es uno de ellos. Su nombre humilde, casi de otra época, esconde una sabiduría de taberna antigua y una cocina que rinde culto al producto fresco y a la fritura bien entendida, esa que se hace con aceite limpio, manos expertas y un profundo respeto por la mar.
En una ciudad donde el «pescaito frito» es religión, el Mini Bar no pretende reinventar nada, pero lo ejecuta con una precisión que invita a la reverencia. Su propuesta es directa, sin florituras ni pretensiones, pero con una autenticidad que se agradece en tiempos de tanta espuma y tan poca sustancia.
Comenzamos la visita con una ventresca de gallineta, una pieza poco habitual en cartas populares, que aquí se sirve frita con mimo. Grasa melosa, carne tersa, piel crujiente: un bocado que demuestra que el cocinero sabe lo que tiene entre manos. No hay artificios: solo fuego, sal y materia prima. Y eso basta.
La pijota frita, crujiente por fuera y jugosa por dentro, confirma que la fritura aquí noes un trámite, sino un arte. El rebozado es leve, apenas un susurro que protege el pescado sin enmascararlo.
La puntillita, diminuta y perfectamente limpia, mantiene esa textura que tan pocas veces se consigue: firmeza sin goma, ternura sin blandura. Es Cádiz en su mínima expresión, pero sin perder ni un gramo de sabor.
Los boquerones fritos mantienen el nivel: frescos, limpios y correctamente ejecutados. Crujientes sin exceso, con el punto justo de sal, y sin rastro de aceite sobrante. No buscan brillar por encima de otros platos, pero cumplen con lo que se espera de ellos: un bocado honesto y bien frito, que encaja perfectamente en la sinfonía de esta pequeña barra marinera.
Mención aparte merece el cazón en adobo, una prueba de fuego en cualquier barra gaditana. En el Mini Bar lo bordan: equilibrio perfecto entre vinagre y comino, textura carnosa, rebozado dorado y seco. No hay notas estridentes ni adobos desmedidos: todo está donde debe estar.
Los calamares fritos, quizás el plato más común de la comanda, sorprenden por la limpieza del corte y la ternura de la carne. Ni duros ni aceitosos: simplemente bien fritos, algo que no debería ser extraordinario, pero lo es más veces de las que uno quisiera.
El Mini Bar no necesita vajilla de diseño ni cartas interminables. Aquí, la excelencia se encuentra en lo cotidiano, en ese pescado que llega fresco cada día del mercado, en una freidora que trabaja con disciplina, y en un servicio que entiende que lo importante es el plato, no el postureo.
En un escenario gastronómico saturado de gastrobares que buscan llamar la atención, el Mini Bar elige el camino contrario: el del silencio, el de la fidelidad al sabor de siempre, el de la verdad del producto. Y lo agradecemos.
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Comida
3/5Servicio
3/5Ambiente
3/5- Tradicional
- Mariscos
- Pescados
- Pijota frita
- Puntillita
- Boquerones fritos
- Cazón en adobo
- Calamares fritos
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