Conversamos con Antonio Esquivel, la entrañable sonrisa de la Venta El Toro en Vejer

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A los pies de Vejer de la Frontera existe un pequeño paraje natural único en la comarca de La Janda. Santa Lucía es uno de esos lugares ideales para vivir el turismo rural y la naturaleza en su máxima expresión, respirar la armonía y tranquilidad de su entorno, con su esplendorosa vegetación, su belleza paisajística, sus molinos y cascadas de agua.

La venta se ubica en Santa Lucía, a los pies de Vejer.

Además de su encanto natural, Santa Lucía se ha hecho un importante hueco en las agendas de miles de peregrinos que acuden, de todas partes del mundo, atraídos por los templos de la gastronomía que allí se ubican. Pero hace más de 70 años, mucho antes de que surgiera este boom gastronómico en la zona, abrió sus puertas la Venta El Toro.

Un lugar anclado en el tiempo que da la bienvenida al visitante con una típica estampa de casa rural, donde la sombra de su terraza y un merendero cubierto de vegetación sirven para combatir las altas temperaturas del verano.

La Venta El Toro recibe al visitante con una típica estampa de casita rural.

La venta es un constante ir y venir de gentes de aquí y de allá, donde todos los idiomas se funden en uno cuando se habla de platos típicos, donde todo el mundo saluda a Antonio como si fuera parte de su familia. Conversar con él es rememorar tiempos pasados, es escuchar la voz de la experiencia. Su mirada es la de quien viene de vuelta de todo, de quien echa la vista atrás y sonríe por lo vivido mientras mira a su alrededor y se enorgullece de lo que tiene.

Antonio Esquivel nació en Vejer hace 76 años. Su abuelo tenía un corral y un horno de pan en el pequeño núcleo rural de Santa Lucía donde su padre, en el año 1945, cuando Antonio sólo contaba con cuatro años, abrió una pequeña barra donde se servían vinos y aguardiente. “Antes nada más que se bebía eso, antes no había ni cerveza ni Coca-Cola” señala. Su clientela era, sobre todo, trabajadores del campo por lo que el negocio era más bien pequeño. Es por ello que Antonio, a la edad de 17 años, comenzó a trabajar como peón de albañil para ganarse la vida. “Entonces yo iba andando hasta Barbate” recuerda, “eso era allá por el año 1958, cuando todavía había hambrecilla por aquí”.

Antonio se curtió durante muchos años en el arte de ser un buscavidas por la provincia de Cádiz.

Durante muchos años Antonio se curtió en el arte de ser un buscavidas, cosa que no se le dio nada mal gracias a su carácter amigable y su picaresca. «Yo he salido de aquí con un seiscientos cargado de chivos para venderlos y no tenía dinero ni para echar gasolina, y he vuelto de Cádiz con 20.000 duros en el bolsillo. Esa es la universidad más grande que hay, la calle te enseña». Hace 20 años decidió volver al negocio que inició su padre, viviendo entonces el resurgir de este pequeño rincón donde el tiempo se detiene y al que Antonio ha sabido imprimir su propia personalidad, convirtiéndolo en un lugar familiar y acogedor.

El interior de la venta está lleno de detalles y recuerdos.

Precisamente por esa forma de ser, con sonrisa pícara y un gran sentido del humor, Antonio tiene el privilegio de contar con muy buenos amigos entre los que se encuentra el prestigioso cocinero José Andrés, que fue precisamente uno de los precursores del renacer de la Venta El Toro. “Aquí viene mucha gente de Washington a comer que me dicen: vengo de parte de José Andrés” comenta Antonio. Y es que, a día de hoy, la Venta El Toro es parada obligatoria en Vejer, en especial para probar sus famosos huevos fritos con patatas y jamón, su menudo, la berza y los sabores caseros de siempre. El actor Hugo Silva, el Gran Wyoming o Raquel Revuelta son algunos de los habituales del lugar. “Wyoming cada vez que viene se toma una copita conmigo” afirma entre risas. En la Venta El Toro se han vivido fiestas eternas. “Cuando Barbate estaba bueno de pesca, aquí entraba el dinero con una pala. Venía gente que tenía barcos con un guitarrista y un cantaor, y empezaba la fiesta a la una del día y no se iban hasta la una de la noche” recuerda Antonio.

Al ‘tío Antonio’ le brillan los ojos al recordar los buenos ratitos que ha vivido en la venta.

Nunca imaginó que la pequeña barra que montó su padre iba a convertirse en lo que es hoy, donde han llegado a atender hasta cien comensales a la vez. Santa Lucía es ahora un hervidero de visitantes muchos de los cuales vienen para echar un ratito con ‘el tío Antonio’. Ahora es uno de sus sobrinos, el joven Antonio Esquivel, quien lleva las riendas del negocio para darle continuidad. Pero Antonio siempre está ahí, tomando el fresquito en la terraza, saludando a todos con su entrañable sonrisa.

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