Yeyo Llagostera y su mujer en Trocadero, playa de Marbella
Yeyo Llagostera y su mujer en Trocadero, playa de Marbella - FRANCIS SILVA y ABC

Yeyo Llagostera: «La mejor fiesta es la que nunca acaba»

Personaje imprescindible de la Marbella dorada, evoca aquellos años en que era destino obligado para la jet internacional

Madrid Actualizado: Guardar
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Desenfadado, culto, con una pizca de locura y tremendamente valiente. «Niño mal de casa bien» que formó parte de los famosos Choris. La Marbella dorada se rindió a sus pies y no hubo sarao en la Costa del Sol que pudiera celebrarse sin su presencia. En la actualidad, felizmente casado con Karine Maeck, hablamos con la cara visible de Trocadero, un complejo situado en la Playa Casablanca que él define como «el típico chiringuito, pero reactualizado». El café transcurre con el Yeyo de ayer... y con el de hoy.

Yeyo con Gunilla Von Bismarck y Luis Ortiz, otro chori
Yeyo con Gunilla Von Bismarck y Luis Ortiz, otro chori - ABC

— ¿Qué tiene Marbella?

El microclima, protegido por la montañita llamada La Concha que permite una temperatura excepcional todo el año; y también está un porcentaje de historia o de casualidad.

Cuando yo llegué, no existía. El sitio de moda era Torremolinos que luego se cargaron. Hoy es un bloque de cemento armado.

— ¿Por eso trasladaron la «sede»?

Fue una serie de acontecimientos: Apareció el Príncipe Max, padre de Alfonso de Hohenlohe, y compró una extensión de terreno en la actual Milla de Oro marbellí. Se hizo su casa y vendió espacio a personajes de las finanzas y de la realeza como Rothschild o los Bismarck... Luego llegaría el Marbella Club que se llenaría de rostros de Hollywood y empresarios, magnates...

— Y su hijo, el príncipe Alfonso, continuó lo que empezó su padre...

Con él llegaron el glamour y las finanzas. Hacía de todo y sabía de todo: cocinar, pintar, deportes, hablaba siete idiomas...

— ¿Qué queda de aquella Marbella de los años dorados?

¿Además de La Concha y de «nosotros»? (risas)... Muchos han muerto, pero también llegan personalidades nuevas. No ha dejado de venir gente, aunque a la importante no se la ve: hacen fiestas privadas, lejos de la prensa. No se entera nadie de que andan por aquí.

— Recuerdo ver en las revistas a celebridades como Audrey Hepburn y Mel Ferrer, Rainiero y Gracia de Mónaco, Ava Gardner, Henry Ford...

¡Qué tiempos! Pero ahora viene Bruce Willis, por citarte uno. Tenías que haberle visto por Puerto Banús, ¡parecía un torero recién salido de la plaza, después de haber cortado las dos orejas y el rabo! Artistas famosos siguen viniendo, aunque no se entera nadie. Si me nombraran presidente del Gobierno, ahora que estamos como estamos, yo haría de Marbella un paraíso fiscal... Así los poderosos dejarían su dinero.

— ¿Marbella tiene hoy una «segunda transición»?

Hemos tenido mala prensa, porque aquí se han refugiado distintas mafias: la de los rusos, la de los marroquíes, las centroeuropeas... Delincuencia de alto copete. Incluso ahora estamos amenazados por el ISIS.

— Y eso que ustedes se llevan bien con el mundo árabe...

Vienen muchos jeques. Yo, cada año, espero la llamada del secretario del Rey de Arabia Saudí, que me pide ocho corderos matados bajo el rito halal para una mesa de 150 comensales.

— De todas las fiestas que ha organizado, ¿cuál recuerda con más cariño?

Una que duró varios días y vinieron unos 2.000 invitados, con Los Brincos, Los Flamencos, Barrabás, Miguel Ríos... Se me fue de las manos. Quise hacer una cosa muy especial, en casa de Manolo González. Estuve preparando invitaciones, aguantando la presión... Hasta que dije: ¡Open house! Y vinieron 2.000 personas. Estuvimos casi una semana.

— ¿Cómo se consigue eso?

Muy fácil. Amaneces al lado de la playa con una guitarrita que suena de fondo, luego se suma un cuadro flamenco, empalmas con el fino del mediodía... Llega la paellita del almuerzo, luego la sobremesa, te lías con los cócteles y ya es la hora de la cena... Así un día, y otro, y otro... ¡cuando te das cuenta, es lunes!

— ¿Cuál es la fiesta perfecta?

La que nunca acaba. Es aquella en la que quien la convoca está feliz, los que asisten están felices, y no pasa nada... Pero ¡eso es imposible!

— ¿Qué personaje le ha impactado más, en el cuerpo a cuerpo?

Me impresionó de cerca, estar con él y jugar al golf, con un grandísimo tacaño llamado Sean Connery. Un tipo que, si el café valía 70 pesetas, pagaba con 100 y esperaba el cambio. Increíble.

— Jaime de Mora fue un personaje vital para Marbella...

El «tito Jaime» merece un capítulo largo del libro que estoy escribiendo. Hacía unas fiestas memorables en las que estaba invitado todo el que llevaba una botella. Era un tipo impredecible.

— Usted formó parte del grupo de los Choris. ¿No le molesta ese nombre?

¡Cómo me va a molestar! Éramos cuatro amigos, contándome a mí: Luis Ortiz, Antonio Arribas y Jorge Morán. Éste último, fue el inventor del apodo. Nunca recordaba el nombre de nadie y como siempre estábamos rodeados de gente, a todos les decía «hola, chori», «qué pasa, chori»... ¡Con decirte que tengo la palabra tatuada en el brazo!

— ¿Se arrepiente de algo?

Me arrepiento de casi todo.

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