Macondo en la Alcarria

La corresponsal del diario «El Tiempo» de Bogotá descansa a la sombra de los olivos y tratando de «sacar adelante» su huerta en un rincón de Guadalajara

La periodista y su familia llegaron hace unos años a esta propiedad, una casa con un antiguo molino de aceite ABC

Juana Samper Ospina

Sucedió hace algunos años. Mis hijos, que entonces eran pequeños, jugaban en el jardín frente al molino, esa casa de campo que ha sido nuestro refugio de fines de semana y nuestro paraíso del verano. De pronto se soltó un aguacero . Corrimos a refugiarnos adentro y esperamos unos minutos, mientras escampaba. Al salir de nuevo, las vimos: no medían más de dos centímetros. Eran verdes, con visos rojos y naranjas. Daban pequeños saltos. Y cubrían todo el espacio. Unos minutos antes no estaban ahí. Esa tarde llovieron ranas en la Alcarria.

Los chicos del pueblo las metieron, divertidos, entre botes de cristal. Luego los desocuparon al borde del río Badiel , que, rodeado de sauces y huertas, baña el valle donde se encuentra la casa. Un poco más allá, a unos trescientos metros, se despliega el pueblo. Durante el invierno viven cerca de 15 personas y en verano llegamos al centenar.

No ha sido la única lluvia de ranas que se ha producido en el mundo. He leído noticias que informan sobre acontecimientos similares y he conocido las explicaciones científicas de este fenómeno que sería fácil denominar de mágico . Ignoro si son ciertas, pero sí soy testigo de muchos fenómenos que tienen lugar en Utande. No les busco raíces racionales . Como colombiana, sé que es mi pequeño Macondo en España.

Otros espacios

Hace muchos años llegamos a este pueblo, cuando buscábamos un espacio alejado de la ciudad. Lo encontramos gracias a un amigo argentino que debía regresar a su país y necesitaba que alguien cuidara su casa, un antiguo molino de aceite .

Al cabo de los años se lo compramos. Tras superar trámites absurdos y sobrevivir a reformas con presupuestos anteriores a la crisis, ahora el viejo lagar es nuestra casa… Los rulos, la prensa, el tornillo enorme, las piedras y tinajas de la centenaria maquinaria para extraer el aceite de oliva admiten nuestra compañía. Aquí pasamos los veranos, cuando el pueblo adquiere otro ritmo.

Mientras Madrid bosteza bajo un vaho de calor, Utande cobra vida. El 20 de junio se celebran las fiestas de San Acacio . El baile folclórico y la obra de teatro sacuden el polvo. Una banda musical anima la pequeña villa hasta la madrugada y entonces Baldomero, tan coqueto con más de 80 años, baila con cuanta mujer puede, mientras los chicos se dan cuenta de que les interesan más las niñas que montar en bicicleta .

Es el punto de arranque de nuestro verano. Ahora mis dos hijos, mi marido y yo amanecemos rodeados de pájaros, sombras de olivos y una huerta que me trae de cabeza. Lucho para que los tomates broten y los calabacines no se sequen. Me siento una utandera más: fabrico jabón artesanal y preparo tomate frito ; me apunté al taller de manualidades y al campeonato de petanca. No me alcanza el tiempo. Ahora entiendo la importancia del pueblo en la vida española: aunque hace años la gente salía a las ciudades, en las vacaciones vuelven al campo, a sus raíces. Los pueblos españoles en verano son una explosión de alegría y añoranzas .

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