De la infancia en Villa Giralda a la boda en Belem, la huella portuguesa de Doña Pilar
La Infanta tenía 10 años cuando comenzó el exilio de la Familia Real en Estoril. Allí vivió tres décadas
La Infanta Pilar ha dejado una profunda huella en Portugal, donde vivió durante casi 30 años. Desde su atalaya en el municipio de Cascais, el eje local que la vio evolucionar a lo largo de su etapa más madura, se acostumbró a llevar en el corazón al país vecino y lo proclamaba siempre que tenía ocasión. «Portugal es mi tierra y España es mi país», solía decir la hermana del Rey Juan Carlos . De hecho, hablaba portugués de manera fluida, como también italiano, francés e inglés. Era su forma de mostrar la gratitud hacia los «hermanos» ibéricos, que tan bien la acogieron en todo momento. Por eso, ella nunca olvidó aquel día de 1946. Cuando llegó a Villa Giralda, la residencia de Don Juan en Estoril (Cascais), acompañada por sus padres y tres hermanos.
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Ni ella misma imaginaba entonces que, ocho años después, causaría un gran impacto su presentación en sociedad el día que cumplía 18 años. Una celebración que convocó a casi 2.000 personas en el fastuoso Hotel Palacio.
El prestigioso semanario luso «Expresso» recuerda especialmente un suceso que permanece en la memoria colectiva de los portugueses. Sí, porque en 1963 la Infanta Pilar ejercía como enfermera en el Hospital dos Capuchos, ubicado en la zona conocida en Lisboa como Campo Mártires de la Patria. Entonces aconteció un grave accidente en la estación ferroviaria de Cais do Sodré, cuando se desprendieron los pórticos del edificio. Las consecuencias sobrecogieron a los ciudadanos: 49 muertos y 69 heridos. La magnitud de la tragedia hizo que Doña Pilar no titubease ni un instante y se dirigiese allí para auxiliar a las víctimas . El Gobierno portugués quiso reconocerle su compromiso con el pueblo y su valentía, por lo que aprobó concederle la Medalla de Oro. Se trata de una de las distinciones más apreciadas al otro lado de la frontera y una muestra más de su grado de integración en el país vecino.
Doña Pi, como la llamaban sus más allegados , no dudó al elegir el emblemático Monasterio de los Jerónimos, en Lisboa, para contraer matrimonio con Luis Gómez-Acebo , hijo de un banquero y de una aristócrata. Fue el 5 de mayo de 1967, en una ceremonia que revolucionó la vida social portuguesa y española. Por unirse a él renunció a sus derechos dinásticos, algo que efectuó con determinación, en la antesala de afianzarse en suelo portugués y de tener cinco hijos con su marido.
Deslumbró aquel día al lucir en el monumental edificio de Belém una tiara de perlas y diamantes que perteneció a su bisabuela, la Reina María Cristina . Y precisamente su abuela, la Reina Victoria Eugenia , ocupó un lugar preeminente en el altar al lado de los novios. Todo antes de que su padre Don Juan, el conde de Barcelona, le concediese el título de Duquesa de Badajoz.
Amigos lusos
Fueron su talante y su porte algunos de los motivos por los que se enamoró de Luis Gómez-Acebo , con quien compartía su pasión hacia el país vecino. Tanto es así que, a su prematura muerte en 1991 por un cáncer linfático, sus amigos lusos se convirtieron en un baluarte imprescindible para que la Infanta pudiera salir adelante pese a la irreparable pérdida. Y como relataba Diana de Cadaval hace una década, para ella significó mucho que la Infanta Pilar acudiese con sus hijos a la ceremonia de su enlace con un príncipe francés en Évora.
Cuando Doña Pilar se instaló en España, su prolongada estancia en Portugal siempre estuvo en su interior. Al menos dos veces al año se afanaba en visitar Estoril y Lisboa, donde era recibida con los brazos abiertos en los círculos sociales lusos.
