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VISTO Y NO VISTO

El salto del «prisionero eterno»

Mordehai Vanunu, extécnico del Centro de Investigación del Negev, en Dimona (Israel), ha pasado 18 años en prisión, doce de ellos en confinamiento solitario

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Mordehai Vanunu (Marrakech, 1954) quiere dar de una vez un salto que le saque de Israel. Se siente prisionero y pide tener libertad de movimientos para poder viajar a Noruega a ver a su esposa, Kristin Joachimsen, con la que se casó en mayo en Jerusalén. A punto de cumplirse los treinta años desde que revelara al diario británico «The Sunday Times» la existencia del programa militar atómico de su país, el extécnico del Centro de Investigación del Negev, en la localidad israelí de Dimona, ha pasado 18 años en prisión, 12 de ellos en confinamiento solitario, y otros 12 en una especie de arresto domiciliario que le impide abandonar suelo israelí, doce años en los que ha encontrado refugio en la zona este de Jerusalén.

A comienzos de este mes Vanunu volvió a pedir a la Corte Suprema el levantamiento de las restricciones que soporta desde que saliera de prisión en 2004, según informó la web Ynet, porque considera que las acusaciones sobre el daño ocasionado a la seguridad nacional nunca han podido probarse. La Justicia israelí se pronunciará a finales del próximo mes, hasta entonces se pueden seguir los detalles del caso a través de su página web (www.vanunu.com) donde cuelga tiene también algunos poemas como «Yo soy tu espía» o «Hiroshima». A través de esta página anunció al mundo su matrimonio en mayo y adelantó que «la próxima celebración será ya en libertad».

En un momento marcado por el acuerdo nuclear con Irán y las sospechas de Israel sobre los fines bélicos de los ayatolás, la figura de Vanunu evoca a mediados de los años ochenta, cuando con sus fotos y datos acabó con el secreto del estado judío sobre su arsenal atómico en plena Guerra Fría. Israel, que a diferencia de la república islámica no es firmante del Tratado de No Proliferación (TNP), sigue guardando con celo los detalles de sus ojivas y sigue sin perdonar al extécnico.

Tres décadas parecen insuficientes para purgar su pecado y uno de los pocos avances que ha obtenido en todos estos años el calificado de «prisionero eterno» ha sido la oportunidad de «mantener conversaciones con extranjeros, siempre que sea una sola vez, cara a cara, sin haberlo planeado, en un espacio público y durante no más de media hora».

La pesadilla para Vanunu comenzó cuando perdió su empleo en Dimona y trató de convertirse en un símbolo de la lucha contra la proliferación de armas nucleares. Primero viajó a Nepal, destino muy popular entre los israelíes, y después a Australia, donde se convirtió al cristianismo y adoptó el nombre de John Crossman. Aquí contactó con periodistas del «The Sunday Times» y se trasladó a Londres para revelar toda su información. Israel le seguía los pasos y gracias a una operación del Mosad, que envío a una agente para liarse con Vanunu y llevarlo de viaje romántico a Roma. Los servicios secretos organizaron un secuestro en Italia para llevarle ante la Justicia de Israel, que le encontró culpable de «traición» y «espionaje». Era tarde. Un día antes de su llegada a suelo israelí, «The Sunday Times» publicó la historia y el programa israelí dejó de ser un secreto.

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