Graça Machel y Winnie Mandela durante el funeral
Graça Machel y Winnie Mandela durante el funeral - abc

Las viudas de Mandela, en pie de guerra por su patrimonio

Un año después de la muerte del líder sudafricano se disputan la residencia de Qunu

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Hace hoy un año que el presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, anunció en la televisión pública del país la muerte de Nelson Mandela a los 95 años, tras una vida dedicada a la lucha por la liberación de su pueblo. Durante casi dos semanas sus compatriotas le rindieron homenaje en un luto lleno de cánticos y bailes, con la satisfacción de ver cumplido su ideal de una Sudáfrica democrática.

Pero a los pies de su cama, un grupo de personas, el clan más distinguido del país, apenas tenía tiempo para llorar. Tres esposas, tres familias, para un mismo apellido y una misma fortuna. Comenzaba la última de las batallas de una guerra que llevaban librando desde meses atrás, cuando empezaron a faltarle las fuerzas al hombre de Estado cuya tenacidad derrotó al régimen racista del apartheid.

Su segunda esposa, Winnie Mandela, contra los hijos de la primera, Evelyn Mase, y todos contra Graça Machel, la mujer que le acompañó hasta el último de sus días. Ni siquiera en el funeral lograron mostrar la unidad y reconciliación de la que hizo bandera el expresidente sudafricano.

«Es muy doloroso ver cómo cambian las personas que están a tu alrededor, cuando un hombre como Nelson Mandela empieza a perder la energía», explica a ABC Zelda La Grange, secretaria personal del expresidente durante 19 años. En su libro «Buenos días señor Mandela» recuerda cómo ella también fue apartada debido a las peleas familiares. «Podrían haber actuado de otra manera conmigo, pero no quiero ser demasiado crítica con ellos. Si pensamos que hay tres esposas diferentes, los problemas podrían ocurrir en cualquier otra familia. Pero además hablamos de Mandela, la persona más venerada del mundo, con un legado inmenso. No es fácil ser un Mandela», reconoce.

Un único acuerdo

Las desavenencias entre los descendientes de la difunta Evelyn y los de Winnie han ocupado las páginas de la prensa sudafricana. Solo se unieron para pedir en los tribunales la destitución de los directores de dos empresas de gestión del patrimonio de su padre, supuestamente para lograr el control de las dos compañías.

Después, Makaziwe Mandela trató de marginar a su sobrino Mandla Mandela y a sus familiares en el funeral de Estado de su abuelo, celebrado en la aldea de Qunu, el lugar donde el exmandatario pasó su infancia. Según publicó el diario sudafricano «Times», horas antes de que llegaran los más de 4.000 asistentes al sepelio, cambió las cerraduras de la granja que el clan posee en la localidad.

Pero las cosas solo empeoraron cuando fue anunciado su testamento. El icono de la lucha por los derechos humanos trató de contentar a todos; y acabó por no contentar a ninguno. La fortuna de tres millones de euros se repartió entre la familia, su partido, el Congreso Nacional Africano, y su Fundación. Solo su tercera esposa, que heredó el 50% del patrimonio, dio el paso de renunciar a su legado para mantenerse al margen de la lucha.

En su deseo de reunir a sus seres queridos, Mandela dejó su residencia en Qunu en uso compartido. Sería allí donde su clan podría citarse para honrar su memoria. Pero los anhelos del exmandatario no han durado. Winnie Mandela reclama para sí los derechos sobre esa propiedad.

Sus abogados sostienen que según la ley tradicional, la casa debe pertenecer a Winnie Mandela, la única persona excluida de la última voluntad del activista antiapartheid. «De hecho, la propiedad en cuestión fue adquirida por la señora Madikizela-Mandela mientras su marido estaba en prisión», aseguran sus representantes legales.

Dice la tradición xhosa que el espíritu de Mandela regresará un año después de su muerte para formar parte de los ancestros familiares. Solo él, quizá desde la profundidad de los sueños, será capaz de devolver la paz a su familia.

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