Adolfo Suárez y Felipe González, en una imagen de 1997
Adolfo Suárez y Felipe González, en una imagen de 1997 - Luis Ramírez
La Transición Española

Suárez y Felipe González, los líderes mejor valorados durante la Transición

Los dos compartieron cualidad: el liderazgo carismático. En Suárez se dio una singularidad, el cariño de la ciudadanía

Zaragoza Actualizado: Guardar
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Adolfo Suárez y Felipe González fueron los dos políticos mejor valorados por la ciudadanía durante los años de La Transición, y eso se reflejaba en el tirón que tenían sus partidos en las urnas, la UCD y el PSOE. Aunque con perfiles muy diferentes, los dos compartían una misma cualidad que caló a pie de calle: el carisma y su proyección en forma de liderazgo político.

Adolfo Suárez protagonizó la acción de gobierno de la Transición en unos años convulsos en múltiples frentes: el terrorismo, la crisis económica, las luchas internas en su propio partido, la estrategia de derribo desplegada desde la oposición a derecha e izquierda, los ruidos de sables entre las Fuerzas Armadas... Y, pese a esa erosión permanente, los ciudadanos siempre dieron a Suárez el aprobado mientras se mantuvo en el Gobierno.

Con los años, los sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) evidenciaron que esa valoración ciudadana iba más allá de la política práctica. Suárez logró algo inusual: convertirse, en vida, en un icono ciudadano para la historia. De ahí aquella famosa frase de resignada queja con la que Suárez resumió su declive en las urnas: «los españoles me quieren pero no me votan». Las encuestas demostraron que la frase era totalmente cierta: ni siquiera la erosión de aquellos duros años de gobierno le hicieron perder el aprobado de la ciudadanía, pero sí terminaron por arrinconarle en la escena política española con rapidez.

En septiembre de 1978, Suárez obtenía el aprobado raso de los ciudadanos, un 5 de promedio. Apenas un año después, la puntuación se elevó a 6, un techo que siguió rozando hasta principios de 1980. Aunque la valoración ciudadana le fue cayendo poco a poco desde entonces, siempre mantuvo el aprobado, prácticamente hasta que dejó La Moncloa. Su forzada dimisión, acorralado por las circunstancias dentro y fuera de su partido, hizo que su imagen fuera desdibujándose, aunque remontó años más tarde, en la segunda mitad de los 80, cuando se convirtió -de nuevo- en uno de los políticos mejor valorados por los españoles. Toda una paradoja, porque para entonces era ínfimo el respaldo electoral que obtenía el CDS, el partido con el que se mantuvo en política tras el desmoronamiento de la UCD.

Suárez, y es una de las singularidades de su carisma, trascendió a la política, a su partido y al poder. Fue valorado mientras gobernó y querido cuando se le dejó de votar.

En Felipe González, con evidentes distancias respecto a Suárez, se dio también un carisma rotundo. En su caso, más pragmático y duradero, frente a ese sentimental «cariño sociológico» que rodeó a Suárez con el paso del tiempo y que ni tuvo ni necesitó González para mantenerse en el Gobierno durante 14 años y al frente del PSOE durante un cuarto de siglo.

González compitió en valoración ciudadana con Adolfo Suárez, al que con frecuencia aventajó en puntuación durante buena parte de los años de la Transición. Nunca estuvo por debajo de un 5 sobre 10, se situó siempre cercano al 6 -barrera que llegó a superar a principios de 1980- y consiguió incluso estar por encima de un 7 sobre 10 en 1983, escasos meses después de haber llegado a La Moncloa con un apoyo electoral del 48,11%.

A Adolfo Suárez, a su carisma personal le ayudó el centrismo difundido por UCD. A Felipe González, pese a anotarse una nota media incluso superior a la de Suárez durante aquellos años, le costó más imponerse en las urnas, hasta que logró que el PSOE proyectara y calara en la ciudadanía con una imagen moderada de centro-izquierda.

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