REPORTAJE

De Ucrania a Galicia: «La bebé nació la semana pasada, ya es una lalinense más»

Paula, Jaime y Borja tendieron su mano a los refugiados ucranianos y facilitaron que centenares de ellos llegasen a Galicia. En mitad de la tormenta desatada por la guerra, fueron el mástil de quienes vieron su vida truncada

Paula, que ejerce como traductora con los ucranianos llegados a Lalín MUÑIZ

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El dueño de un hotel de Vilagarcía, una intérprete de polaco nacida en Lalín y un bombero compostelano son los tres protagonistas de esta historia de generosidad que tiene como telón de fondo el sinsentido de la guerra. Ellos ponen rostro y voz a las decenas de gallegos que movidos —o removidos— por las primeras imágenes de la invasión de Ucrania pasaron del deseo a la acción. En su caso, su generosidad se materializó en una mano tendida a quienes cruzaron la frontera escapando de los bombardeos , sin un hogar al que regresar. Borja, al frente del hotel Vilagarcía, rompe el hielo. «La fotografía de una niña muerta en una camilla me impactó. Yo tengo hijos y ver algo así te destroza, así que llamé a servicios sociales y les dije que ponía a disposición de los refugiados mis instalaciones», introduce el hostelero. Dicho y hecho, la necesidad habitacional era tal que no tardó en llegar el primer autobús con desplazados necesitados de un techo. Y Borja y su familia hicieron todo lo que estuvo en su mano para que se sintiesen en casa. « Como sabíamos que venían mamás con sus pequeños pusimos en la habitación una cuna, juguetes y peluches . La noche que llegaron, además, los esperé con mis hijos para que jugasen con ellos y les ayudasen a adaptarse», comenta Borja sobre su primera toma de contacto con los nuevos huéspedes.

Algunos habían tenido «experiencias muy negativas» durante el viaje, por lo que llegaron recelosos . Pero la humanidad se ha demostrado como un lenguaje universal que en Galicia se conjuga a la perfección. «La gente ayuda mucho, los servicios sociales están muy pendientes de ellos». La idea es que estos desplazados —una docena en total, contando siete adultos, cuatro niños y un bebé de un año— se queden en el hotel hasta que el concello les encuentre un alojamiento en el que retomar su vida. Pero el lastre de la guerra pesa y Borja, que comparte con ellos su día a día, revela que están pendientes del WhatsApp en todo momento. Viven condicionados por los que se quedaron haciendo la guerra , del mensaje que confirme que siguen bien.

Borja, en las instalaciones de su hotel MUÑIZ

Entre las personas que Borja ha acogido están el entrenador y varios jugadores de la selección ucraniana de tenis de mesa . Poco a poco, estos deportistas han vuelto a entrenar y el resto de refugiados van adaptándose a una nueva realidad que el hotelero intenta dulcificar. «Pregunté cuándo cumplían años los niños y resulta que una de ellos cumple ahora los 8 , así que estamos organizando la fiesta de cumpleaños con sus primos, a los que también ha acogido una familia», explica en una charla con ABC en la que demuestra que su implicación no es flor de un día. «Yo tengo un compromiso con esta gente y aunque llegue la Semana Santa, sus habitaciones quedan bloqueadas para ellos», indica. El hotel de este vilagarciano, que ahora recibe a sus nuevos huéspedes con una bandera amarilla y azul, ya fue durante el confinamiento techo para las personas sin hogar a las que la pandemia dejó en la cuneta. «Les abrí las puertas del hotel porque no podía hacer otra cosa y su comportamiento fue impecable», asegura. Dos años después, las mismas instalaciones vuelven a destilar generosidad.

De Leópolis a Ferrolterra

De entregarse a los demás sabe también bastante Jaime Tizón, el primer bombero en bajar a las vías tras el accidente de tren de Angrois. Él, junto a otro compañero de la capital gallega, se sumó a una expedición organizada por varios profesores de la facultad de Ciencias Políticas de Santiago para llevar un autobús fletado por Monbus y dos furgonetas cargados con cinco toneladas de ayuda humanitaria, y regresar a Galicia con medio centenar de desplazados. El convoy en el que Jaime condujo una furgoneta lo completaron varios miembros del concello de Ares, que se encargaron del alojamiento de los refugiados en la zona de Ferrolterra . El trabajo de Jaime consistió en conducir cerca de cuarenta horas para recoger a decenas de personas que habían escapado de Leópolis por un corredor humanitario. Lo que más le impactó, reflexiona, es la cotidianidad, «que eran personas como tú y como yo, vestidas con la misma ropa que nosotros llevamos, pero a las que la vida les cambió de un día al otro». Los sentimientos que este viaje despertó en el bombero se resumen en valorar «el mundo de privilegios en el que vivimos, completamente irreal».

Además de los refugiados, Jaime destaca que en el autobús viajaban varios perros y gatos, las mascotas de las que no se quisieron desprender. « Muchos venían con lo puesto , pero había una señora mayor con su gato de catorce años, al que trajo porque era su familia». Cuando la expedición llegó a Santiago procedente de la ciudad polaca de Rzeszow, la capital rompió en aplausos. Los desplazados estaban cansados, pero agradecidos. También deseosos de regresar a su país en cuanto les sea posible, pese a que algunas de sus viviendas habían sido ocupadas por soldados rusos.

Jaime, bombero en la capital gallega MIGUEL MUÑIZ

El idioma es una de las principales trabas que quienes huyen de la invasión rusa se están encontrando. La mayoría solo hablan ucraniano , a excepción de algún joven que domina el inglés, por lo que la comunicación se complica cuando cruzan la frontera. El Google Translate funciona a la hora de intercambiarse los mensajes más básicos, facilita la supervivencia, pero para contar el horror de lo vivido y liberarse un poco del miedo hace falta más . Es ahí donde entra en juego el papel de intérpretes como Paula, medio lalinense medio polaca. Su madre estaba muy cerca de la frontera con Ucrania cuando el conflicto bélico estalló, y separadas por 3.000 kilómetros de distancia las dos se pusieron manos a la obra para ayudar al mayor número de personas posible. La madre de Paula, que llegó el día antes de que la guerra se iniciase, le contaba que las estaciones de tren y autobús polacas empezaban a estar desbordadas , y así nació la idea de traer un bus a Lalín, que acabaron siendo dos. El resultado es que sesenta ucranianos se han convertido ya en vecinos de pleno derecho de este concello pontevedrés, donde incluso seis de ellos han encontrado trabajo como ayudantes de cocina, limpiadores o manicuristas. Mientras colabora con el Sergas en los trámites para realizar los expedientes sanitarios de los recién llegados, Paula explica que el ucraniano y el polaco son como el portugués y el gallego, lo que la convirtió en muleta del grupo de refugiados. Semanas después, todos los desplazados se han ido instalando en viviendas destinadas a fines sociales y segundas residencias que fueron ofrecidas para acogerlos.

En una de estas casas nació el bebé de una de las mujeres refugiadas, que llegó a Lalín embarazada y que unos días después del largo viaje dio a luz . «Fue una niña y ya es una vecina más de Lalín», se emociona Paula al reconocer que lo que más le impactó fue que «las madres que traían hijos en ningún momento se vinieron abajo, para que sus hijos no las viesen mal». Esos pequeños ya han sido escolarizados, por lo que reciben cursos de español y se conectan en línea a las clases de su país. A los adultos, los vecinos los miman llevándoles huevos, carne y leche. Un bálsamo para un desasosiego que los acompaña las 24 horas y por el que también están recibiendo ayuda psicológica. «Algunos piensan que en dos días van a poder volver, pero otros ya se imaginan su futuro aquí...» , concluye la intérprete que, como Jaime y Borja, conectó con su dolor para abrirles una puerta de esperanza, lejos de las bombas y el terror que nublan la vida en Ucrania.

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