HISTORIA

Cuando La Coruña fue Dunkerque: 210 años de la Batalla de Elviña

Un 16 de enero de 1809, las tropas británicas lograron escapar del asedio del ejército napoleónico y zarpar de regreso a casa tras resistir una sangrienta ofensiva a las puertas de la villa coruñesa que costó la vida al general John Moore

Huecograbado que reproduce la Batalla de Elviña HENRI-LOUIS DUPRAY

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Se le atribuye a Napoleón la paternidad de la frase «Una retirada a tiempo es una victoria» . Lo que ignoraba el emperador francés cuando la pronunció es que los británicos la aplicarían en su contra durante la Guerra de Independencia española, y principalmente en uno de los episodios más heróicos que se recuerdan, la Batalla de Elviña, de la que este 16 de enero se conmemoran sus 210 años. Allí, La Coruña se convirtió en 1809 en un precedente de Dunkerque , con el Ejército británico embarcando apresuradamente de regreso a casa tras una agónica huida por el noroeste español, sintiendo en todo momento a su espalda el letal aliento de las tropas francesas, que lo superaban en número y medios. Elviña, que consta en los anales de la historia como una victoria napoleónica, fue la más dulce de las derrotas inglesas , ya que salvó a miles de efectivos que, años más tarde, acabaron siendo decisivos en la expulsión de los franceses de España.

La historia de la Batalla de Elviña va ligada, indeleblemente, al comandante de las tropas inglesas, Sir John Moore. Tras el controvertido pacto anglofrancés de la Convención de Sintra en agosto de 1808 —que permitió a Francia repatriar a los soldados derrotados en la batalla de Vimeiro—, Moore toma el control de una fuerza de 18.000 hombres, con el encargo de cruzar Portugal y auxiliar a los batallones españoles que combatían contra Napoleón. En noviembre, las unidades de Moore alcanzan Salamanca y poco después se refuerzan en Mayorga (Valladolid) con dos batallones dirigidos por el general Baird que habían desembarcado en octubre en La Coruña. En total, comanda 25.000 hombres de infantería, 2.450 de caballería, 1.297 de artillería y 66 cañones.

Sir John Moore NATIONAL PORTRAIT GALLERY

Las últimas noticias que le van llegando a Moore del desarrollo de los acontecimientos trastocan sus planes iniciales. Madrid no solo no estaba haciendo frente a los franceses sino que se había rendido (4 de diciembre), Castaños había sido derrotado en Tudela (23 de noviembre), Belveder en Burgos unos días antes (10 de noviembre). Moore escribió en su diario: «Veo con tanta claridad mi situación como la ven los demás; es decir, no puedo estar peor; no hay ningún ejército español para prestarme la más mínima ayuda (...) Sin embargo, estoy decidido a llevar a cabo la conjunción de mi ejército [que tuvo lugar en Mayorga] y a probar fortuna. Tal como están las cosas, no tenemos nada que hacer aquí, pero ya que hemos venido, no debemos abandonar a los españoles sin haber luchado antes».

Sin Moore saberlo, Napoleón —que estaba en la Península dirigiendo personalmente a sus ejércitos— había dado orden a sus generales de que cercaran a las fuerzas británicas. Astutamente, el emperador vislumbraba una oportunidad de diezmar el ejército de su principal rival , y no quería desaprovecharla. Confió en el mariscal Nicolás Soult, duque de Dalmacia, una operación para cerrarle el paso a los británicos por el norte mientras él mismo lideraba sus tropas desde Madrid, rodeando así fatalmente al enemigo. La intención inicial de Moore, que estaba establecido en Sahagún, era atacar a Soult sobre el Carrión , del que apenas le separaban 30 kilómetros, «manteniendo la confianza en atacar con éxito para inmediatamente retirarse hacia el mar antes de que pudieran alcanzarles» los ejércitos procedentes de Madrid, segun sostiene Juan Granados, autor de «La guerra de Sir John Moore» (Punto de Vista, 2016).

«Continuar mi ataque a Soult en este momento significaría la pérdida de mi ejército, no solo para España, sino también para Inglaterra» (John Moore)

Sin embargo, Soult cometió un error al aguardar el reagrupamiento de refuerzos procedentes de Burgos, un movimiento que permitió a Moore anticipar la amenaza y ordenar una retirada desesperada. «Continuar mi ataque a Soult en este momento, significaría la pérdida de mi ejército, no solo para España, sino también para Inglaterra», reconoció en su diario. La única salida era llegar a La Coruña , el puerto más cercano en el que poder embarcar a cuanto soldado se pudiera y así evitar la exterminación de su ejército. La flota inglesa estaba resguardada en la bahía de Vigo, pero llegar hasta allí suponía tres días más de viaje.

Retirada desesperada

A finales de diciembre, los británicos ya han emprendido una marcha por su supervivencia con dos frentes abiertos : las tropas de Soult a su espalda, que no dan tregua y saben de que el enemigo está en retirada; y el crudo invierno español de frío y nieve, que dificulta el tránsito y hace casi imposible provisionar víveres para los batallones. Los montes de León y el Macizo Galaico se cobraron su peaje: cuando el ejército de Moore llega a La Coruña el 11 de enero de 1809, unos 5.000 hombres han fallecido —o desertado— por el camino, por el que han dejado también municiones, abastecimientos y monedas con las que pagar el avituallamiento. La desesperación y la frustración del ejército inglés en esta huida llevó en no pocas ocasiones a episodios de pillaje y saqueos por los pueblos por los que cruzaban. «Llegó a ser más una vergonzosa huida que una retirada planeada —recoge un testimonio de la época— el ejército había empezado a creer que Moore nunca lucharía».

De los 25.000 soldados con que el general Moore salió de Sahagún en diciembre, apenas alcanzan su destino unos 18.000 que descubren con estupor que las embarcaciones de la Royal Navy —un centenar de transportes y una docena de barcos de guerra— todavía no han llegado. Tendrán que esperar por ellas mientras la fuerza comandada por Soult les pisa los talones. El ejército francés se había dividido a comienzos de enero. Napoleón alcanza las tropas de Soult en Astorga el día 2, y comprendiendo «que Moore no tenía excesivo en contraatacar, y que se trataba en lo sucesivo de hostigarlo hacia el mar, impidiendo que embarcase» (Granados), escinde sus fuerzas y entrega a su mariscal 25.000 hombres de infantería y 6.000 de caballería, sumados a otros 16.000 del cuerpo de reserva. Napoleón considera que son tropas más que suficientes para acabar con el ejército de Moore, y una vez dadas las órdenes, pone rumbo a París, donde se le abren distintos frentes.

De los 25.000 soldados con que Moore inició su retirada, apenas llegaron a La Coruña 18.000, y cual fue su sorpresa cuando vio que los barcos para su repatriación no habían llegado

Los barcos de la Royal Navy tardarán cuatro días en remontar la fachada atlántica gallega procedentes de Vigo por culpa de una tormenta en las escarpadas costas de Finisterre , pero cuando el 15 de enero de 1809 fondean frente a la bahía coruñesa, los franceses hacen acto de aparición. Habrían llegado antes de no haber ordenado Moore la voladura de puentes en su retaguardia, como por ejemplo el del Burgo, lo que dificultó la persecución napoleónica. Con ese pequeño margen de un par de días, el general inglés decide plantar batalla para ganar tiempo y permitir la evacuación, plantando su línea de defensa en Elviña, una pequeña población al sur de La Coruña y acceso terrestre obligado a la ciudad.

Zócalo conmemorativo de la batalla, con la disposición de las fuerzas francesas y británicas sobre el terreno, el 16 de enero de 1809

Según los cálculos de los historiadores, el ejército francés era superior en número a las defensas británicas, que a su vez habían sido desalojadas la noche del 15 de enero de las posiciones elevadas, desde las que podía analizarse mejor la contienda. Moore sabía que el terreno desigual y escarpado iba a imposibilitar a Soult lanzar la caballería —de hecho los ingleses ya habían embarcado a una parte de sus caballos, tras sacrificar al resto— o sacar todo el provecho de su temible artillería, por lo que de las alrededor de 24.000 unidades de que disponía, solo las tres divisiones de infantería (unos 15.000 hombres) serían de temer. La batalla tendrá que ser a pie, y la concentraría en Elviña, el paso obligado hacia La Coruña. «Elviña era una pequeña feligresía a las afueras», evoca Granados, «con unas veinte casas alrededor de la iglesia, principalmente de campesinos», pero que gracias a la táctica de Moore, se convirtió en «en el sitio ideal para una defensa».

Los generales Fraser, Paget Baird y Hope forman con sus respectivos batallones el frente de defensa de la ciudad. El mariscal Soult confía el ataque a sus generales de infantería Mermet, Merle y Delaborde, ya que la caballería de Francesky y Lahoussave está inutilizada, como preveía Moore. En las primeras horas de la batalla, que tiene lugar calle a calle, casa por casa de la pequeña localidad de Elviña, los franceses consiguen expulsar a los británicos de la plaza. Pero Moore no se rinde, y mediante un contrataque audaz de la 42ª de los Highlander y la 50ª de los Foot Guards recupera la posición. El enfrentamiento se alarga durante todo el día. Elviña «cambió de manos en repetidas ocasiones en el transcurso de la jornada, aunque al final (...) la línea inglesa resistió bien en todos los puntos durante las cinco horas de combate, consiguiendo mantenerse con firmeza, e incluso ganar terreno, hasta el anochecer», afirma Juan Granados.

Con la caída del sol, sobre las seis de la tarde, el mariscal Soult ordena la retirada francesa, reconociendo la momentánea victoria inglesa

Las crónicas de la época hablan de que el propio general Moore lideraba a sus divisiones, una implicación que fue fatal. Una bala de mortero le acabó alcanzando, destrozándole un hombro, y perdió la vida cuando la batalla comenzaba a decantarse del lado británico. Estancados en el frente de Elviña, Soult ordena las maniobras envolventes francesas de la caballería de Lahoussaye y Francesky; poco antes de fallecer, Moore manda frenar este ataque a dos de sus unidades más queridas, los Green Jackets del 95ª y el 52ª regimiento. Con la caída del sol, sobre las seis de la tarde, Soult decreta la retirada francesa, reconociendo así la momentánea victoria inglesa, que lejos de ser celebrada se convierte en el respiro final para continuar el embarque contrarreloj de las tropas restantes durante la noche y la madrugada, en una acción «propia de un ejército disciplinado y bien ordenado».

Mausoleo de Sir John Moore en los Jardines de San Carlos de La Coruña IAGO LÓPEZ

Se calcula que unos 800 británicos cayeron en Elviña, frente a los más de 2.000 franceses. Cuando en la mañana del 17 de enero Soult marcha de nuevo hacia Elviña solo contempla la desolación del campo de batalla. Pero del enemigo, ni rastro. Desconfiado, prosigue hacia La Coruña. La resistencia que encuentra ya no es en campo abierto sino desde las murallas de la ciudad, dirigida por el general Antonio de Alcedo, quien resistió lo suficiente con sus escasos efectivos para permitir la partida de la flota inglesa, liderada por Sir John Hope, uno de los lugartenientes de Moore. Alcedo capituló el 19 de enero.

¿Quién ganó en Elviña? «Yo diría que fueron tablas», expone Granados. Ciertamente, los franceses expulsaron a un ejército de su territorio y tomaron control de la guarnición coruñesa; pero los ingleses salvaron sus batallones y pudieron regresar meses más tarde para ayudar al ejército español en la derrota de las tropas napoleónicas. El propio Duque de Wellington, héroe de la Guerra de la Independencia, reconocía la importancia de haber salvado las tropas de Moore: «(...)no hubiéramos vencido, creo yo, sin él, porque los regimientos que Moore ha entrenado tan cuidadosamente, fueron la espina dorsal de nuestro ejército».

La victoria francesa —testimoniada incluso en los relieves del Arco del Triunfo de París— acabó siendo estéril. La heróica gesta de las tropas británicas fue reconocida por el mariscal Soult, quien mandó levantar un monolito en honor a su contricante, el general Moore. Sus restos fueron envueltos en la bandera escocesa y sepultados por sus queridos Highlander en las inmediaciones de la Ciudad Vieja, y décadas más tarde trasladados a un mausoleo en los Jardines de San Carlos de La Coruña, donde hoy descansan.

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