Ferran Garrido - Una pica en Flandes

De luto por el coronavirus

«Que el vecino de arriba no me ponga más al Dúo Dinámico por la ventana a todo lo que da el amplificador. Estoy escuchando el Requiem de Mozart»

Dos vecinos aplauden a los sanitarios a las ocho de la tarde, durante el confinamiento JUAN CARLOS SOLER

España está de luto . Estamos todos de luto. O deberíamos. Yo estoy de luto. Mi corazón está de luto y lloro lágrimas negras por los muertos . Algunos son míos, pero, más allá del egoísmo familiar, todos son nuestros . Mis amigos están de luto.

Mi patria está donde está la gente que amo. Mi patria está donde están mis muertos y ahora, los muertos ocupan mucho, mucho espacio. Mucho. Tanto que es imposible esconderlos debajo de las alfombras de la estadística. Esas que nos hablan de muertos con pedigrí y muertos sin pedigrí. A fin de cuentas, da igual. Los muertos están muertos y yo… yo estoy de luto. Como mi patria.

Reconozco que intenté apuntarme a la visión optimista. Recurrí a la épica del lenguaje bélico, para enardecer, en mi mente y en mis letras, unos sentimientos que iban, desde un principio, cuesta abajo y sin frenos. Reconozco que intenté animarles, tal vez para animarme a mí mismo, pero con el convencimiento de que el derrotismo es el mejor camino a la derrota. Aunque esto no iba de eso hay que mantener la moral del superviviente para seguir adelante sin ahogarse.

El ánimo en la lucha no está reñido con el dolor. El apoyo a todo el “personal esencial ” no está reñido con el saber mantener el semblante serio de las peores circunstancias. Esto no es una fiesta . No es el cuento de Alicia en el País de las Maravillas, no es bonito, no es épico, no lo es.

Hace muchos días que no salgo a aplaudir a las ocho de la tarde. Entiendo que cada cual tiene sus motivaciones. Y lo respeto. Hay que apoyar a nuestros sanitarios, a nuestros policías, a nuestros militares, a los del súper, a los de las ambulancias… hay que aplaudir a mucha gente que está a muerte con nosotros. Literalmente en algunos casos. Pero ya no me hago el ánimo del momento de expansión eufórica del aplauso.

Dos vecinos aplauden a los sanitarios a las ocho de la tarde, durante el confinamiento JUAN CARLOS SOLER

Qué quieren que les diga. Antes de ponerme puñetero me apetece ponerme solemne. Me lo pide esta tristeza que me invade el cuerpo desde los higadillos hasta el tuétano. Que alguien le pida al vecino de arriba que no me ponga más al Dúo Dinámico por la ventana a todo lo que da el amplificador. Yo estoy escribiendo estas líneas escuchado el Requiem de Mozart. Me lo pide el cuerpo. Y la decencia. Se acabó la fiesta.

Las banderas ondean a media asta en muchos lugares. Es el máximo símbolo de respeto que las instituciones pueden ofrecer a los muertos. En la vida todo es símbolo. En la muerte, también. Un crespón negro debería ir más allá de un simple formulismo. Por eso mis lágrimas son negras. Estamos de luto, y se decrete o no se decrete, con miles y miles de muertos mi país está de luto.

No quiero ni hablar de quién, cómo, dónde y de qué manera se ha declarado el luto oficial. En realidad, me da igual porque, sea como sea, nuestros corazones están de luto y nuestros ojos rebosantes de dolor. Tanto como para no querer creer que alguien se pueda dejar arrastrar por la cobardía para dejarme, entonces, arrastrar yo por la rabia. No puedo. Estamos de luto y en mi tierra las banderas ya están a media asta.

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