Sergi Doria - Spectator in Barcino

La costra nostra

«Justo es decir que los veranos catalanes de los últimos años no han sido sinónimo, de desconexión»

Jordi Pujol, en 2003 YOLANDA CARDO

Sergi Doria

Interludio estival en Sant Feliu de Guíxols . Gracias al amor perdurable de Carmen Cervera la jaula de oro llena de búhos (Rusiñol dixit) recobra cierto pulso cosmopolita. El arte palpita en el Espacio Thyssen, embrión del futuro museo que, por fin, comenzará a ser realidad en 2020. La luz de Sorolla ensancha la visión. Nos hace creer que estamos en la Malvarrosa de Valencia, cuando Sorolla y Blasco Ibáñez se carteaban porque ambos eran, ante todo, ciudadanos del mundo. El uno, pintando catorce gloriosos murales para la Hispanic Society. El otro viajando en ochenta días cual Phileas Fogg en «La vuelta al mundo de un novelista».

La exposición Thyssen y el festival de la Porta Ferrada han marcado la agenda de una población que hasta ahora no había podido albergar como merecían a sus visitantes más famosos al no contar en el centro urbano con un hotel digno de su categoría. La carencia ha sido subsanada con el Elke Spa Hotel: el cuatro estrellas lujo abrió sus puertas hace dos meses apadrinado, precisamente, por la baronesa Thyssen.

Joan Baez, Patti Smith, Jordi Savall, Luz Casal o los New Order pudieron relajarse en el spa con vistas al paseo marítimo, columbrar el skiline modernista del Casino de Els Nois y saborear la carta de Pedro Aguilera, cocinero formado en San Sebastián, con una experiencia forjada en el grupo Tragaluz, el Mas Roig de Pals, o el Quique Dacosta de Alicante, entre otros destinos.

Justo es decir que los veranos catalanes de los últimos años no han sido sinónimo, de desconexión. Desde que arrancó el malhadado «procés», sus episodios encadenados impedían cualquier punto y aparte para darse a la reflexión . Acostumbrados a los otoños calientes, el que se aproxima conocerá la incandescencia que licúa los más recios metales. Alcanzada la temperatura de fusión, descubriremos luego que el metal separatista era mera hojalata.

La sentencia del golpe del 2017 y la del caso Pujol acabarán fundidas en una contundente moraleja: el carácter perverso del nacionalismo catalán desde que el patriarca de Convergencia consiguió la mayoría absoluta en el año orwelliano de 1984. Su carta-confesión de julio de 2015 no hizo otra cosa que confirmar lo que muchos ciudadanos presumíamos mientras otros preferían chapotear en el catalanísimo oasis de la putrefacción remunerada.

En su libro-reportaje «La Familia Pujol Corporation» , José Alejandro Vara y Pablo Planas demostraban que los lazos de sangre y la depredación constituyeron los vasos comunicantes de la tribu nacionalista; conviene no olvidar que los partidos estatales -PSOE y PP- les dejaron hacer. Cuando necesitaron a Pujol para gobernar, Felipe González y Jose María Aznar miraron para otro lado. Y si no miraron, el mal llamado Honorable cubrió su desvergüenza primero con la senyera y después con la estelada. Pujol, apuntaban Vara y Planas, «creó tendencia en la política catalana hasta conseguir que representantes de todos los partidos políticos hozaran en los mismos barrizales... La maniobra de distracción del ‘todo por Cataluña’ ha servido para justificar delitos económicos, fraudes fiscales, estafas bancarias, cobro de comisiones, tráfico de influencias, cohechos, etcétera».

Un muladar al que no es ajeno Artur Mas , el capataz que apretó el acelerador del «procés» cuando la corrupción del 3 por ciento pasó de ser «vox populi» a nutrir sumarios judiciales. El fiscal anticorrupción requirió contratos de la CCMA, -léase TV3- por la financiación ilegal de Convergencia. En la Audiencia Nacional, el juez de la Mata probó la pista andorrana del clan Pujol y Hacienda aumentó la cuota defraudada por Jordi Pujol Ferrusola, alias Junior, por el movimiento de 9 millones de euros en una cuenta panameña. En la cocina de todo eso, Marta Ferrusola, xenófoba «lady Macbeth» con negocios de jardinería. Y sus siete vástagos: Jordi, Marta, Josep, Pere, Oriol, Mireia y Oleguer. Una Sagrada Familia consagrada al tráfico de influencias y la trashumancia de capitales que la policía cifra en 290 millones de euros.

El otoño del patriarca Pujol, cual título de García Márquez , coincidirá con el de sus vástagos políticos. ¿O acaso, con independencia de haber sido procesados, Rull, Turull, Forn, Homs, Corominas, Gordó, Puig, Castellà, Rigau no son alumnos aventajados del Gran Timonel? Veintitrés años de régimen dan para un doctorado.

«La mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad», escribió Gabo en su novela. Las dos sentencias -el golpe y la Costra Nostra - convergerán -¡puñetero verbo!- este otoño. Aunque los amantes de la conspiranoia verán una perversa conjunción «represiva», la convergencia procesal será, además de justicia democrática, justicia poética.

Si quien se llama patriota, en lugar de armar bulla callejera , prefiere afrontar la incómoda verdad, que sea valiente por una vez en la vida. La postración catalana no es culpa del universo, sino de quienes consintieron tres largas décadas de corrupción nacionalista; es lo que Josep Tarradellas denominó «dictadura blanca».

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