Balenciaga a través de la arquitectura sombrerera

El Museo del Diseño de Barcelona presenta 'Balenciaga. La elegancia del sombrero', una exposición que quiere reivindicar los tocados del diseñador más allá de «su condición de accesorio»

Vista de la exposición 'Balenciaga. La elegancia del sombrero' Jordi Bardajil

Ariadna Mañé

«El sombrero es una cuestión arquitectónica porque corona el edificio del vestido», se dice que pronunció el diseñador de alta costura Cristóbal Balenciaga (Getaria, 1895 - Jávea, 1972). No en vano su sobrenombre fue «el arquitecto de la moda», después de presentar durante 51 años colecciones de moda con formas escultóricas y volúmenes rompedores, aunque, ante todo, elegantes y sofisticados. La mayoría recuerda a Balenciaga por sus vestidos y sus trajes de señora, y por eso el Museo del Diseño de Barcelona y el Museo Cristóbal Balenciaga de Getaria, el pueblo natal del diseñador, han decidido apostar por el elemento que siempre fue la cúspide de sus conjuntos y que él consideraba imprescindible pero que a menudo suele ser pasado por alto: el sombrero.

Con una muestra de 87 tocados de las colecciones de ambos museos, la exposición 'Balenciaga. La elegancia del sombrero', comisariada por Sílvia Ventoso, conservadora de tejidos e indumentaria del museo barcelonés, e Igor Uría, conservador del Museo Cristóbal Balenciaga, es la primera exhibición monográfica de sombreros del diseñador y se podrá visitar a partir del 17 de junio hasta el 3 de octubre. 79 de los sombreros se presentan en solitario, sin el conjunto para el que fueron diseñadas. «Queremos sacar a los sombreros de su condición de accesorio», afirma Uría, «y poner en valor e iluminar con elegancia el departamento de sombrerería» de la casa de costura.

Los sombreros representaban el prestigio de haber sido tocado por Balenciaga Jordi Bardajil

Cristóbal Balenciaga empezó su carrera en 1917 en San Sebastián y para cuando decidió abandonar el negocio de la alta costura, en 1968, había abierto salones en Madrid, Barcelona y la capital de la moda, París. Las 'Balenciagas', como se llamaban las clientas más fieles del diseñador, acudían a los talleres desde todas partes del mundo.

Símbolo de prestigio

«Los sombreros representaban el prestigio que suponía haber sido tocada por Balenciaga», describe Uría sobre estas mujeres, que solían comprar los 'total looks' enteros. Un conjunto de Balenciaga no estaba al alcance de todos, como han observado los investigadores al leer las facturas de venta de los sombreros, llegando hasta las 10.000 pesetas en los últimos años de la casa, lo que no evitaba que toda la élite hiciera cola para tener una pieza con su etiqueta.

El sombrero fue un elemento imprescindible en la moda hasta su declive en los años 60, cuando se empezó a ver por el movimiento feminista como un elemento simbólico de la clase alta y de la sociedad patriarcal. A Balenciaga no podría haberle importado menos, afirma Uría, porque él continuó vendiendo tocados como parte de sus diseños: «Él marcaba sus propias tendencias».

La exposición reúne casi 90 piezas diseñadas por Balenciaga Jordi Bardajil

Aún así, reconoce Uría, Balenciaga no inventó nada. «Todo está hecho», reflexiona, «la cuestión es cómo se reinterpreta». Es por esto que en la exposición una de las secciones presenta las influencias del diseñador que va desde los campesinos del mediterráneo hasta los toreros, pasando por pastores vascos y monjas y sacerdotes. A través de revisitar este imaginario, Balenciaga consiguió ir siempre un paso por delante de la moda del momento e incluso crear su propia forma de sombrero, que se bautizó como Balenciaga' shape' y que Uría describe como «bulboso, redondeado como un caso para enmarcar a la mujer».

Las clientas de la casa Balenciaga eran atendidas individualmente y bajo cita previa por una vendedora asignada que «se convertía en su mejor amiga»; les aconsejaba para «fidelizar a través de la comodidad y de la elegancia» y procuraba saber a dónde pensaban llevar el conjunto para que no coincidieran con otras compradoras del mismo modelo.

A pesar de que cada sombrero de Balenciaga no era único en su especie, es decir, se producían en varias unidades, siempre se adaptaba a la clienta que lo adquiría. «Unos milímetros más o menos de ala para favorecer la forma de la cara, un poco más ancho para que encaje bien…», señala Uría. Esta labor, fundamental para que los sombreros quedaran perfectos, fue desarrollada principalmente por mujeres. Así, la exposición también quiere reconocer el trabajo femenino que mantuvo en pie durante tantos años tanto los talleres como las tiendas de Balenciaga.

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