Crónicas pandémicas

Nueva y triste «normalidad»

Barcelona es un cuerpo extraño en la Cataluña amarilla de Torra. Otra semana en Fase 2. Más ruina

Varias personas de la comunidad filipina de Barcelona hacen cola para recoger comida frente a la asociación EAMISS de Barcelona, Efe
Sergi Doria

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Calle Consejo de Ciento. A la izquierda, lado montaña, un carril destinado a los peatones sin peatones sirve a los transportistas que allí se detienen para entregar sus mercancías. En el centro, un solo carril para coches que se atasca a cada momento. A la derecha, lado mar, el carril de bicicletas.

En el pavimento, esquemas geométricos de amarillo chillón que parecen diseñados por aquel Laurencic que aplicó la abstracción a las checas. En la Gran Vía, el carril reciclado en peatonal es pasto de los ciclistas: se saltan la línea divisoria y esprintan estilo Velódromo de Horta. ¿Para cuándo bicicletas con seguro y matrícula?

El área metropolitana congrega a más de cinco de los siete millones y medio de catalanes. Dos terceras partes de la población siguen sin poder desplazarse entre provincias. De nada sirve que Tarragona y Gerona reabran comercios, hoteles y restaurantes si los barceloneses no pueden visitarlos.

Me cuentan que Cáritas está repartiendo casi mil bolsas de alimentos a familias de Lloret de Mar y Rosas que se ganaban la vida en el sector hostelero y llevan desde el 1 de abril -la Semana Santa que no fue turística- sin percibir ingreso alguno.

La prudencia y el respeto a un virus contra el que no contamos ni con tratamiento ni con vacuna debe guiar los protocolos; aunque nuestros políticos aprovechan esa prudencia como una coartada que les garantice un control social del que les cuesta desprenderse; aunque voces tan autorizadas como Benito Almirante, jefe del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Vall d’Hebrón asegure que las mascarillas no son indispensables en un espacio exterior en que basta el distanciamiento físico ya que la transmisión por el aire es «prácticamente nula». Como explicaba a ABC, «la desescalada va lenta y sus medidas son muy conservadoras». ¿Declaración imprudente o constatación de que la miseria es la madre de todas las enfermedades?

A Rafael Argullol le inquieta el marbete de Nueva Normalidad con que el gobierno etiqueta nuestras existencias: «No voy a caer en la trampa de cambiar toda mi libertad por total seguridad. Entre la libertad y la vida escojo la libertad», declara en El Cultural. El filósofo prefiere la «vieja normalidad y la vieja libertad».

Sigo mi paseo: los rótulos de «Se traspasa», «En Alquiler» o «Disponible» se alternan con las banderolas de «Barcelona té molt poder». Me viene a la mente la viñeta del Fe de ratas de Nieto en ABC: «Nos preocupaba si el virus traspasaba o no la mascarilla y lo que se traspasa es todo lo demás».

De las persianas bajadas tres mil no volverán a levantarse. Tenemos una ministra que en mayo fardó de pagar cinco mil millones en prestaciones de desempleo: una cifra «histórica», decía nuestra ministra del Paro. Y un gobierno de la Generalitat que sube las nóminas de los altos cargos y no suprime ninguno de sus casi cuatrocientos organismos públicos.

El castigado sector hotelero ve cómo otros destinos del Mediterráneo ya abren fronteras para captar, desde el lunes 15, al disputadísimo visitante europeo en el año turístico más difícil. Por una vez, la alcaldesa Colau escuchó a Jaume Collboni y Xavier Marcé: dejó por unos momentos su Utopía Ciclista para insistir a la -¿todavía?- consejera de Salud que Barcelona pudiera acceder a la Fase 3 el lunes: «Tenemos que pasar cuanto antes mejor, sobre todo para facilitar la vida a la gente. Es un tema de sentido común». Pero, como es sabido, Barcelona es un cuerpo extraño en la Cataluña amarilla de Torra. Otra semana en Fase 2. Más ruina.

Mi ciudad saldrá de la pandemia…más fea y más pobre.

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