BHL y un catalán «torracollons» en Sarajevo

«Tras las dos guerras mundiales, la tragedia yugoslava fue nuestro tercer suicidio. Sarajevo, topónimo cargado de memoria, sería una vacuna contra la barbarie»

El filósofo francés Bernard-Henri Lévy junto al dramaturgo Albert Boadella EFE

Sergi Doria

La habitación de un hotel de Sarajevo ha de exhibir líneas geométricas, al estilo expresionista del Gabinete del doctor Caligari. Se cumplen cien años de la célebre película y otros cien del T ratado de Versalles, tras el primer suicidio europeo del 14 al 18. En las ventanas romboidales, columbramos la ciudad mártir en blanco y negro. Estamos en el teatro Coliseum y vemos los escombros de otro teatro, el Nacional de Sarajevo.

Barcelona no es Sarajevo. Tampoco la democrática España es la Yugoslavia poscomunista, aunque Quim Torra avale la hipótesis eslovena y animalice a sus antagonistas.

Bernard Henri Levy -a partir de ahora BHL- nos los recuerda en «Looking for Europe»: los nacionalismos y populismos han declarado la guerra a Europa. «La crisis de la democracia y los valores liberales comenzó en Sarajevo», advierte. De fondo, la imagen del presidente Alija Izetbegovic. La capital bosnia debería ser la sede del Parlamento de unos Estados Unidos de Europa, propone BHL. Tras las dos guerras mundiales, la tragedia yugoslava fue nuestro tercer suicidio. Sarajevo, topónimo cargado de memoria, sería una vacuna contra la barbarie.

Cada país tiene lo suyo: Le Pen en Francia, Salvini en Italia; Farage y sus brexiters de una Gran Bretaña que quiere ser la pequeña Inglaterra; en Europa Central empezaron con Havel y han acabado con Orban. Los extremos -a derecha e izquierda- se tocan, como Le Pen y Mélenchon en Francia; mientras, los vandálicos chalecos amarrillos destrozan París.

¿Y España? Los tres mosqueteros del populismo -siempre habrá un D’Artagnan que les siga la corriente- son Santiago Abascal, Carles Puigdemont y Pablo Iglesias. Lo de Puigdemont de Waterloo, es más grave: su nacional-populismo, además, es muy plasta. Y es entonces cuando aparece Albert Boadella y el público le brinda un cerrado aplauso. El presidente de Tabarnia va a interpretar un incómodo personaje que antes encomendaba al gran Ramon Fontserè. Es el hotelero que interrumpe el monólogo europeísta de BHL para regurgitar un sermón similar al Pujol «pedagógico» que sembró la cizaña que nos envenena. Con la excusa de entregarle ahora esto, luego aquello, el catalán «toca-cojones» –«torracollons» en vernáculo- escupe todas las miasmas nacionalistas Puigdemont y compañía. Si BHL le saluda como español, él le aclara que no, que es catalán. Que los catalanes tienen una identidad propia, que Cataluña no es España, que sie el derecho a decidir… «¡Después de 40 años de franquismo y resulta que los Habsburgo resucitan en Cataluña y la Andalucía de Abascal!», ataja el galo.

BHL se mueve de aquí para allá, nervioso y verboso, con el vigor de un Mick Jagger de la cultura… ¡Ahí es nada! setenta años, sempiterno traje negro, inmaculada camisa blanca y una capacidad pulmonar capaz de resistir hora y cuarenta de reflexión en voz alta. ¿La fórmula del populismo? Primero se siembra el odio contra los poderosos… y eso parece justo. Pero después se aprende a odiar a los periodistas, a la democracia, a los árabes, a los judíos… La lucha contra el populismo -sea nacionalismo catalán, sean extremas derechas o izquierdas- es lo primero. BHL cierra el silogismo: ¡Manuel Valls tiene razón! El candidato a la alcaldía barcelonesa saluda en la fila ocho. En esa misma fila, cuatro localidades vacías… ¿Acaso Ada Colau y Jaume Collboni?

BHL se moja por Europa. Físicamente. No quiere beberse el whisky del catalán «torracollons»; ni todavía menos fumar o pastillear -hace tiempo que lo dejó-; en un rapto de pesadumbre lanza a la bañera las obras de los autores que han de salvarnos de la ceguera. Y al final se lanza él. Una ovación cerrada saluda la mojadura. BHL se incorpora con sus pantalones calados para constituir ese Parlamento en Sarajevo que la Bruselas de Tintín y Puigdemont no merece. «¡El verdadero fundador de Europa es Cervantes! ¡Hay que estampar rostros europeos en los billetes sin rostro!», proclama. De Simone Veil, Stefan Zweig, Albert Camus, Jorge Semprún o del filósofo Husserl: en 1935 plantó cara al pronazi Heidegger en la universidad de Friburgo que le prohibía, como judío, usar la biblioteca.

BHL levantó al público de sus asientos. Allí estaban periodistas como Víctor Amela, este cronista, Arcadi Espada, Josep Sandoval, Miquel Jiménez; ensayistas y escritoras como Félix Ovejero o Nuria Amat; empresarios como Jordi Clos o Susana Gallardo; políticos como Carlos Carrizosa, Manuel Valls, Cayetana Álvarez de Toledo, Fernando Sánchez Costa, Josep Bou, Mariano Gomà, Josep Ramon Bosch…

Por la azotea de ese mismo Coliseum hubo de salir la secretaria judicial Montserrat del Toro, el 20 de septiembre de 2017 cuando la turba nacional-populista reventaba coches policiales y asediaba la consejería de Economía. De lo que pasó y está pasando en Cataluña habla BHL en “Looking for Europe”. Este europeo de origen francés nos anima a retornar al continente de la grandeza cultural y el espíritu. Caballeros, Caballeras! Allons!

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