Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

Las malas compañías (soviéticas)

Como la miseria moral no caduca, ahí estuvo Alay en 2019, para que el régimen criminal moscovita respaldara una Cataluña independiente

Andreu Nin

EN 1925 la Peña del Ateneo animó a Josep Pla a viajar a la URSS y publicar en La Publicitat una serie de crónicas sobre la nueva sociedad soviética. Como el diario no disponía de fondos para financiar las cinco semanas de estancia, el doctor Borralleras escribió a Andreu Nin para que calculara los costes del viaje que financiaron los peñistas. En total, 2.800 pesetas: Pla se alojaría en el Lux y Nin ejercería de guía.

Aunque en su momento obtuvo el favor de los lectores, el ‘Viatge a Rússia’, no es de lo mejor de Pla: al recuperarlo en 1967 para la Obra Completa, el ampurdanés recordaba que viajó al país de los soviets con 28 años: «No tenía ninguna preparación que me sirviera de piedra de toque ni ningún utillaje donde apoyarme con cierta eficacia. Si tenía alguna fuerza interior era el candor segregado por la ignorancia o por los movimientos del instinto».

La URSS que visitó Pla estaba experimentando la NEP (Nueva Política Económica) para paliar las hambrunas de una guerra civil. Nin no había caído todavía en desgracia por alinearse con Trotski ni Stalin, que acababa de sustituir a Lenin, había desplegado su terror omnisciente. Cinco años después, el fundador del POUM huía de la URSS con la GPU pisándole los talones. Recién llegado a Cataluña, donde ejerció de traductor de los clásicos rusos para ediciones Proa, declaró que el comunismo soviético se creaba «a fuerza de dolor y crímenes».

El año en que Pla publicó su crónica, el excoronel Macià viajó a Moscú para recabar apoyo al movimiento separatista: en el Komintern solo vieron un viejo fanático. Un año después, 1926, Macià hizo el ridículo con la intentona en Prats de Molló. Y una década más tarde,1936, Barcelona devino en sucursal española de los procesos de Moscú: Nin fue secuestrado por los esbirros de Orlov, torturado, asesinado y enterrado en alguna fosa de Alcalá de Henares: «¿Dónde está Nin?» clamaban los poumistas. «En Salamanca o en Berlín» respondían los estalinistas.

Maquilladas de solidaridad antifascista, las Brigadas Internacionales estuvieron teledirigidas desde Moscú. Orwell describe una Barcelona totalitaria en ‘Homenaje a Cataluña’. También Sygmunt Stein en ‘Brigadas internacionales: el fin de un mito’ (Entreambos): «Los comunistas ya habían inventado una buena colección de palabras despectivas para calificar a quienes expresaban dudas sobre su Frente Popular: quinta columna, franquista, trotskista, fascista, agente nazi… Los magos comunistas hacían juegos de manos con sus mentiras sobre la fraternidad y la democracia».

En mayo del 37, el PSUC y Esquerra aplastaron a la CNT y el POUM; Nin, decían, era un agente franquista: la misma bazofia que vomita Putin al calificar la invasión de Ucrania de «desnazificación».

De la intoxicación comunista no se libró ni el bueno de Antonio Machado en sus artículos de la Torre Castañer. Como el de 14 de mayo de 1938 en ‘La Vanguardia’ incautada: veía en Moscú «el faro único de la Historia que hoy puede iluminar el camino futuro». A quienes denunciaban los abusos soviéticos en el bando republicano les lanzaba un panegírico que, de haber sobrevivido y contemplado lo que vino después, le habría avergonzado: «Ese pueblo admirable, que renunció a su imperio para libertar a sus pueblos, no atentó nunca a la libertad de los ajenos y que no tuvo jamás la más leve ambición territorial en España».

Machado ignoraba la extorsión soviética. Lo explica Jean-Jacques Marie. Además de llevarse el oro, Stalin «hizo pagar muy caras las armas a la República española, imponiéndole un tipo de cambio muy superior al tipo oficial… El Kremlin obtuvo así, fraternalmente, un beneficio adicional de 700 millones de dólares a costa de la República española», ironiza el historiador.

En 1939 con la retirada, recordará el excomunista Enrique Castro Delgado en ‘Hombres made in Moscú’, los jerarcas del PCE montaron un banquete en Sitges: Checa, Pasionaria, Antón (su amante), Uribe, Togliatti, Carlos Contreras, Modesto, El Campesino, Lister… «Y Carmina, la mujer de Lister; y la madre de la mujer de Lister; y las criadas de la casa de Lister; y los escoltas que cuidaban la casa de Lister de un lado para otro con prisas preparando la mesa, sirviendo vinos y aperitivos… Y los dioses bebiendo… En un maravilloso hotelito con altas tapias para que España no los viera beber vinos de las mejores marcas y manjares que recordaban un poco las bodas de Camacho».

Pinceladas históricas que ilustran las relaciones peligrosas de la izquierda y el separatismo con la URSS. Como la miseria moral no caduca, ahí estuvo Alay en 2019, para que el régimen criminal moscovita respaldara una Cataluña independiente: «soviet carlista» mediterráneo en la estrategia desestabilizadora rusa de la Unión Europea («club de países decadentes», según Puigdemont).

Las malas compañías del ‘procés’. Rusia de Putin y sediciosos catalanes: los regímenes de la mentira.

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