Las Ramblas recuperan el pulso

Siete días después, los barceloneses hacen suyo un paseo marcado para siempre

ESTHER AMORA

Cinco menos cuarto de la tarde (hora «H») en la Rambla de Canaletas de Barcelona; siete días después del mazazo terrorista que dejó manchada de sangre para siempre a la principal arteria de la capital catalana.

Coincidiendo con la llegada de los miles de cardiólogos que esta semana participarán en el Congreso Europeo de la especialidad (ESC por sus siglas en inglés), el corazón de la capital turística de Europa ha recuperado su latido y vuelve a bombear. Lo hace tras días de luto, desolación, impotencia y tristeza, aunque la fisonomía de esta céntrica vía, orgullo de los barceloneses y referente de millones de turistas que transitan cada año por la ciudad, ya ha cambiado.

Un enorme santuario

El medio kilómetro que el jueves 17 de agosto recorrió la furgoneta del atentado sembrando horror y muerte a su paso por Barcelona lucía ayer como un colorido y enorme santuario, impregnado del dulce olor a vainilla de las velas y a incienso, salpicado de altares de flores ( más de una veintena) y emotivas dedicatorias en memoria de las 15 personas a las que la barbarie les arrebató la vida. «Como profesora seguiré luchando para conseguir una sociedad donde el amor triunfe», reza una de las dedicatorias que pueden leerse, entre otras muchas notas -algunas redactadas en árabe-, ositos de peluche y flores en el primero de los altares, situado justo en el punto donde el terrorista inició su criminal carrera.

No es un día cualquiera. Es el día en que se recuerda que, justo hace una semana, el corazón de Barcelona se paró de golpe, cambiando su historia de por vida. «La gente sigue abrazándolas y con fuerza», dice Thaïs, dependienta de una de las floristerias situada en la parte alta de la céntrica vía. No trabajaba el día del atropello pero sí ha estado en la tienda todos estos días y da fe de que muchos ciudadanos han hecho acto de presencia solo para «sacar pecho» y dejar constancia de que no hay atentado capaz de arrebatar a los barceloneses una de sus señas de identidad.

Le asiste la razón, aunque solo a medias. Centenares de personas llevan días acercándose al escenario del suceso para dejar constancia de que no tienen miedo a nuevos ataques, pero eso no ha hecho que las Ramblas vuelvan a recuperar su sonrisa. Llenas, pero sin bullicio. Están colapsadas de gente pero no hay ni rastro de su habitual bullicio, ni de sus extravagantes personajes. Tampoco hay tantos extranjeros, según subrayan varios comerciantes, quienes destacan que, por primera vez en años «puede verse a más gente de aquí que de fuera». El silencio se impone en algunas zonas del céntrico paseo y, por primera vez, el ruido del tráfico puede oirse con claridad. Las terrazas están menos concurridas y la gente deambula desde Canaletas hasta el mosaico de Joan Miró, donde la furgoneta concluyó su mortal recorrido, con la mirada en el infinito, sin apenas hablar. Caras congestionadas por el llanto, gente que se abraza y mucha desolación y tristeza; un paisaje totalmente diferente al de antes del 17-A. Anna y Marisol, madre e hija, son dos de las barcelonesas que ayer no tenían previsto pasar por las Ramblas pero lo hicieron para rendir homenaje a la ciudad.

«Yo estaba de vacaciones en Galicia y me enteré por las noticias. He esperado hasta hoy para demostrar, en un día tan señalado, que no tenemos miedo y que seguiremos bajando a las Ramblas», dice la mujer.A su hija, el atentado sí le cogió en la ciudad. «Lo ves en las noticias y no te lo crees», dice la mujer, que rompe a llorar sin poder evitarlo. Su hijo mayor la abraza para consolarla. Abrazos de un musulmán

Unos metros detrás de ella, un joven musulmán «regala abrazos». «Soy musulmán. No soy terrorista, regalo abrazos, amor y paz», indica en un cartel. Muchos de los paseantes se acercan y se funden con él emocionados en un simbólico abrazo que algunos de los presentes aplauden.Violeta y Nahi, dependientas de una tienda de souvenirs, que el día de autos se encontraban en el epicentro de la tragedia, seguían ayer conmocionadas. «Ahí había dos cadáveres», explica la primera, señalando un punto junto a su tienda. Detiene el relato porque se emociona y apunta unos metros más arriba. «Y ahí había un niño», concluye entre sollozos. Como otros muchos testigos de la barbarie, tardarán en borrar esas terribles imágenes de sus retinas.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación