Ángel González Abad - Los martes, toros

Manolete en la historia de Cataluña

Fue la arena en la que más veces toreó, setenta tardes, cuyos triunfos todavía resuenan por los tendidos ahora vacíos de la Monumental

Ángel González Abad
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Se celebra estos días el centenario del nacimiento de uno de los grandes toreros de la historia, el mítico Manolete, que dejó su vida en las astas de un toro de Miura. Su figura, como uno de los grandes toma más fuerza aún conforme se analiza todo lo que hizo en los ruedos y todo lo que significó su tauromaquia en el rumbo que tomó el toreo tras su muerte.

Pero si en alguna plaza el torero de Córdoba dejó para siempre la impronta de su arrolladora personalidad fue precisamente en Barcelona. Fue la arena en la que más veces toreó, setenta tardes, cuyos triunfos todavía resuenan por los tendidos ahora vacíos de la Monumental. Triunfos, grandes tardes de toros vividas por miles de barceloneses que transmitieron esa pasión por la Fiesta, que junto al propio Manolete hicieron historia.

Historia del toreo e historia de Cataluña, que aquí sucedió y se podrá tapar, pero no borrar.

En julio de 1933 debutó el que fue bautizado como "Monstruo" del toreo en Barcelona toreando en la parte seria de un espectáculo cómico-taurino, y desde entonces el idilio fue total. Cómo borrar la temporada de 1941, en la que actuó en 17 corridas de toros. O sus dos últimas corridas, el 22 de junio y el 6 de julio de 1947, unas semanas antes de la trágica tarde de Linares.

Imágenes de Manolete en Barcelona forman parte ya de la historia gráfica de la Fiesta. El espléndido natural a un toro de Miura, o la del posado en la barrera de figuras como Pepe Luis Vázquez, Antonio y Pepe Bienvenida, Chicuelo y Villalta, con el empresario Pedro Balañá, Don Pedro; son imborrables de la memoria de los aficionados.

Cómo borrarlo. O aquel 6 de junio de 1945, uno de sus grandes éxitos, dos orejas, rabo, pata, y el público seguía pidiendo trofeos para Manolete, que había toreado como nunca, más entregado si cabe ante la afición que mejor lo entendió y más lo arropó. "El público ya no podía ni gritar", rezan las crónicas de aquel día, que escritas están, sin que nadie, de momento, las pueda borrar.

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