Ferran Brunet - Tribuna Abierta

Democracia, postverdad y populismo

Los extremismos populistas proponen soluciones simples a problemas complejos y comparten la ilusión sobre la omnipotencia de la política y del Estado

Ferran Brunet
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Soluciones simples a problemas complejos y omnipotencia de la política y del Estado: eso tienen en común los populismos y extremismos de derechas e izquierdas que crecen en Europa y América. Elecciones presidenciales y parlamentarias y referéndums están decantando mayorías pequeñas en favor de posiciones disruptivas, como el Brexit o Donald Trump. Parece que el sistema político de las democracias más sólidas desfallece y se descentra.

Sean tormentas o tsunamis, estas tendencias son muy significativas y probablemente tendrán consecuencias importantes. Consolidan la decadencia de las ideologías políticas y sociales, agudizan las crisis de los partidos, cambian el equilibrio entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, instrumentalizan la representatividad, subrayan la política frente a la sociedad y la economía y, en fin, amplían la confrontación social, la inestabilidad política y la incertidumbre económica.

Los actuales cambios ideológicos y políticos son fruto de una degradación mayor en la apreciación de la realidad económica y social y del menor interés de los proyectos socialdemócrata y democristiano. La posmodernidad y el relativismo se han trocado en posrealidad, posverdad, posdemocracia y pospolítica. El mundo posfactual es ajeno a la realidad misma, basado como está en la fabulación, la emoción y la manipulación.

La política se convierte, así, en un constructo autónomo La «realidad» política y, en particular, su comunicación puede desconocer la verdad y soslayar que la realidad deba sustentar y constreñir el pensamiento. El nuevo dios de la contemporaneidad es el Estado; mejor, es una trinidad: pueblo-nación, política-intervención y Estado-superpoder.

Mensajero, mensaje y receptor pueden ser por completo ajenos a la realidad, la verdad y la ética, y ser incapaces de discernir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo deseable de lo indeseable, y lo posible de lo imposible. El razonamiento se eclipsa ante la emotividad. La razón es sustituida por el sentimiento, la fé, la ilusión, la miopía, la ceguera, la imagen, el fanatismo, la obnubilación y la adicción. La utopía se concreta en ensoñación y patraña. Entonces, el sueño de la razón produce monstruos.

Para la desestructruración de la política y la emergencia de un espacio virtual, y a la vista del traspaso de votos entre los extremos izquierdo y derecho, todo sirve. En la competencia por el votante, prevalece el mensaje más simple. Charlatanes que halagan los instintos de la multitud, demagogos, radicales, ultras y populistas han conseguido crear, sino un paraíso, sí una cultura del embuste y una efímera pseudo realidad. La democracia como representación, legalidad y transparencia cedió el sitial a la «democracia» como maquinación, mayoría simple y fuerza. La utopía claudicó ante el engaño y la imposición. El descreimiento religioso dejó paso al descreimiento político.

En el relato y la invención política, especialmente en la política de masas propia al populismo, el «pueblo» y la «nación» son los referentes primordiales y son la legitimación de las medidas salvadoras encomendadas al Estado. Los extremismos populistas proponen soluciones simples a problemas complejos y comparten la ilusión sobre la omnipotencia de la política y del Estado. Propenden, pues, al autoritarismo, y entran inexorablemente en él cuando, conquistado el gobierno, fracasan en sus disparatados e imposibles empeños. Las expectativas de los excitados, exaltados, embelesados, embaucados y fascinados pueden alejarse mucho de la realidad, de lo posible y, por supuesto, de la sensatez y el respeto.

La propensión de la política contemporánea a la posrealidad se aprecia agudamente en el Brexit y en el separatismo catalán. El euroescepticismo y el secesionismo han recreado su realidad ilusoria y su enemigo exterior (Europa, Madrit) alrededor del nacionalismo y en oposición al espíritu europeo, que es cívico y solidario. En su lance, los independentistas catalanes llevan décadas zapando contra la democracia española. Hoy son consuetudinarios sus ficciones, el desacato y la no vigencia de la ley y la persecución del disidente. En el matrix separatista catalán, varios millones de personas ya son ‘independientes’ del resto de España, de la realidad y del derecho.

Tras la tarea de Joseph Goebbels y los análisis de George Orwell, conocemos el efecto de la distorsión y vigilancia, de la narrativa y lenguaje políticos, y de la repetición de la mentira en la ingeniería social y la conformación de la acquiescencia.

Según la Biblia, Dios crea con la palabra. El actual homo deus supone que tiene esta facultad. Falsamente. Por ello, lo peor de la mentira llega cuando las personas y los grupos se comportan como si aquélla fuese verdad. El caos que sobreviene sólo se supera con el restablecimiento del principio de realidad.

Éste anterior es un punto de vista optimista e ilustrado sobre la suerte de la posverdad, posrealidad y pospolítica. Pero hay un punto de vista pesimista, revolucionario y separatista según el cual su realidad virtual paralela se impondrá y convertirá en realidad de hecho. ¿Qué prevalecerá?

FERRAN BRUNET ES PROFESOR DE LA UAB Y MIEMBRO FUNDADOR DE SCC

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