Antonio Piedra - No somos nadie

La rabia

«De las condenas mundiales, y de las unánimes que se han formulado en España y en Castilla y León, destaca la del chavista y totalitario líder de Podemos. Qué vergüenza de personaje»

Antonio Piedra
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El horror de la noche del viernes al sábado fue una pesadilla para España y para algunos castellano y leoneses en particular. Los que tienen familiares o tenemos amig@s en París nos entró el canguis: que la masacre afectara a algunos de esos castellano y leoneses que viven en el distrito 11, o que trabajan en la hostelería allí donde los asesinos yihadistas montaron su carnicería destrozante y totalitaria. Todos ellos, gracias a Dios -sólo queda por comprobar el estado de una amiga que no se encuentra en estos dos colectivos de riesgo-, están fuera de la lista atroz de esta masacre que agota todos los calificativos más abyectos de la salvajada.

De las condenas mundiales, y de las unánimes que se han formulado en España y en Castilla y León, destaca la del chavista y totalitario líder de Podemos.

Qué vergüenza de personaje que se adhiere con «kukident» a lo más carca y envilecedor de una política que, como en el cuento de los cabritillos, enseña siempre la patita a favor del totalitarismo militante y trincón. Desde ayer sábado por la mañana, el de la coleta morada no perdió el tiempo. Con la cursilería pintiparada del necio con arreos que sólo le gusta su disparate mañanero, mostró su pesar por el atentado. El desprecio en las redes ha cosechado una despiadada indiferencia y rechazo.

Ateniéndose a lo más odioso que esconden las fórmulas del hipócrita compulsivo -es decir, jugando con la equidistancia y la perspicacia-, dio el pésame al pueblo francés: «Un pueblo que nos enseñó el significado de palabras como libertad, igualdad, fraternidad, democracia y derechos humanos». Bla, bla y bla. En suma, que su parloteo fue tan meritorio como el del bobo de Coria que hacía de la necedad porfía. Ya, pero a continuación, el amigo del chavismo y de los ayatolas iraníes -con ellos engrasa las tuercas del totalitarismo hispano- se desmarcó de los luchadores por la libertad en Europa para decir que eso es una especie de «venganza» y no: «No nos sentimos identificados en los valores de ese pacto».

Imaginamos que no se identificará usted con esos valores -libertad, igualdad, fraternidad, democracia y derechos humanos- por la misma razón que aducía Stalin cuando liquidaba a millones de rusos: «Nosotros no dejamos que nuestros enemigos tengan armas, ¿por qué íbamos a dejar que tuvieran ideas?». En cambio, los ciudadanos que despreciamos la política como la concibe el genio de la coleta -y que coincide con las «haciendas soviéticas» que tanto amaba Lenin-, lo tenemos claro. Cuando se asesina como se hizo el viernes por la noche en París, sólo deseamos que los perros rabiosos sean exterminados in situ o en el país de origen. Da igual que los alimente Iglesias, el general Julio Rodríguez, o el ex presidente de las Cortes de Castilla y León, el podemita Sánchez-Reyes. La rabia es siempre contagiosa y mortífera.

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