Diálogo intergeneracional para reivindicar lo nuestro

El Patio Herreriano establece a través de 83 obras «un juego de ritmos, analogías y ecos» entre una treintena de artistas de distintas épocas

Las obras de mayor formato están reservadas para la sala 6 (imagen), «Un problema de forma (y de fondo)» F. Heras

H. Díaz

Cuando Javier Hontoria asumió en febrero la dirección del Museo Patio Herreriano de Valladolid avanzó que entre sus objetivos estaba el de potenciar en este espacio la presencia de la escultura , así como intentar establecer sinergias con centros museísticos de especial relevancia en la ciudad, como el Nacional de Escultura.

«Una dimensión ulterior» , la primera gran exposición que lleva su firma, cumple con estas dos intenciones y convierte a Valladolid en el lugar idóneo para revisar el arte escultórico realizado desde siglos pasados hasta nuestros días, ya que a este proyecto se suma la muestra que descubre en el Palacio de Villena obras inéditas custodiadas en el almacén del Colegio de San Gregorio.

Por lo que respecta a la iniciativa del Herreriano de la que este artículo se ocupa, busca propiciar a través de 83 obras un diálogo intergeneracional entre artistas de los 80 y 90 y creadores actuales con el fin último de poner de relieve la calidad de la escultura española.

«Una dimensión ulterior» toma como punto de partida la exposición «Cuatro dimensiones» –que acogió el Herreriano en 2003 para repasar el desarrollo de este arte desde la llegada de la democracia–, pero no se propone ser «la lectura» con mayúsculas de las actuales prácticas artísticas, sino una de tantas posibles. Con ese fin establece «un juego de ritmos, analogías y ecos» entre piezas de la Colección Arte Contemporáneo y las realizadas por artistas contemporáneos, marcadas por el «cataclismo» derivado de la llegada de las nuevas tecnologías, apunta Hontoria.

Obra de «Una dimensión ulterior» expuesta en el Patio Herreriano F. Heras

La vuelta a lo vernáculo, el lenguaje como un elemento tangible o el no necesario aspecto tridimensional de la escultura son algunos de los discursos que se plantean. Considera el director que ha sido en la escultura donde más se ha evidenciado las transformaciones de este tiempo, donde el término «ismo» se ha tendido a diluir y si hay algo que une a los creadores es la atención a lo propio, lo que recuerdan como pasado y les constituye «como personas y artistas». De ello trata precisametne «Extrañamiento de lo propio» (sala 3), donde obras de Ángel Ferrant, con gran peso en la Colección, conviven con la esquemática abstracción de García Bello, el monumental cucharón de Jorge Balbi y los tótem que sirven a Fernando García para experimentar con materiales como la piel de melón o las hojas de piña hasta conocer sus limitaciones. El lenguaje como elemento tangible y no solo audible es el nexo entre la lengua de fieltro, lacre y parafina de Eva Lootz y la rotundidad del cemento de Juan López en la sala 4, mientras la entrada del siguiente espacio está custodiada por obras de Pepe Espaliú, el artista cuyo trabajo sirvió para romper el tabú del sida en los 90. Sus piezas, que evocan un mundo de sensibilidad «atento a los vacíos y a lo que estos esconden», conviven con el quebrado volumen de Julia Spinola. Adentrarse en esta sala (5) es hacerlo también en el «origen y esplendor» de la naturaleza de la mano de las formas de Adolfo Schlosser, que aún partiendo de intenciones alejadas «conectan» perfectamente con las chapas perforadas de Asier Mendizábal.

Obra de «Una dimensión ulterior» expuesta en el Patio Herreriano F. Heras

Las piezas de mayor formato están reservadas para la sala 6, donde más se percibe esa diferencia de discurso entre generaciones. En ella la solidez de Fernando Sinaga, Susana Solano o Cristina Iglesias, en cuyas obras especularon en torno a la masa y la rotundidad de las formas, se contrapone a la ductilidad de las creaciones de Nuria Fuster, la sugerencia de June Crespo o el minimalismo de las cajas de Ángela de la Cruz.

Dice Hontoria que no quiere dar todo masticado al espectador. Quizá por ello concluye la exposición en una sala (7) que lanza interrogantes sobre la relación del tiempo y el espacio con la escultura a través de las fotografías de Asier Mendizábal, a las que se suma una asfixiante instalación sonora de Itziar Okariz.

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