LA SOMBRA DE MIS PASOS

Castilla al sur

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Por Sevilla me voy encontrando las raíces de algunos objetos de mi casa en La Mudarra. Cosas menores y apátridas hasta ahora, objetos que como no «sesean» uno no sabía de dónde eran. «De Melilla a Santander todo es Castilla» dice mi amigo Jesús. Y yo me escapo sin aviso, en una huida hacia adelante, de la rutina y del frío. En la Plaza de España del arquitecto Aníbal González, en los bancos provinciales, con sus mapas, aparece La Mudarra.

En mangas de camisa y custodiado por la Giralda -que es la hermana conocida de nuestra torre de Santa María de Mediavilla- se me confunde el otoño con la primavera, y hasta los puntos cardinales. Me aparto de la política, que no llegan sus ecos hasta este rincón de Santa Cruz desde donde ahora escribo.

¡Qué sabe Sevilla de nuestros jaleos eólicos -poco limpios- y del carbón negrísimo del magdaleniense pasado!

Aquí hay que probar el vino de naranja que sirven en la taberna de Perejil. Un sitio en miniatura con olor a naranjos amargos. El hombre de mi lado me dice: «A mi lo que diga Zuzana me importa tre cohone illo...» Así que reculo y no pregunto qué opinión le merece Juan Vicente.

Y entiendo que Castilla es Andalucía sin rosas floridas en invierno, según Rubén Darío. Que aquí a la gente, como allí, le dan lo mismo estos políticos que aquellos, con tal de vivir y de beber tranquilos. Se siente uno paseando entre las callejas encaladas, con los portalones abiertos, como Machado, Antonio. «Mi infancia son recuerdos de un patio / de Sevilla...» y me pregunto si será este el patio o aquel otro que le sigue.

En una pequeña plaza, con las fuentes papitando, la noche se puso íntima. Y cuento las palabras a ver si cuadran y puedo, por fin, invitar a una copa a la chica de ojos verdes que lleva sentada un rato en la mesa de al lado.

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