Antonio Piedra - No somos nadie

Alma y cuerpo entero

«Eloísa García de Wattenberg, la mujer que hizo en Castilla y León más que muchos hombres juntos por el arte, por la independencia de la mujer y por la cultura sin barnices»

Antonio Piedra
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El miércoles pasado, a los 94 años, falleció Eloísa García de Wattenberg, la mujer de alma y cuerpo entero que hizo en Castilla y León -y sobre todo en Valladolid- más que muchos hombres juntos por el arte, por la independencia de la mujer, y por la cultura sin barnices. Una excepción en medio de un cotarro cultural dirigido por hombres del XX que veían a las señoras como manufactura hermética heredada del siglo XIX. Hasta Freud, después de «30 años de investigación del alma femenina», se preguntaba al final de sus días: «¿Qué quiere una mujer?». No tenía ni idea. Y ello porque no conoció a Eloísa García de Wattenberg que, cuando murió el gran neurólogo y psicoanalista austríaco, ella cumplía 16 añitos.

Pero nosotros -a mí me distinguió con su amistad y con una cordialidad a flor de piel- sí que hemos conocido quién era, qué quería hacer y qué llevó a cabo Eloísa García de Wattenberg. Yo no sé si se miraba mucho al espejo. No creo que lo hiciera pues no tuvo tiempo para afeites. Siendo mesurada en todo, y con un sentido del humor tan castellano como incisivo, no buscaba ni hombre tiple ni mujer bajón. Con Federico Wattenberg tuvo más de diez hijos, y toda su vida, muerto su marido, se redujo a sacar a flote una familia con el trabajo de su inteligencia. En este trabajo -archivera, directora del Museo Nacional de Escultura, gran expositora, experta en arte, y ponente de una belleza tan intuitiva como eficaz- nunca se le cayeron los anillos.

Cuenta María Calleja, que ella conoció a Eloísa García de Wattenberg con una escoba en la mano. Cierto. Yo también la conocí clavando chinchetas, cortando moqueta, diseñando cortinas, midiendo pladur, dando pinceladas con la brocha a las vitrinas, y haciendo pespuntes en los bordes. Consumía su trabajo hasta la perfección como si fuera un detalle de la plenitud que sentía. Donde esta mujer dirigía la vista -toda ella resuelta en un espejo que reflejaba una plasticidad vivísima-, levantaba una belleza oculta, o resaltaba aquello que por obvio olvidábamos en las aulas. Ella no. Ella ponía sencillez en lo barroco y hacía pedagogía jugosa con lo sencillo. El Museo de Escultura es hoy lo que es -algo excepcional en la policromía mundial-, porque esta mujer se empeñó, lo planificó, y además lo llevó a cabo como algo inmortal dentro de lo extraordinario.

Su actualización del arte no conocía límites. Cuando a principios de los años 80 parte de la cultura vallisoletana nos mandó vergonzosamente al basurero a quienes apostamos por la escultura de Chillida, Eloísa García de Wattenberg fue una voz valiente. No sólo abrió de par en par el Museo de Escultura y sus aledaños, sino que se mezcló con las grúas, rectificó a los talibanes, y puso a los dudosos en su sitio. Fue en décadas una mujer decisiva en la vida del arte: donde crecían los impedimentos, ella sembraba consuelo y maestría.

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