ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCNA

Lam, Wifredo forever

La otra gran conexión china de Cuenca con la vanguardia contemporánea

Real Academia Conquense de Artes y Letras Actualizado: Guardar
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Tras meses de éxito, se cierra el 15 de agosto la magna exposición de Wifredo Lam en el Reina Sofía. No la dejen escapar si es que aún no la han visto. Además de maestro internacionalmente reconocido como una síntesis de las vanguardias (cubismo, surrealismo, abstracción) y el primitivismo ancestral («entre el temblor yoruba y el guiño picassiano», según Florencio Martínez Ruiz), este cubano, mulato de chino y de afrocubana, tiene también su lado castellano-manchego, concretamente conquense.

Instalado en Madrid en 1923 con una beca del gobierno cubano, Wifredo había trabado amistad con un estudiante conquense de Medicina, algo bohemio y aficionado al arte: Fernando Rodríguez Muñoz. En Madrid prefirió la innovación de la Escuela Libre de Paisaje al academicismo de San Fernando.

En el pasaje Alhambra frecuentó a Benjamín Palencia, Francisco Bores, Moreno Villa o Dalí. Y del Museo del Prado, se decantó por «los artistas rebeldes que pintan discursos contra la tiranía». En ellos incluía a Goya y sus horrores, a Brueghel, al Bosco y los grabados de Durero. No desdeñaba el magisterio visionario y compositivo de Velázquez y de El Greco.

El golpe militar de Machado lo deja sin beca y con un pie, y casi los dos, en la miseria. Su amigo conquense, de familia acomodada, le ofrece instalarse en Cuenca. Entre 1925 y 1927 desarrollará una frenética actividad en la capital y también en el pueblo de Villares del Saz.

Unos 25 dibujos (la serie «Del Cuenca típico») para la revista La ilustración castellana, dibujos y retratos de tipos serranos y campesinos, cuadros tan bellos y emblemáticos como «Calle castellana», «El abuelo Joaquín» o «Cuenca desde el barrio de San Martín» (seleccionado junto con algunos retratos de tipos populares para esta expo en el CARS). A estos trabajos que reflejan el impacto en el artista cubano de la «sintética aridez castellana», se unen varios retratos de personajes de la burguesía conquense, trabajos alimentarios que no dejan de ofrecer destellos de su arte y el pleno despliegue de su oficio.

En Cuenca abre estudio en el viejo caserón del Almudí y se vincula a la floreciente vida cultural y artística de la pequeña urbe castellana, acudiendo a tertulias en el hotel Iberia y en la librería Escolar. En cierto modo, ensayó allí su primer falansterio artístico con creadores como Marco Pérez, Fausto Culebras o Zomeño. Unos lustros (pocos) más tarde vivirá el gran falansterio surrealista en París, en Marsella y, huyendo del nazismo, en las Antillas. Desde un punto de vista local, ese núcleo será el germen del grupo vanguardista «El Bergantín de la vela roja» (los mencionados, más Luis Cebrián el Vasco, Cézar, Federico Muelas y otros), que florecería ya en la II República, en la antesala de la guerra incivil.

La Junta hizo temprano homenaje a la etapa conquense de Wifredo Lam, con una exposición y su catálogo ya en 1984. Pero hay que reactivarlo ahora cuando parece consolidarse al fin la idea de apostar en firme por Cuenca como foco internacional artístico en la región.

En el cincuentenario del Museo, debemos recuperar por todos los medios posibles y razonables la perspectiva conquense del gran Lam. Y otros legados incomprensiblemente olvidados, como el del Taller de estampación de Javier Cebrián: todo un compendio del informalismo español, en el que dieran a luz sus creaciones los Saura, Guerrero, Mompó, Rueda et alia.

Vayan entretanto al Reina Sofía y disfruten de la magna muestra de un gran pintor visionario que triunfó a escala mundial y cuya etapa conquense, en palabras de Florencio Martínez Ruiz, comportó «los primeros ensayos de un mestizaje estético que habría de explotar en París».

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