Mariano Calvo - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

De turismo con Cervantes

Mariano Calvo
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La entrañable relación que Cervantes mantuvo con Toledo, plasmada en múltiples testimonios documentales y literarios, permite diseñar una «Ruta turístico-literaria de Cervantes en Toledo», complementaria de las muchas rutas e itinerarios cervantinos que han tomado como marco de referencia los vastos horizontes manchegos.

Nuestra ruta toledana ha de comenzar necesariamente en la encrucijada de Las Cuatro Calles, vestíbulo del antiguo barrio del Alcaná en el que Cervantes, según nos cuenta en El Quijote, encuentra por azar el manuscrito de Cide Hamete Benengeli, supuesto origen de la historia de su desvariado Hidalgo.

Ascendemos luego a la plaza de Zocodover, que representaba para Cervantes uno de los grandes focos de la «caterva innumerable» de los pícaros nacionales, y en la que Ginés de Pasamonte, epítome de todos ellos, anhela pasearse algún día en libertad como galgo sin traíllas.

Bajo el Arco de la Sangre podremos acariciar, cómo no, la estatua en bronce de Cervantes -¡tan al alcance de la mano!- y tras la correspondiente foto descendemos la propia calle Cervantes hasta el número 13, en cuya fachada una lápida recuerda que allí se alzó la Posada del Sevillano, escenario de la La ilustre fregona, la más toledana de las novelas cervantinas.

La senda del Tajo, teatro de los amores bucólicos de La Galatea, nos conduce a la plaza de los Tintes, honroso asiento que fue de la casa de Miguel y Catalina, en la que el morisco aljamiado tradujo el manuscrito de Cide Hamete Benegeli: … «le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda».

Senda ecológica arriba, escuchamos el chapoteo de las ninfas de Garcilaso, tan tiernamente evocadas por don Quijote: «Mal se te acuerdan a ti, ¡oh, Sancho!, aquellos versos de nuestro poeta donde nos pinta las labores que hacían allá en sus moradas de cristal aquellas cuatro ninfas que del Tajo amado sacaron las cabezas y se sentaron a labrar en el prado verde aquellas ricas telas…»

Y entre arrullos de ninfas y pastores llegamos a «la tumba de Don Quijote», el solar del antiguo Convento de San Agustín, hoy Instituto Sefarad, donde profesó y fue enterrado don Alonso Quijada de Salazar, el personaje esquiviano que, en opinión bien fundada de Francisco Rodríguez Marín y Luis Astrana Marín, sirvió de modelo para la creación de don Quijote.

Ascendiendo por la calle Real, alcanzamos los muros de San Pedro Mártir, en cuyo claustro tuvieron su enterramiento los familiares de la esposa de Cervantes, y en el que poco faltó para que vinieran a reposar los restos de Miguel y Catalina.

Al pasar por la calle de las Tendillas nuestro recuerdo se dirige al padre de «la Tolosa», que allí ejercía su oficio de remendón, y a su hija, la moza del partido que, en funciones de doncella o dama del castillo imaginario, tuvo el risueño honor de ceñir la espada al disparatado Amadís manchego.

En la calle de Alfonso XII, sede de la antigua Cárcel Real, brota de la memoria el nombre de Lope el Asturiano, personaje de La ilustre fregona que dio con sus huesos en aquellos tétricos calabozos, asiento de toda incomodidad y habitación de todo triste ruido.

Una calle más allá visitamos el patio prodigiosamente conservado del antiguo Hospital del Nuncio, reclusión del falso don Quijote de Avellaneda, razón por la cual Cervantes decidió que su Quijote verdadero no habría de pisar Toledo para así marcar distancia con el otro.

La cuesta de Nuncio Viejo nos desliza sin esfuerzo hasta la catedral, en cuyo claustro negociaron Cervantes y el morisco aljamiado la traducción de la historia de don Quijote por «dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo». Y finalmente recalamos en la Posada de la Hermandad porque allí ejerció su oficio de escribano Gaspar de Guzmán, otro de los cuñados de Cervantes y modelo del personaje que interviene, por las rijosidades de Maritornes, en la refriega de la venta del zurdo Palomeque.

Placa con la famosa frase de Cervantes, todo un eslogan turístico
Placa con la famosa frase de Cervantes, todo un eslogan turístico

«Lo que dicen que hay de famoso en ella»

Todos estos lugares de evocación cervantina configuran el esquema de una posible ruta turístico-literaria de Cervantes en Toledo, pero no dejamos de plantearnos cuál sería la ruta que Cervantes trazaría según su gusto personal. Por suerte, un personaje de La ilustre fregona, de nombre Carriazo, sale al paso de nuestra curiosidad refiriendo los lugares que a su juicio -que, obviamente es el de Cervantes- merece la pena visitarse en Toledo: «…Pienso -comenta-, antes que desta ciudad me parta, ver lo que dicen que hay famoso en ella, como es el Sagrario, el Artificio de Juanelo, las Vistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega».

Sorprende que en la lista no figure ninguno de los clásicos monumentos de la ciudad, tal vez porque Cervantes quiso señalar exclusivamente los lugares que por aquellos días constituían la mayor novedad, pasando por alto los que consideraba suficientemente conocidos.

El primero de los citados, la capilla del Sagrario de la catedral, sugiere la obligada pleitesía de Cervantes hacia el cardenal Sandoval y Rojas, su protector y promotor de las obras de la capilla, destinada a ser su espléndido sepulcro funerario. Fue en su tiempo una novedad deslumbrante: un trocito de esplendor florentino inmerso en el gótico-mudéjar toledano.

En la capilla se custodiaban las reliquias de la catedral, por lo que no parece casual que Cervantes las celebre en Persiles y Sigismunda con palabras encomiásticas: «¡Oh, peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades, en cuyo seno han estado guardadas por infinitos siglos las reliquias de los valientes godos, para volver a resucitar su muerta gloria y a ser claro espejo y depósito de católicas ceremonias!».

El siguiente de los lugares citados es el Artificio de Juanelo, aparato hidráulico para subir las aguas del Tajo al Alcázar, que fue uno de los mayores alardes de ingeniería de su tiempo. Comenzó a funcionar catorce años antes de la boda de Cervantes con Catalina, y estuvo en uso hasta que consumó su paulatino deterioro veintitrés años después de la muerte del escritor. Así pues, Cervantes conoció el Artificio cuando aún seguía siendo una pasmosa novedad, digna por tanto de figurar en su selecto «listado turístico».

Las Vistillas de San Agustín, siguiente parada de la ruta, era un paseo muy popular junto a la Puerta del Cambrón, con espléndidas vistas sobre la Vega y el río, a donde solían ir los toledanos a disfrutar de los espacios abiertos, el aire libre y las pintorescas puestas de sol. Comprendía desde la puerta del Cambrón al Puente de San Martín, y constituía otra celebrada novedad en tiempos de Cervantes, ya que había sido acondicionado solo seis años antes de la boda del escritor con la joven Catalina.

Excursionistas en el patio de la Puerta de Bisagra de Toledo
Excursionistas en el patio de la Puerta de Bisagra de Toledo

Nuestro autor menciona también a la Huerta del Rey entre «lo que dicen que hay famoso» en Toledo. Se trataba de una hermosa finca bordeada por el amplio meandro del Tajo, al noreste de la ciudad, que en el siglo XI fue la almunia de recreo del gran emir Almamún. Con el tiempo pasaría a conocerse como «Palacio de Galiana», aludiendo a una leyenda sobre cierta princesa de ese nombre que enamoró a Carlomagno. En el capítulo LV de El Quijote, Sancho cae en una sima honda y oscura, y comienza a lamentarse, evocando a Don Quijote en el episodio de la Cueva de Montesinos: «Él sí que tuviera estas profundidades y mazmorras por jardines floridos y por palacios de Galiana»…

La lista de nuestro literario cicerone se cierra con la Vega. A menudo mostró Cervantes una visión del Tajo idealizada, influida por la visión bucólica que del mismo hace su admirado Garcilaso. En su soneto A la Vega del Tajo brota un encendido panegírico a la huerta fluvial: «Yace en la parte que es mejor de España / una apacible y siempre verde Vega / a quien Apolo su favor no niega / pues con las aguas de Helicón la baña».

Aún Cervantes asciende un peldaño más en su hiperbólica exaltación del Tajo cuando escribe en Los trabajos de Persiles y Sigismunda: «No es la fama del río Tajo tal que la cierren límites, ni la ignoren las más remotas gentes del mundo: que a todos se extiende, a todos se manifiesta, y en todos hace nacer un deseo de conocerle». Y es entonces cuando uno de los personajes, poniendo la vista en la gran ciudad, lanza la más fervorosa invocación dedicada por Cervantes a Toledo: «¡Oh, peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades…».

Esta frase sigue siendo el mejor eslogan turístico de la ciudad y otorga al más grande de los escritores españoles el título de «el mejor de los guías turísticos de Toledo».

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