José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XII)

Hipótesis biográficas

Parece oportuno detenerse un instante en la trayectoria que, como esos lobos marinos atraviesan el océano en solitario, con el fin de gozar de sus encantos sublimes sin interferencia alguna

José Rosell Villasevil
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Parece oportuno detenerse un instante en la trayectoria que, como esos lobos marinos atraviesan el océano en solitario, con el fin de gozar de sus encantos sublimes sin interferencia alguna, yo lo hago con Cervantes en estas columnitas, de lunes a lunes, que ABC me permite y tú, «lector carísimo», me atiendes; todo ello en conmemoración del IV Centenario de la muerte del genio, que nos «ha dado en Don Quijote pasatiempo/al pecho melancólico y mohíno/en cualquiera sazón, en todo tiempo».

Digamos de paso también, que esto más que biografía es loa y glosa agradecida al «escritor alegre», desde luego, pero sobre todo al Cervantes humano que sabe padecer su amarga vida, siempre con una sonrisa en los bios, y con la palabra justa para agradecérlo al Supremo Hacedor desde la más absoluta grandeza, y como otro Arístófanes agigantado «adunando fango y grandeza y extrayendo de las heces de lo real, lo ideal».

Habían pasado unos 120 años desde la muerte del «Regocijo de las musas», cuando el ilustre don Gregorio Mayans recibe un insólito encargo desde de Londres, por uno de los ingleses más culto y más brillante de su tiempo. Hablamos del noble, político y diplomático Lord John Carteret, filósofo y dominador de lenguas clásicas y modernas, quien le pide la primera biografía de Miguel de Cervantes, para que encabece la Edición monumental de El Quijote, en IV tomos de lujo, auténtica y costosísima joya bibliográfica, en castellano, primorosamente realizada por J. y B. Tonson en 1738. Todo ello clara mezcla de generoso mecenazgo, así como de carga explosiva diplomática contra la pésima política exterior del Reino de España. Algo así como el trato a sus grandes ingenuios.

Tanto a SM., don Felipe V, como a su Corte y a buena parte de los súbditos, la noticia no debió producirles ni frío ni calor.

La única que sintió vergüenza fue la RAE, quién en propio desagravio, se puso a trabajar en el proyecto de una digna edición de la obra cumbre . Y aunque se demorase más de 40 años en llevarlo a efecto, bien mereció la pena al fin culminado en la Edición magistral de Ibarra de 1780.

Después de 164 años de silencio cervantino patrio, es de suponer que ahora a SM. Don Carlos III, el mejor «Alcalde de Madrid», sí le importen algo estos hechos; mas no se apresura a levantar un monumento a Cervantes en la Villa y Corte, y hay que esperar el culto detalle al reinado de Isabel II., no obstante idea de José I («y último») y encargo del Rey «Felón». Triple sonrojo.

Así que el Sr. Mayans, debió en su momento quedase frío ante la demanda de Lord Carteret: no había de aquel prohombre, tan injustamente olvidado, un solo documento, pues el de su cuna no fue hallado hasta 1752, por lo que hubo de basarse en los datos autobiográficos diseminados por su obra, algunos poco fáciles de interpretar. Y es que la palabra escrita del «famoso Todo», además de belleza lírica extraordinaria, contiene doble filo, como aquellas navajas que usara su buen padre, don Rodrogo, el «zurujano» barbero sangrador.

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