«Hoy sería imposible reconstruir el Liceo»

A propósito del incendio de Notre-Dame, Josep Caminal, el exdirector del Liceo que coordinó su resurgimiento tras quedar calcinado en 1994, reflexiona sobre cómo la inseguridad institucional ahuyenta a la iniciativa privada

El Gran Teatro del Liceu, en 2017, en el 20 aniversario de su reapertura tras el incendio que lo destruyó en 1994 EFE
Salvador Sostres

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«Si hoy se nos quemara el Liceo, no podríamos reconstruirlo» afirma Josep Caminal , director general del Gran Teatro del Liceu entre 1993 y 2005. Aquella reconstrucción duró 5 años –el mismo tiempo que ha prometido Macron para reconstruir Nuestra Señora de París– y la mitad de lo que costó lo pagó la iniciativa privada.

«Tres factores fueron decisivos», explica Caminal: «el primero, que todo el mundo estuvo dispuesto a hacer concesiones, empezando por los propietarios, que renunciaron a cobrar los dos mil millones de las entonces pesetas con los que pudimos empezar enseguida las obras. El segundo fue el liderazgo y la complicidad institucional, que funcionó a la perfección desde el primer instante hasta el último. Pasqual Maragall y el tándem formado por Josep Vilarasau e Isidro Fainé al frente de La Caixa lideraron el espíritu de la reconstrucción y tanto Jordi Pujol, entonces presidente de la Generalitat, como los dos presidentes del Gobierno que hubo en aquellos cinco años –Felipe González y José María Aznar– se mantuvieron firmes con el proyecto y sin intrigas que pudieran perjudicarlo. Y la tercera fue la generosidad de una sociedad civil catalana mucho más sólida y responsable, en líneas generales, que la de ahora».

Caminal precisa que «es la estabilidad y la credibilidad de los gobiernos la que atrae la inversión privada, y hoy cuando vas a ver a un conseller o a un secretario general de la Generalitat, lo primero que te dicen es que quizá dentro de dos meses ya no están en el cargo. Así no se puede construir nada serio ni perdurable». También Caminal denuncia que «hay algunos empresarios catalanes que no entiendo muy bien qué hacen, porque de un lado se las dan de súper independentistas y del otro trasladan la sede social de sus empresas a otras comunidades y si quieren crear algo nuevo hacen exactamente lo mismo».

Traslado de empresas

Aunque Caminal no quiere dar nombres, no son pocos los empresarios del entorno convergente que efectivamente han trasladado la sede de su empresa a otras comunidades, sobre todo Andalucía después de haberse pasado la vida entera criticando el supuesto déficit fiscal que sufre Cataluña y que «lo que ellos no pagan y les tenemos que pagar nosotros».

El exdirector general del Liceo tiene claro que con este cinismo no se habría podido llegar ni a la vuelta de la esquina e insiste en que «hizo falta mucha confianza entre todos los que participamos. Confianza es la palabra clave. Si no hay una institucionalidad previsible y estable, nadie arriesga ni sus inversiones ni sus donaciones, en tanto que a nadie le gusta tirar su dinero para que acabe convertido en nada. Hoy el grado de irresponsabilidad en la sociedad catalana en general, pero sobre todo en su clase dirigente, ha llegado tan lejos que sería muy difícil que un proyecto de reconstrucción como el del Liceo, que ha de contar con la complicidad de todos, pudiera realizarse».

Preocupación y angustia

Josep Caminal ocupó diversos cargos directivos públicos y privados, como el de director general de Administración Local de la Generalidad de Cataluña, director general de la Corporación Catalana de Radio y Televisión, concejal del Ayuntamiento de Barcelona, directivo del F.C. Barcelona y secretario de organización de Convergència. Cuando dejó el Liceo fue director general de presidencia del Grupo Godó hasta el mes de febrero de este año. Siempre paciente y moderado, partidario del pacto y contrario a cualquier radicalismo, vive estos momentos de la vida pública catalana con especial preocupación y angustia, y no entiende cómo pudo Convergència arruinar su capital político abandonando «su concordia pragmática y constructiva para enredarnos en esta bronca que ha roto Cataluña y que no va a llevarnos a ninguna parte».

Caminal recuerda que «no es que en aquella época hubiera más dinero, porque salíamos de los Juegos de Barcelona y de la Expo de Sevilla, y por decirlo rápido y mal, nos habíamos quedado sin un duro; y además Maastricht había recomendado a las administraciones públicas que no se endeudaran. No era un buen panorama».

Pero el liderazgo político y la estabilidad institucional , puestos ante el reto de recuperar una de las más emblemáticas joyas de Barcelona, supo estar a la altura de las circunstancias. «Hoy», se pregunta Caminal, «¿quién estaría dispuesto a renunciar a 2.000 millones de pesetas de indemnización?; ¿quién estaría dispuesto a hacer concesiones y renuncias para que un bien mayor pudiera hallar su curso? Son preguntas que no tienen respuesta, o la respuesta es un conjunto vacío. Del mismo modo, y en igual medida, ¿qué liderazgo existe en la política catalana que pueda compararse al de Pasqual Maragall cuando era alcalde? En estas condiciones no le puedes pedir ningún esfuerzo a nadie, ninguna inversión o donación a un empresario, porque lo primero que pensará es que su aportación no servirá para nada».

«Y claro», remata Caminal, «si la nueva burguesía de la que hay que fiarse es la que por la mañana agita esteladas y por la tarde se lleva sus empresas, sus puestos de trabajo y su creación de riqueza de Cataluña, pues estamos apañados».

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