Pincho de tortilla y caña

Ristra de sapos

Descartada la digna vía de la dimisión, a Sánchez solo le quedaba la indigna: el incumplimiento de todas sus promesas electorales

Luis Herrero

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Lo que más le preocupaba a Sánchez, ya está claro, es que su cabeza no corriera peligro tras el fiasco electoral del 10-N. Si no hubiera corregido el tiro al día siguiente, era hombre muerto. Había pedido ayuda a la mayoría cautelosa del electorado para que reforzara su poderío parlamentario, pero las urnas respondieron a su demanda con un estridente corte de mangas. No solo no le brindaron más apoyos, sino que le hurtaron 750.000. En esas condiciones lo más lógico –y lo más higiénico– hubiera sido dimitir.

En democracia, la única salida digna a una derrota plebiscitaria es la dimisión. En Podemos estaban dispuestos a pedírsela a las 11 de la noche del día 10. En el PP, ni te cuento. Y en el PSOE –en las aldeas críticas, me refiero–, también. La fecha elegida para dar a conocer la sentencia de los ERE estuvo muy bien calculada : no antes de las elecciones, pero sí justo después. De esa forma no perjudicaba los intereses del PSOE, pero cortaba de raíz cualquier veleidad vengativa de Susana Díaz. ¿Qué hubiera dicho la Federación más importante del partido, ante el desastre electoral de su enemigo Sánchez, si la sentencia no hubiera caído sobre ella como un mazazo demoledor?

Descartada la digna vía de la dimisión, a Sánchez solo le quedaba la indigna: el incumplimiento de todas sus promesas electorales. Y, la verdad sea dicha, la acometió con un entusiasmo admirable. En horas 24 le dijo a Podemos que sí en todo aquello que hasta entonces había dicho que no , y se tragó como sables los tres solemnes compromisos que había contraído en campaña para detener el avance independentista: ley para penalizar la convocatoria de referéndums ilegales, fin al adoctrinamiento en las aulas y desmantelamiento de la estructura propagandística de TV3. En una huida hacia adelante diseñada para poner a salvo su propio pellejo, puso rumbo al Gobierno que él mismo había dicho denostar: coalición con los populistas , previo salvoconducto parlamentario de los separatistas. De esa forma consiguió que el debate de su futuro personal no aflorara a la superficie. En su lugar lo sustituyó por el debate sobre el futuro de España. La pregunta, ahora, es qué precio está dispuesto a pagar para que su huida hacia adelante no acabe frustrando sus intereses.

Ha dicho Isabel Celaa, la portavoz del Gobierno, que el diálogo con ERC se producirá dentro de los límites de la Constitución. Pero la palabra de este Gobierno ya no vale nada. Sánchez la ha convertido en una baratija de zoco de tercera. Puestos a medir credibilidades, la de los independentistas tiene una trayectoria más fiable. Así que ojo a lo que dijeron ayer, en estéreo, el jefe parlamentario de ERC, Sergi Sabriá, y el diario más influyente de Cataluña.

Uno : el diálogo no se producirá en una mesa de partidos, sino de gobiernos. Dos : será un diálogo de igual a igual. Tres : sin condiciones ni vetos (se hablará de amnistía y de derecho de autodeterminación). Cuatro : la delegación catalana la presidirá Quim Torra «por una cuestión de respeto institucional». Cinco : se fijará un calendario para que la negociación no se alargue indefinidamente en el tiempo. Seis : los catalanes votarán en referéndum la validación de los acuerdos que se alcancen. Y siete : se establecerán garantías para su cumplimiento.

No deja de ser llamativo que este pliego de exigencias se haya hecho público horas después de que Adriana Lastra y Gabriel Rufián designaran a los negociadores que deben pactar las condiciones del diálogo entre las partes del «conflicto» . Si el PSOE las conocía con anterioridad y se avino a seguir adelante pese a todo es que ya es cómplice de la felonía. Y si no las conocía y ha sido víctima de una emboscada, ¿a qué espera para decir basta? ¿De verdad está dispuesto Pedro Sánchez a tragarse esa ristra de siete sapos con tal de seguir en el poder? Pincho de tortilla y caña a que sí.

Iceta ya ha dicho, tras conocer el órdago republicano, que el mandato que tienen es el de dialogar, y que «el instrumento que se utilice no importa». Una lógica impecable. Propongo matar mosquitos con napalm.

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