Salvador Sostres

La reunión de los perdedores

Salvador Sostres
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Puigdemont sabe que no tiene ni los votos ni la fuerza política para proclamar la independencia, ni mucho menos en el plazo de 18 meses, tal como Convergència se ha comprometido a hacer. Pedro Sánchez sabe que no tiene los votos para ser presidente, que ha sido el candidato socialista más rechazado de la democracia, y que su carrera política pende de un hilo: finísimo, imperceptible hilo.

Convergència y Pedro Sánchez son la misma derrota. Les hemos visto y les veremos practicar todas las posturas, hasta las más humillantes

Por ello Convergència, Puigdemont y Mas están reculando a marchas forzadas, y buscan una salida a la desesperada. Una salida honrosa en las formas que les permita disimular el ridículo de fondo, y el terrible fracaso, y así intentan rebajar con la ayuda del PSOE lo que hasta hace dos días era la supuesta e innegociable dignidad de los catalanes, expresada en su «derecho a decidir».

También por ello, Pedro Sánchez juega a venderse lo que no tiene, buscando por el mismo precio, y como si nada importara, un pacto con los partidos independentistas y con Podemos, y otro con Ciudadanos, que nació de la afirmación anticatalanista y se presentó a las elecciones al Congreso de los Diputados con el argumento de que nunca más los partidos nacionalistas/independentistas pudieran condicionar la formación y la actuación del Gobierno.

Convergència y Pedro Sánchez son la misma necesidad y la misma derrota. Les hemos visto y les veremos practicar todas las posturas, hasta las más humillantes. Seguro que esta tarde han tenido muchas impresiones parecidas que intercambiar.

Los que ladraban que la independencia era para ayer, y acusaban de traidores a los que les llamábamos bobos y mentirosos, tienen ahora este minucioso museo de la realidad en el que se refleja su aparatosa indigencia intelectual.

Los que alguna vez creyeron que Pedro Sánchez era un líder, y que «su figura había crecido» en el debate de su investidura falsaria, ahí le tienen, sin ninguna idea de la política, sin ninguna idea de España, ofreciéndose en las rotondas al mejor postor, sin ninguna otra ambición ni objetivo que salvar su pellejo aunque sea a cambio de poner en riesgo cosas que no tienen repuesto.

Es razonable que los independentistas vean en él una esperanza para salvar la cara, pero es demencial que pueda continuar confiando en él cualquiera que todavía tenga una cierta idea de España.

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