Dos rayas en el suelo

«Pedro Sánchez no quiere acuerdos, lo que quiere son desacuerdos que desacrediten a los demás»

Una de las reuniones en las que se fraguaron los Pactos de la Moncloa ABC
Luis Herrero

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Los pactos de 1977 sirvieron para poner a salvo la transición a la democracia, los de 2020 solo pretenden salvaguardar la gestión de Sánchez durante la puñetera pandemia. Además, los de 1977 vinieron precedidos de un intenso diálogo previo entre las fuerzas políticas. Felipe González, Carrillo, Tarradellas y Ajuriaguerra, entre otros, se entrevistaron varias veces con Adolfo Suárez antes de que la ley para la Reforma Política pusiera la primera piedra en la construcción del Régimen del 78. La llamada a los pactos de 2020, en cambio, se produce en un clima de confrontación y de derribo. Sánchez abre la palma de una mano para invitar a los líderes políticos a compartir su mesa y cierra el puño de la otra para asegurarse de que no aceptan la invitación.

Si la jugada le sale bien, él aparecerá ante la opinión pública como el juicioso anfitrión que quiso propiciar un gran acuerdo, y los renuentes a tragarse el anzuelo, como los dinamiteros que prefirieron ir a lo suyo en lugar de arrimar el hombro en beneficio del bien común.

Hay dos rayas en el suelo que marcan el territorio de los hipotéticos acuerdos. La raya de la «reconstrucción nacional» deja atrás a los independentistas. Si no se sienten parte de la nación que está en peligro, ¿por qué deberían ayudar a reconstruirla? La segunda raya, la de la necesidad de abrir espacios donde alcanzar consensos razonables, debería cerrarle el paso a quienes solo persiguen aprovecharse de las circunstancias para poner en pie un proyecto totalizador que imponga el predominio del sector público como remedio a la crisis. Si Sánchez permite que el diálogo se produzca en términos de confrontación entre lo público y lo privado, «estará interpretando mal, o sectariamente, el interés general que invoca».

Con Iglesias no hay margen posible

La frase no es mía, es de Felipe González , que también ha escrito esta otra: «Aunque algunos no lo comprendan, el tejido productivo de nuestro país, del que depende el empleo y el bienestar, es un gran entramado interdependiente, con protagonistas privados y públicos a los que hay que defender y ayudar a superar este desafío».

Del plantel de primeros actores que pusieron en pie los pactos de La Moncloa, Felipe González es el único que sigue vivo . Si de lo que se trata es de reeditar aquel gran acuerdo, Sánchez haría bien en leer y escuchar las enseñanzas del expresidente del Gobierno. Es el único sherpa que puede enseñarle el camino: «No habrá empleo sin empleadores, y las empresas privadas no pueden ser sustituidas por la tentación totalizadora que nos conduciría al fracaso». Tengo la impresión –que González me perdone por erigirme en su exégeta– de que él sabe muy bien que con Iglesias en el asiento del copiloto no hay margen posible para el acuerdo.

La conclusión lógica de la teoría de las dos rayas en el suelo la resumió muy bien Ana Oramas en una entrevista que le hice el viernes en la radio: «Yo creo que debería haber un gran acuerdo político entre el PSOE y el PP, con el apoyo de todas las fuerzas constitucionalistas, para pactar unos presupuestos de emergencia durante un año». Pero no es a eso, desde luego, a lo que Sánchez está jugando .

El temor a que la pandemia se convierta en el agujero negro que acabe tragándose a este Gobierno ha activado las células grises de Iván Redondo, que no deja de pergeñar planes de evacuación para que su jefe salga indemne del incendio. Primero intentó quitarle de encima a la prensa que va por libre y luego clausuró el control parlamentario . Gracias a Dios, esas dos líneas de resistencia acabaron saltando por los aires.

Lo que ahora ha puesto en marcha es un ejercicio de sabotaje que consiste en embadurnar de aceite la cucaña del diálogo, con gestos de menosprecio y de agresiones injustificadas, para descalificar después a quienes no se sientan capaces de encaramarse a ella. No quiere acuerdos, lo que quiere son desacuerdos que desacrediten a los demás . ¿Le saldrá bien la jugada? Pincho de tortilla y caña a que no. La verdad es como el agua. Al final siempre acaba encontrando resquicios por donde filtrarse.

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