Un grupo de indignados en una de las concentraciones en la Puerta del Sol durante el 15-M
Un grupo de indignados en una de las concentraciones en la Puerta del Sol durante el 15-M - ÓSCAR DEL POZO
Elecciones 26J

Podemos y la piedra de papel

El partido morado ha destilado los rescoldos quincemayistas para construir una plataforma de asalto al poder desde la hegemonía de la izquierda

Madrid Actualizado: Guardar
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De rodear al Congreso a sentarse en la quinta parte de sus escaños. De gritar «no nos representan» a gobernar en Madrid, Barcelona, Zaragoza y Valencia. De apedrearse con los guardias a verlos cuadrarse ante ellos. Todo ello en menos de cinco años, dos si se cuenta desde el momento en que Podemos apareció como fuerza política destilada de los rescoldos del 15-M.

Un período de transformación acelerada en el que ha transitado de un movimiento catalizador del voto de protesta a una máquina electoral con enorme protagonismo público y posibilidades de alcanzar el Gobierno. En 2015, el año del acceso del partido morado a las instituciones locales y autonómicas, las movilizaciones callejeras se redujeron un 27% en Madrid y un 54% en Cataluña.

Ya desde 2014 la conflictividad social había disminuido considerablemente tras una etapa de enorme tensión que coincidió con la llegada del PP al poder y el establecimiento de una severa política de ajustes. Con todos los matices y cautelas, los datos arrojan una conclusión clara: el movimiento «indignado» y las mareas contra los recortes encontraron en Podemos un cauce de representación que redirigió sus expectativas hacia una aspiración concreta de poder.

El « asalto a los cielos», que Pablo Iglesias prometió en el congreso fundacional utilizando una cita de Marx sobre la Comuna de París, había cambiado de metodología. Desde que Podemos irrumpió con cinco escaños en las eleccionesal Parlamento Europeo de 2014, la heterogénea corriente surgida de la Puerta del Sol en 2011 se reagrupó tras la oferta pragmática de ocupar las instituciones que los manifestantes habían cuestionado hasta el punto de intentar penetrar por las bravas en el Congreso de los Diputados. Las piedras lanzadas contra los escaparates del sistema político se trocaron en papeletas de voto guardadas en puños apretados a la espera de la convocatoria electoral. Y la reclamación de «democracia real», que impugnaba los mecanismos convencionales de representación, se atemperó al menos tácticamente en la aceptación de una democracia representativa. Sin encarnar más que de forma sintética los postulados quincemayistas, Podemos se convirtió en su instrumento pragmático, beneficiario de un voto de rechazo estimulado con un discurso impregnado -«el miedo va a cambiar de bando»- de promesas de revancha.

Doctrinas más clásicas

El quinto aniversario de la concentración de Sol constituye para el partido de los círculos –un nombre de raíz bolivariana– una oportunidad de aglutinar su cohesión de partida retornando al origen simbólico para reforzar la movilización de ese voto de protesta. En realidad, el proyecto de Podemos sólo entronca de manera remota con el 15-M; surgió del malestar allí expresado y de las plataformas sociales –antidesahucios, antirrecortes, etcétera– que aprovecharon el impulso activista, pero su formulación como proyecto político, efectuada por un grupo de profesores de la Universidad Complutense, condensaba doctrinas más clásicas.

Por un lado, las del anticapitalismo de los movimientos contra la globalización surgidos a finales del siglo XX; por otro, las del socialismo latinoamericano reformulado por el régimen chavista de Venezuela, cuyo patrocinio inicial está documentado en rastros de pagos y estancias de los promotores del nuevo partido. Todo ello expresado en un lenguaje con clara inspiración en el populismo de Ernesto Laclau –«la gente», los de abajo contra los de arriba, la creación de un sujeto político nuevo, etcétera–, batido por la formación inequívocamente marxista y gramsciana de Pablo Iglesias e instrumentado a través de una estrategia de comunicación que utilizó con gran éxito las redes sociales y las tertulias televisivas que las cadenas del duopolio pusieron a disposición de los nuevos líderes para rentabilizar en audiencia su fuerte impacto mediático.

La sombra del zapaterismo

Cinco millones de votos respaldaron en diciembre esa amalgama que en realidad articula, a partir de una propuesta adanista de ruptura de las bases constitucionales –brotada de la semilla revisionista sembrada por el zapaterismo, que también tiene que ver con el espíritu de colectivismo asistencial que latía en las asambleas del 15: «Lo queremos todo y lo queremos ya»–, el descontento de las clases medias urbanas empobrecidas durante la crisis.

Un malestar que ha vuelto al partido relativamente invulnerable a las flagrantes contradicciones de su puesta en escena y de su moderantismo táctico para ganar clientela, y lo ha situado al borde de un salto decisivo que constituye hoy su principal objetivo: liderar la izquierda española , sobrepasar al PSOE rompiendo su base electoral y transformarse en una alternativa mayoritaria que dispute al centro derecha una partida de bloques ideológicos. La absorción de Izquierda Unida –cuyo líder Alberto Garzón procede precisamente del activismo quincemayista– representa, en ese sentido, el abandono real del discurso populista para asumir sin tapujos una identidad de izquierda radical capaz de arrebatar a la socialdemocracia su posición hegemónica. Pero los últimos meses de la legislatura fallida han creado grietas en la formulación estratégica del nuevo partido, obligado a adaptarse a una progresión exponencial muy rápida.

La negativa de Iglesias a pactar con los socialistas, sus agrias invectivas y su arrogante postulación como vicepresidente han decepcionado a muchos partidarios aún vinculados al maximalismo de la «nueva política». Y su contribución al bloqueo de la investidura y la repetición de las elecciones -que Iglesias ha forzado en lo que ha podido para adelantar sus planes de rebasar al PSOE- han provocado un indeseado efecto sociológico patente ya en las encuestas: por primera vez desde su nacimiento, Podemos entra en la descalificación general que muchos ciudadanos expresan respecto a la política y los políticos. Ha empezado a ser asimilado al comportamiento habitual de las élites sobre cuyo rechazo construyó sus señas de identidad. La odiosa casta. Esa grieta, unida a las discrepancias sobre el modelo interno de organización que separan a Iglesias de su número dos Íñigo Errejón y al alejamiento de algunos de los núcleos de activismo más irreductibles, constituye en este momento la principal incógnita de la fuerza que ha roto el mapa del bipartidismo. Dudas estratégicas, tácticas y de método. Un conflicto entre el origen altermundista, utópico, del partido como movimiento de masas y la vocación esencialmente pragmática, política de un liderazgo autoritario. Una crisis de crecimiento que trata de resolver sobre la propia dinámica electoral, esencial en su apuesta de poder: de poder tangible y material. En ese sentido, el intento de protagonizar la efeméride del 15-M se asemeja más a una estrategia de campaña y al propósito utilitarista de estrechar lazos par agitar la movilización de su potencial electorado que al retorno a unos principios fundacionales muy evolucionados por el tránsito acelerado hacia las instituciones. Es el partido el que trata de teñir de morado al movimiento del que surgió, uniformando el color de aquella abigarrada marea de índole revolucionaria.

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