Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, en un acto del PP
Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, en un acto del PP - Juan CArlos soler
Análisis

La intuición del presidente

«Rajoy tiene motivos para confiar en una reelección. El PP ya está apelando al voto útil frente a la inexperiencia de sus rivales»

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Concluida oficialmente la legislatura, ya no habrá más eufemismos de precampaña. La campaña quedará lanzada sin misericordia en busca de los tres millones de españoles abiertamente desideologizados que votan más por criterios de simpatía, percepción de liderazgo e instinto de mercadotecnia política, que por lealtad ciega.

En Canadá o en Gran Bretaña, sondeos habitualmente fiables pronosticaban un derrumbe de los conservadores. Después, las urnas demostraron que las tendencias son muy volátiles, que los encuestados mienten mucho y, sobre todo, que los indecisos de última hora, en un porcentaje muy alto, terminan huyendo del aventurerismo porque impera un cierto instinto conservador que en última instancia declina experimentar. Más aún, con el extremismo de izquierda, cuyo ejemplo de gestión en potentes ayuntamientos desde el pasado mayo está generando decepción entre sus votantes.

La revolución no era para tanto. Ya ninguno va en bicicleta al despacho, las ciudades se colapsan igual y siguen sucias, enchufan a amigos y familiares y recurren a los trucos de la casta cuando ya no contestan ni a los ciudadanos ni a los periodistas.

Aun así, España es distinta. Habitualmente no reproduce los mismos parámetros sociológicos que otros países. En Francia, Sarkozy tiene opciones de retornar al Elíseo. Nadie imagina hoy que eso pudiese ocurrir aquí con Felipe González, José María Aznar o Rodríguez Zapatero. En España ese magma del centro sociológico, aquel que tradicionalmente cambiaba su voto a favor del socialismo o de la derecha porque a fin de cuentas percibe a PSOE y PP con un aceptable grado de moderación, es oscilante. Son tres millones de votos al vuelo que siempre han condicionado la gobernabilidad. Ahora probablemente volverán a ser decisivos, con la novedad de que en esta ocasión los tomará prestados Ciudadanos durante al menos una legislatura, o se apropiará de ellos para un proyecto a más largo plazo.

Objetivamente, el propósito de Albert Rivera no es presidir el Gobierno ahora, sino en una posterior legislatura ganando espacio, progresiva y sólidamente, a un bipartidismo con síntomas de agotamiento. Zapatero ha pronosticado que tarde o temprano el bipartidismo clásico volverá a dominar la esfera política. Es probable, pero no entre 2016 y 2020.

Ahora bien, a dos meses de las elecciones, Rajoy tiene motivos para confiar en una reelección. El PP ya está apelando al voto útil frente a la inexperiencia de poder de sus rivales. Se está asumiendo de modo unánime en las encuestas que será la fuerza más votada. Y se ofrece, si no como un proyecto ilusionante -lo tiene difícil-, sí como una reivindicación de fiabilidad pese a los errores de corrupción; pese a los críticos del PP «auténtico» que socavan su liderazgo como referencia de la derecha; pese a las carencias comunicativas y de empatía; y pese al grado de soberbia que siempre generan las mayorías absolutas. El PP, como mal menor, frente al éxito «resignado» que pueda alcanzar Ciudadanos.

Éxito, porque le situará probablemente como tercera fuerza política en España. Y «resignado», porque de producirse los resultados previstos por la reciente encuesta de GAD 3 para ABC, no tendrá más opción que pactar con el PP la investidura de Rajoy. Hoy, en Génova son conscientes de que difícilmente Rivera pondría en juego su carrera entregando el poder al segundo partido más votado en una alianza que necesitaría del apoyo expreso, o la abstención, de Podemos. Sus 56 escaños provendrían de votantes «rebotados» del PP… ¿para investir a Pedro Sánchez? Ahí, Rajoy juega con cierta ventaja, y la proverbial indefinición de Rivera para aclarar con quién prefiere pactar puede ayudarle.

Queda también el valor de lo intangible. Las percepciones. La atmósfera. Hace diez días, el PP vivió su peor semana en meses. Crisis en el PP vasco, Montoro contra el orbe, y la presidencia de una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU quedó reducida a una anécdota… Noqueados.

Esta semana, Rajoy se acostó con un éxito en el crecimiento de empleo, y con líderes europeos animándole con «vivas», pidiéndole que no sea «tan modesto» en el «milagro» económico, y elogiando que haya cogido «el toro por los cuernos». Beso de Merkel incluido. Extrañamente, Rajoy sonreía sin forzar nada. Hace meses que no lo hacía. ¿Intuye que algo muy torcido se endereza?

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