Jordi Pujol se asoma en su residencia de la localidad gerundense de Queralbs pocos días después de destaparse su evasión fiscal
Jordi Pujol se asoma en su residencia de la localidad gerundense de Queralbs pocos días después de destaparse su evasión fiscal - efe
aniversario del caso pujol

Pujol, un año después, escribe sobre Grecia y la UE en un despacho prestado

Tras su confesión, el expresidente catalán vive apartado y lamenta que su «legado» haya quedado eclipsado

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Después de su muerte civil, la que le sobrevino hace un año tras confesar su evasión fiscal, un amigo y colaborador del expresidente Jordi Pujol le intentaba consolar. «De aquí a 40 años, la historia hablará bien de usted», le decía. «Sí, pero yo ya no estaré», le espetó el exhonorable. A sus 85 años, quien gobernó Cataluña durante 23 años e influyó en España tras un loado pasado de lucha antifranquista es poco más que un paria.

Parte de este año lo ha vivido Pujol en la antigua vivienda del portero del bloque de pisos en el que reside, en la Ronda del General Mitre de Barcelona. Desde que dejó la política en activo, en 2004, alquiló la portería para ubicar parte de su extensa biblioteca particular, que ya no cabía en su amplio piso de Mitre.

Desahuciado de su despacho de «expresidente» del Paseo de Gracia, la portería devino su lugar de trabajo.

Ha vuelto a mudarse, ya que tras unos meses de «exilio» en la portería recientemente un amigo le ha prestado un despacho algo más «digno» en una zona tranquila del Ensanche, un lugar que le sirve para, paulatinamente se explica, comenzar a recuperar algo de vida social, recibir visitas, rompiendo de manera progresiva con el enclaustramiento de los meses inmediatos a la confesión.

Montaigne tenía un castillo donde encerrarse para escribir sus «Ensayos»; Pujol reflexiona agazapado en ese despacho prestado, antes en la portería. «Escribe, escribe mucho y lee, como ha hecho siempre», explica a ABC un miembro de su cada vez más reducido entorno. «Escribe reflexiones sobre política internacional, como la crisis de Grecia o la Unión Europea, y sobre política catalana. Yo lo he leído y es muy interesante. Le animo a que lo publique, y alguien se lo ha ofrecido, pero no quiere», relata.

Actos puntuales

«Sabe que ha perdido prestigio y cree que cualquier cosa que dijera o publicara sería malinterpretada», razonan su conocidos. Por eso no participa en actos públicos y apenas si asiste a algunos. Algún entierro, convocatorias en las que sabe que no habrá prensa... Salir a la calle tiene riesgos. Más de un insulto se llevaría. Aún resuenan los bocinazos que hasta hace poco le dedican algunos conductores cuando pasaban frente a su vivienda.

El pasado junio, Pujol hizo una excepción. La editorial Gregal publicó el libro «Jordi Pujol. Del relat al silenci» (del relato al silencio), de la periodista Roser Pros-Roca, que recoge los testimonios de varias personas sobre su trayectoria política, orillando su "affaire" judicial. Pujol no acudió a la presentación del libro pero sí quiso asomarse a sus páginas. Pidió escribir unas líneas, una quincena. «La vida puede ser una larga ristra de huellas. No todas acertadas. Con atajos equivocados que hay que rectificar», afirma. Pero «las huellas de un caminante no serán borradas por un viento impetuoso y hostil. Ni su relato definitivamente silenciado. U olvidado», añade.

«Está dolido porque nadie, ni de su propio partido, reivindique su otro legado. Él sostiene que si Cataluña está inmersa en el proceso (independentista) es porque antes hubo un proyecto de reconstrucción nacional que él lideró», explica un allegado suyo.

«Con Convergencia también está dolido, por las declaraciones de algunos de sus miembros. Al único que salva es a Mas, porque cree que dijo e hizo lo que tenía que hacer», subraya. El actual presidente de la Generalitat dijo sentir «compasión» por el que reconoció como a su «padre político». Aquel a que freudianamente muchos se han apresurado a matar.

Entre escritos y escritos, Pujol también devora libros. Incluso algunos de los mucho que se han escrito al calor de su autoinculpación. «Lee algunos sobre él, no todos». Y recibe visitas. «Son amigos de lucha clandestina antifranquista y también algún miembro de sus gobiernos, algún exconsejero», suelta el entorno, sin nombres, aunque no es difícil imaginarse a los Alavedra o Prenafeta, que le ensalzaron en sendas comparecencias en la comisión de investigación creada en el Parlamento catalán a raíz del caso Pujol. «Antes, tenía colas para recibir visitas; ahora, ya no», admiten los de su órbita.

Actitud arrogante y altanera

Si bien Pujol trata de recuperar cierta normalidad, su imagen pública sigue por los suelos. En coincidencia con el aniversario de su confesión –ocurrió el 25 de julio de 2014– el Parlamento catalán, que le ha reprobado, cerraba la comisión antes citada, por la que desfilaron el propio Pujol, su esposa e hijos. Su actitud arrogante, altanera y poco educada aún deterioró más el prestigio del clan, de manera particular cuando su esposa, Marta Ferrusola, de manera lamentable aseguró que «Cataluña no se merece esto» y que sus hijos «no tienen ni cinco» (frase que en catalán equivale a «no tener un duro»). Su imagen, por los suelos.

Aunque hermético, como casi siempre, sus cercanos le ven «tranquilo», como si se hubiera «quitado un peso de encima con su confesión». «Sinceramente: le veo más preocupado por el futuro de su país, Cataluña, que no del suyo», confiesa alguien que se ha pasado horas escuchando al «president». En su cueva, ensimismado en sus reflexiones, un Pujol en horas bajas espera que Montaigne llevara razón: que la vida sea «ondoyant».

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