Aguirre y Rajoy, en un acto electoral de 2011
Aguirre y Rajoy, en un acto electoral de 2011 - reuters

El PP de Madrid es de Rajoy

Ni un popular madrileño ha rechistado en público por un golpe muy meditado y ejecutado sin contemplaciones

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Esperanza Aguirre se creía que ella mandaba en el PP de Madrid; pero el PP de Madrid es de Mariano Rajoy. Y desde ahora, más todavía. Aunque haya hecho falta llevarse por delante a Ignacio González de malas maneras, mantener en vilo a militantes del partido y público en general durante muchas semanas, a pesar del desgaste que tanta polémica haya causado dentro y fuera de la formación. Ni un popular madrileño ha rechistado en público por el golpe muy meditado y ejecutado sin contemplaciones con el que Rajoy desde la Moncloa y María Dolores de Cospedal desde la séptima planta de la sede de Génova se han hecho con el control total de la unica organización regional que se les había resistido.

La resistencia ha durado once años, los que Rajoy lleva de presidente nacional porque por entonces ya Aguirre se había hecho con la organización regional y, según uno llegaba a la sede de Génova notaba inmediatamente que allí habitaban dos cuerpos distintos: una entrada, a la derecha, que da paso a las plantas 2 a 7 de la sede central del partido y otra, a la izquierda, totalmente independiente, por la que se accede a la planta primera, sinónimo con el que todos se refieren al dominio de la presidenta.

Una separación explicada desde los dos puntos de vista, como todos los divorcios. En el PP madrileño se consideran los guardianes de las auténticas esencias del partido: el ultraliberalismo económico, el amor a las víctimas del terrorismo, la oposición al aborto. Desde los pisos de arriba les veían, sin embargo, como una fuente perpetua de zancadillas y un nido de corrupción. Allí prendió la Gürtel antes de subir hacia arriba y allí campó por sus respetos varios años como número dos Francisco Granados mientras organizaba su Operación Púnica con alcaldes de la Comunidad.

Solo una vez y únicamente por un día Esperanza Aguirre dejó de ser presidenta del PP madrileño en todo este tiempo. Aquel lunes de septiembre de 2012, cuando fue a ver a Rajoy a La Moncloa para contarle que quería dimitir como presidenta de la Comunidad y le anunció que también dejaría vacante el liderazgo del partido. Tan convencido se quedó el presidente de su despedida que solo le deseó, como al colaborador que se marcha para siempre, «que seas muy feliz». Pero a la mañana siguiente se había arrepentido y en una tensa conversación con Cospedal abjuró de su intención inicial. Un episodio que sirve para ilustrar dos años y medio después por qué Mariano Rajoy aprovechó la siguiente oportunidad que se le sirvió en bandeja para conseguir que la lideresa madrileña deje vacío al fin su despacho de la planta primera y también la causa de las malas relaciones que la secretaria general mantiene con ella desde entonces.

Arrepentida de haberse marchado de la primera fila política, se ofreció para culminar su carrera como siempre había deseado, de alcaldesa de Madrid, y cambió su sueño por la presidencia del PP, que abandonará en breve. Dejó atrás a un Ignacio González que se siente, con razón, abandonado por la jefa que le dejó el marrón de gobernar la Comunidad cuando la crisis la dejó sin recursos para luego responde al envite de la dirección nacional («los dos no, solo uno») levantando el dedo para llevarse el premio. Cospedal, dicen en el PP, hubiera preferido a él que a ella. Pero Rajoy se ha quedado tan contento: ya controla al PP madrileño y tiene a la mejor candidata a la alcaldía de Madrid. Si gana, todos le alabarán por haber accedido a presentarla; si pierde, la culpa será de ella por haberse promocionado. Viene a ser algo así como el dilema de Luis Enrique por si pone a jugar a Messi o le deja en el banquillo. Y Rajoy sabe mucho de futbol y mucho de política.

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