ANÁLISIS

Bipartidismo contra bipartidismo

Las encuestas fallan. Se manipulan caprichosamente basándose en la percepción pública de lo que se cree que ocurrirá o en la curva emocional de unos estados de opinión que varían por horas. Y nadie aprende

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

¿Qué tal un poco de normalidad frente a la sobreactuación política o a la sacralización de las encuestas? ¿Qué tal un poco de optimismo en el drama? ¿Qué tal algo de confianza en la democracia? España se ha empeñado en maltratarse a sí misma. En las instituciones y en la calle. Parece que encuentre placer en la autodestrucción. Lo mismo un sondeo otorga el 3% del voto a un partido, que otro le da el 13%. Las encuestas fallan. Se manipulan caprichosamente basándose en la percepción pública de lo que se cree que ocurrirá o en la curva emocional de unos estados de opinión que varían por horas. Y nadie aprende. Las consultas sirven para la evaluación genérica de tendencias, pero pierden influencia como método para un cálculo realista.

A algunos sondeos se les aplica la coletilla de «internos» para atribuirles un plus de credibilidad, pero no dejan de ser un entretenimiento para evaluar a los candidatos más por su imagen que por su valía. Error.

Se calcula que el 25 por ciento del electorado no tiene su voto decidido. Y no se trata de un voto ideologizado, sino basado en criterios de pragmatismo, simpatía, afecto, liderazgo, imagen, confianza, inseguridad, miedo… Repartir ahora ese 25% entre cada partido es un riesgo inútil porque probablemente una amplia parte de ese porcentaje no se decidirá hasta el último momento. Quizás hasta el último día. Es algo típico de etapas con liderazgos grisáceos, como ocurre ahora en PP y PSOE. Quien ya haya resuelto votar a Podemos para castigar a la «casta» no rectificará. Y quien no lo tenga claro hoy, probablemente ya no vote a Pablo Iglesias. El futuro del bipartidismo reside en la indecisión de uno de cada cuatro votantes y en los trucos de la ley d´Hont.

Hace cuatro años, UPyD era la frescura hecha partido. Iba a robar riadas de votantes a PP y PSOE con un marketing magenta y un liderazgo aparentemente fuerte. Era un contrapeso al hartazgo contra el PP y PSOE con un discurso basado en la regeneración: implacable contra la corrupción, defensor de la unidad de España y muy hábilmente orientado al centro-progresista, ese asidero cool que sirve para todo y todo lo digiere. Ayer UPyD era la bisagra perfecta. Hoy no parece más que un juguete roto. UPyD parece agonizar, víctima de egos, ambiciones, un autoritarismo explícito y una severa incompatibilidad para pactos asociados al sentido común.

El mito de la frescura crece como argumento de ilusión. Y lo fresco en este cambiante mercado de cotización política, que se fabrica en los platós y no en los hemiciclos, son Podemos y Ciudadanos. Leo «si el PSOE queda tercero estará muerto». Leo «la política se desliza hacia el fin del bipartidismo y quien no lo vea está ciego». Leo «Podemos ha venido para quedarse». Leo «mientras haya un solo desahucio votaré a Podemos». Pero el leninismo no es frescura y en Grecia acaban de descubrir la farsa de los discursos indignados. Seguirá habiendo desahucios mientras haya leyes y quien las haga cumplir. Cuando Iglesias se reivindica como líder de la oposición sin urnas y se le jalea es porque el totalitarismo empieza a anidar en una sociedad harta, pero peligrosamente acrítica.

Creamos héroes en minutos que desaparecen en cuatro años. Hace siete días Pedro Sánchez estaba de salida, víctima de su falta de peso y liderazgo. Hoy ha reanimado al PSOE, se ve crecido con el mérito de haber alterado los nervios de Rajoy, y la operación para fulminar a Tomás Gómez le sonríe. Hace una semana era un inepto. Hoy es el aspirante que el PSOE necesita…

Ciudadanos es hoy un fenónemo viral y mediático, atractivo, pero de solvencia no acreditada. El PP, entre la soberbia y el temor, ensaya argumentarios para anular a Albert Rivera. Está de moda deconstruirlo y convertir la tortilla en espuma. Su discurso es impecable y su imagen ha destrozado la de Rosa Díez. Simpatía frente a antipatía. Frescura frente a impostura. Ilusión frente a opacidad. Pero Ciudadanos, aupada por los sondeos a cuarta fuerza, no gobierna uno solo de los 8.000 ayuntamientos. No gestiona un solo euro público y rebusca equipos sin trayectoria o experiencia. De momento, Ciudadanos es poco más que una idea. Andalucía será la prueba para aclarar si estamos sobredimensionando lo que aún es el espejismo de un nuevo «bipartidismo» alternativo (Ciudadanos-Podemos). A menudo, la realidad no es lo que parece. Rosa Díez, que también llegaba para quedarse, podría ilustrarnos.

Ver los comentarios